Contarlo, que no es poco

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Nada cambiará tras las doce campanadas. No, al menos, a corto plazo: ni lo que nos afecta a nivel personal ni como sociedad.

Muchos de nosotros aprovechamos los últimos días y horas del año para hacer balance. Yo, que soy mucho de sentarme a hacer un repaso de lo acontecido, llego siempre a la misma conclusión: no merece la pena. La vida viene como viene –no solo cada año, sino también cada día, cada hora– y no nos queda otra que aceptarla.

Además, nada cambiará tras las doce campanadas. No, al menos, a corto plazo: ni lo que nos afecta a nivel personal ni como sociedad. El leve movimiento de las manecillas de un reloj no va a transformar todo lo que nos gustaría que fuese diferente. Por eso esta cuenta atrás que ya hemos iniciado debemos tomarla como una cuenta hacia adelante donde lo que de verdad importa es seguir sumando.

Debemos afrontar que la vida es tan imperfecta como nosotros mismos y que ofrece victorias y derrotas a partes iguales. A veces trae oportunidades y reformas, en sentido literal y literario, nos dejará momentos inolvidables y otros para olvidar; habitarán nuestro camino personas que dejarán huella y otras que simplemente pasarán, sin más. Es probable que nuestra piel se llene de cicatrices porque nos daremos de bruces con la realidad y porque nos caeremos mil veces, lo cual será señal de que no supimos o no quisimos estarnos quietos. Seguiremos dedicando mucho tiempo a lo urgente y no a lo que de verdad importa, caminaremos deprisa, sin saborear algunos instantes, incapaces de darnos cuenta de que tendríamos que haber agarrado ese momento. Nos arrepentiremos, pero seguramente también volveremos a equivocarnos. Aprenderemos con determinadas experiencias y algunas hasta nos dejarán ser nosotros mismos.

¿Y qué? Tal vez este juego vaya de esto (entre otras muchas cosas) y así hay que jugarlo; de ahí la injusticia y la ingratitud de que en estas fechas reduzcamos todo un año a los adjetivos bueno y malo. Porque además es verdad eso de que no hay mal que cien años dure y porque deberíamos quedarnos con la idea de que lo podemos contar...y escribir. 

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