Con Llamazares, el PSOE vivía mejor

Los socialistas desearían que Yolanda Díaz se conformara con el 10% de los votos y tuviera un discurso exclusivo para zurdos

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Gaspar Llamazares en su época de diputado en el Congreso.
Gaspar Llamazares en su época de diputado en el Congreso.

Una nueva crisis de gobierno se ha desatado a cuenta de la reforma laboral. El PSOE quiere que la derogación de la reforma laboral sea “equilibrada”, es decir, que afecte poco a los beneficios de los dueños de España y que lo noten nada los trabajadores y, sobre todo, las trabajadoras sobre las que recae una norma que sacó de los convenios colectivos a sectores ya de antes precarizados y que, como resultado, tiene a camareras de piso cobrando 2 euros por limpiar una habitación que cuesta 100 euros o a limpiadoras de contratas cobrando 600 euros al mes por estar desde por la mañana hasta por la tarde limpiando oficinas, escaleras y portales. Básicamente, lo que permitió la reforma laboral fue sacar del derecho laboral a amplios sectores de servicios para enriquecer las ganancias de empresarios cuya innovación es explotar a trabajadores subcontratados.

El PSOE pensó que la entrada de cinco ministros de Unidas Podemos en el Gobierno de España haría que éstos se olvidaran de las promesas que hicieron en campaña electoral. El PSOE quiso pensar alguna vez que Unidas Podemos negociaría liberados políticos y no políticas públicas. En definitiva, es lo que ha venido pasando durante 40 años de democracia con una izquierda a la izquierda del PSOE que demasiadas veces ha vivido muy cómoda en la oposición testimonial y un reguero de liberados sin incidencia positiva en la vida de la gente.

Eso fue lo que criticó Alberto Garzón cuando llegó a la dirección de IU y por esa razón se enfrentó a Gaspar Llamazares, el eterno líder de una izquierda identitaria que se daba tantos golpes de pecho como laxo era en las negociaciones con el PSOE. Por eso los jóvenes del 15M gritaban en las plazas “no nos representan” y señores como Llamazares se vieron interpelados por aquellos gritos impugnadores del pacto del 78, en el que se repartieron los papeles del teatro turnista: el PSOE jugaría a ser una izquierda neoliberal, indistinguible con la derecha en lo económico y progresista de cintura para abajo, y a su izquierda quedaría un reducto de izquierda folclórica, sin vocación de gobierno, que producía hasta ternura.

A lo máximo que aspiraba aquella izquierda, que era zurda en sus gestos como derechista a la hora de votar planes generales de ordenación urbana u operaciones ladrillistas de las cajas de ahorro, era que alguno de sus miembros fuera nombrado adjunto del Defensor del Pueblo, director del algún instituto cultural o presidente de alguna fundación de estudios sociales. Siempre a cambio de no intentar disputarle al PSOE la hegemonía en el campo progresista.

Todo eso cambia con el 15M, Compromís, Alternativa Galega de Esquerdas y la aparición de Podemos en 2014 . Jóvenes que no provenían del franquismo sociológico ya no se conforman con que los dejen levantar el puño, ondear la tricolor, cantar canciones de Silvio Rodríguez o asistir a las casetas del rincón cubano en la feria de su pueblo. Esos jóvenes ni siquiera se sienten interpelados por el término izquierda, aunque defienden los intereses de los de abajo, y quieren ganar, no ser testimoniales ni poner un puesto de pegatinas revolucionarias en el mercadillo hippy de su ciudad.

En esto que llegan las últimas elecciones y el PSOE se ve obligado a pactar con Unidas Podemos porque los números no daban otra posibilidad. Entonces Unidas Podemos demuestra que sabe gobernar, que sus medidas son aplaudidas y emerge un liderazgo nuevo que resitúa al espacio en la transversalidad y restablece contactos con lo que en su día fue el espacio del cambio. Yolanda Díaz se convierte entonces en un peligro serio para un PSOE que ve en las encuestas no sólo que sea la líder política mejor valorada por los españoles, sino que es mejor valorada que Pedro Sánchez en los electores que se sitúan del 1 al 5, siendo 1 muy de izquierdas y 5 de centro.

Es decir, Yolanda Díaz es una líder transversal con capacidad de penetración en un enorme caladero de votos, sobre todo en el caladero del PSOE. Un voto que se sitúa en lo que en ciencia política se conoce como “voto transfronterizo”, gente que votó a Podemos cuando obtuvo 72 diputados y que votó a Pedro Sánchez en las últimas elecciones, pero que quiere cambios visibles y más rápidos de lo que pueden ofrecer los socialistas.

Y llega el congreso del PSOE en el que Pedro Sánchez se reconcilia con Felipe González y se abrazan en un gesto más político que emocional. Felipe González nunca ha dejado de influir en el PSOE, ya sea a través de su presencia en los consejos editoriales del Grupo Prisa o de sus contactos con el IBEX-35, pero ahora se sienta también en el despacho de Pedro Sánchez, el hijo pródigo, a tomar café.

A la semana del abrazo con Felipe González, Pedro Sánchez intenta apartar a la ministra de Trabajo de la derogación de la reforma laboral en beneficio de Nadia Calviño, la ministra de Bruselas, de Felipe González y de los dueños de España a la que Pedro Sánchez nombró para mandar un mensaje de tranquilidad a sus tutores después de la trastada de ganar las primarias en contra del aparato y con un discurso podemista.

En el fondo, lo que hay es lo que pasa siempre que el PSOE se ve amenazado de perder la hegemonía en la izquierda. El pacto del 78 puede sobrevivir si Vox o Ciudadanos adelantan al PP, pero no podría hacerlo si el PSOE deja de ser el primer partido del electorado progresista. La guerra abierta contra Yolanda Díaz lejos de ser una muestra de fortaleza de Pedro Sánchez, es justo lo contrario. Demuestra la debilidad de un liderazgo construido con mucho marketing, pero cuyas políticas son las mismas que ha llevado a la socialdemocracia francesa al 6% de intención de voto.

El PSOE, como nudo del todo y bien atado del pacto del 78, desearía que Yolanda Díaz se conformara con el 10% de los votos, tuviera un discurso exclusivo para los zurdos que se emocionan con Silvio Rodríguez y negociara liberaciones en lugar de políticas públicas para curar el dolor de un pueblo que le tiene miedo al futuro y al que los meses le duran 15 días. Lo que piensan los líderes socialistas, que con esta guerra contra Yolanda la han prestigiado aún más, es que con Llamazares se vivía mejor. Le daban cuatro liberados, colocaban a uno de los suyos en el consejo de administración de alguna empresa pública, lo sentaban de tertuliano en la Ser o en TVE y todo solucionado. Con Llamazares los socialistas vivían mejor, con Yolanda Díaz no pegan ojo.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios (1)

Pepe Mari Hace 2 años
Si para conseguir votos difuminas el mensaje y los objetivos, ¿de qué sirve ganar votos? Así empezó Felipe González
Lo más leído