Las conversaciones privadas y la policía (tuitera) de la moral.
Las conversaciones privadas y la policía (tuitera) de la moral.

A lo largo de la presente semana, las redes han estado muy entretenidas con un tema que poseía todos los ingredientes para la viralidad: el culebrón del piso de Elena Cañizares. Para quien no esté puesto en el tema, básicamente sucede que una joven estudiante de enfermería da positivo por covid-19, sus compañeras de piso le exigen que abandone la vivienda para evitar contagiarse, y ella, escandalizada, publica íntegra la conversación de WhatsApp en Twitter. A partir de ahí, llega la locura. Además de todo tipo de memes y locuras diversas, y siempre con la colaboración activa de los perfiles de famosos y famosillos, marcas comerciales y programas de televisión, rugen las redes en apoyo a Cañizares y en contra de sus compañeras. La policía (tuitera) de la moral campa a sus anchas.

No es mi propósito quitar la razón a quienes apoyaban a Cañizares y criticaban la postura de sus compañeras. Existen, de hecho, mil motivos éticos, legales y de salud pública para considerar errada la actitud de las compañeras. Pero, claro, tenemos a unas chicas muy jóvenes siendo vapuleadas por un país entero, chicas que efectivamente pueden haber actuado fatal, pero a las que se ha sometido a un nivel de acoso público desorbitado. Tanto que la propia Elena Cañizares decidió borrar la conversación, pedir disculpas y rogar para que finalizara el acoso a sus compañeras, en un gesto que le honra.

Y, claro, surge la pregunta: ¿es legítimo publicar en redes sociales las conversaciones privadas que tenemos en WhatsApp? Personalmente me horroriza. Porque nosotros como público no sabemos del contexto, porque fomentamos que la masa enfurecida comience su labor de acoso contra personas a las que no conoce de nada, y porque nos adentramos en un terreno tremendamente resbaladizo. Por supuesto, no soy el primero en preocuparse por esta cuestión, y la respuesta del tuitero medio tiende a ser: si uno es bueno, no tiene nada que ocultar; es la mala gente la que debe tener miedo. Y, en fin, ¿soy el único al que esta respuesta le suena a alguna que otra distopía creada por el tan manoseado Orwell o a fenómenos tan reales como la caza de brujas o la Santa Inquisición?

Piensen en el impacto psicológico de ser poco menos que las enemigas de España, en el rechazo social que van a vivir a partir de ahora, o en el hostigamiento que los policías de la moral han intentado organizar contra sus domicilios privados. No es exageración: unas chicas jóvenes que han cometido un error pueden acabar con sus vidas por los suelos. ¿Se lo merecen? Pues miren, si alguien merece algo, que lo dictaminen los tribunales.

Pero, además, ¿quiénes son esos ciudadanos puros y virtuosos que se permiten juzgar parapetados en su móvil o su ordenador? La experiencia me dice que todos, sin excepción, nos hemos equivocado en muchos momentos de nuestras vidas, que hemos tomado decisiones incorrectas, que hemos sido egoístas, y que hemos hecho daño a otras personas, incluidas personas a las que queremos. Y no me fío de quienes creen que son virtudes andantes que nunca han dicho nada incorrecto, nunca han hecho algo vergonzante y nunca han hecho daño con sus palabras o sus actitudes a ningún otro ser humano. Porque mienten o se mienten a sí mismos. Y porque, partiendo de ahí, se permiten juzgar al resto del mundo desde una ficticia superioridad moral. Desde esta posición y siempre en nombre del bien, aplican múltiples formas de acoso —hostigamiento, estigmatización, intimidación y hasta amenaza a la integridad— a tres chicas jóvenes que un buen día se equivocaron y se enteró toda España.

Por eso creo que las conversaciones privadas son y deben ser privadas, valga la redundancia. Porque si en una conversación privada hay amenazas, acoso o cualquier otro comportamiento punible, para eso está la policía, la de verdad, y los tribunales. Y todo lo demás importa a las personas que conversan y a nadie más que ellos. Y si, como han explicado esta semana algunos juristas, difundir públicamente conversaciones privadas de WhatsApp es algo totalmente legal, quizá deberíamos preguntarnos si debería seguir siéndolo.

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