Hay muchas cosas que pueden incomodar a una persona tímida, pero pocas tan importantes como pedirle que se anime en una fiesta o que hable más cuando está en medio de una reunión. Sé que las personas que incitan a un tímido a divertirse no tienen mala fe. Quieren verlo participar, que lo pase bien, que salga de aquel lugar con una sonrisa de satisfacción. Aquello no está mal, pero creo que hay algo de ignorancia dentro de su bondad. El tímido está sufriendo en ese acto social, y las palabras para que se venga arriba sólo hacen aumentar ese sentimiento y dejarle constancia de que es poco menos que un perro verde dentro de esa masa alegre y sin problemas de adaptación.
El tímido tiene una gran desventaja con respecto al extrovertido: a este último nadie le pide que se calle un poquito o que deje de llamar la atención. A él, en cambio, no es difícil que quieran hacerlo pasar por quien no es. Y, como digo, la intención de los acompañantes no es mala, pero en la mayoría de los casos es profundamente estéril. Es como decirle a un ciego que admire un bonito paisaje o a una persona con problemas de audición que no se pierda cómo suenan las olas del mar rompiendo contra las rocas. No es una cuestión de no querer hacerlo, sino de que las circunstancias son mucho más fuertes que uno mismo.
A veces me he planteado si el tímido debería tratar de superar aquello que lo atenaza. No sé cómo sería, pero he pensado que tal vez tendría que charlar con unos y otros aunque eso lo deje exhausto o aunque tenga la sensación de que con su titubeante conversación sólo está haciendo el ridículo. Lo medité durante un tiempo. Finalmente, me di cuenta de que no debe ser así. Creo que debe prevalecer su personalidad, aunque esta no esté tan aceptada como la de aquel que no tiene problemas en destacar dentro de cualquier encuentro. Que resulte un poco más extraña no debe ser óbice a negar su existencia.
Creo que lo mejor que podemos hacer si coincidimos con un tímido en una fiesta es dejarlo en paz. Al tímido no le importa ser un cactus o un jarrón que se encuentra al fondo de la sala. Que el tímido no salga a bailar el Gangnam Style cuando suene la música no quiere decir que no se esté divirtiendo. Bueno, tal vez no se esté divirtiendo especialmente, pero al menos se encuentra en una zona que le resulta confortable. Sé amable con él, y nunca destaques su poca participación, que parezca un poco mustio o que jamás se lance a contar un chiste o una anécdota divertida. Sólo en ese caso, sólo en la circunstancia en la que el tímido no vea afeada su conducta observadora y silenciosa, podrá salir de la fiesta con la satisfactoria sensación de que ha superado la prueba.


