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El mundo no es como tú te lo imaginas, solías decirme cuando volvía a casa decepcionada por algo o de alguien. Era tu forma de protegerme, de hacerme ver que las cosas son como son; que el mundo no siempre es el hogar a donde volver después de una dura jornada para encontrar calor y protección. El mundo es un tablero de ajedrez donde los reyes y las reinas se encastillan en sus torres protegidas por caballos y alfiles que se parapetan tras sus peones. No estoy pesimista, abuela, es que he visto la película Espartaco por vigésima vez. Y siempre me deja el mismo regusto amargo de pensar que, en lo esencial, no hemos avanzado. Siglo tras siglo, siento abierta la herida en las carnes del mundo. Una herida que, en el aspecto laboral, cada vez sangra más ante nuestra perplejidad y, lo que es peor, nuestra resignación.

Christophe Dejours, psiquiatra francés que investiga la relación entre trabajo y salud mental advierte que en un mundo en el que todo se reduce a productividad y ahorro de costes, ya no se valora la calidad en el trabajo, solo la cantidad. Se exige producir a costa de la salud, de la precarización, de la competencia despiadada y, en muchas ocasiones, de obligar a las personas a acallar su conciencia si quieren mantener el trabajo. Y a pesar de que está demostrado que todo ello hace al sistema poco productivo, en palabras de Dejours: “Las élites económicas y los Estados prefieren el control que ejercen a través del miedo a la productividad. El resultado es un tejido social enfermo y una tendencia a los sistemas totalitarios”.

Doy fe de ello. Trabajo en el sector financiero, uno de los más descarnados que existe. Sé la presión que se ejerce sobre la plantilla para conseguir objetivos: reportes de ventas dos y tres veces al día, prolongaciones de jornada fraudulentas que no se pagan; convocatorias de videoconferencias por las tardes para ridiculizar, humillar y amenazar al que no cubre objetivos: "Cuidadito que los ERE no se han acabado". Y conozco a muchos compañeros y compañeras que necesitan recurrir a los antidepresivos o los ansiolíticos para soportar esta presión despiadada.

No es un capítulo de Black Mirror, una de esas series distópicas que pueblan las plataformas de televisión. Tampoco es exclusivo del sector financiero. Aplíquenlo al médico del seguro que atiende a decenas de pacientes durante su jornada, que no puede prescribir ciertos medicamentos ni determinadas pruebas diagnósticas, aunque sabe que de ello depende la salud de su paciente; a la cajera de unos grandes almacenes que trabaja mañana y tarde, sujeta a cambios de turnos continuos por un sueldo de miseria. A la camarera de piso, contratada por una ETT, que cobra dos o tres euros por habitación bajo una supervisión despiadada de las gobernantas y cuyo ritmo y penosidad del trabajo la lleva a enfermar y vivir enganchada a los antiinflamatorios. No siglo por no aburrir.

Estas realidades confirman que, efectivamente, el mundo no es como es, sino como lo hacen, con nuestro conformismo, cuando no con nuestra colaboración, los que nos han convencido que fuera de este capitalismo salvaje solo está el caos por lo que es preferible sobrevivir dentro de él. A cualquier precio. Soportando lo que sea. Meros peones en el tablero de ajedrez. Como ves, abuela, hoy es uno de esos días en los que mi fe en el progreso humano flaquea. La culpa la ha tenido Espartaco, y que se ha acabado el puente de Semana Santa.

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