Silvia, taxista jerezana. FOTO: MANU GARCÍA
Silvia, taxista jerezana. FOTO: MANU GARCÍA

Era el verano de 1997. Había ya internet para el público corriente como yo, pero la única red social que conocíamos entonces era el IRC (Internet Relay Chat). Ni el messenger de Microsoft había salido aún. Mucho menos los blogs. Era muy difícil viralizar una información. Las cosas pasaban y nadie se enteraba. La única manera de publicar algo eran las famosas Cartas al Director de los periódicos. Por eso cuento ahora lo que me pasó.

En aquél verano, justo cuando morían Diana de Gales y la Madre Teresa de Calcuta, yo me fui a Alicante a una quedada del grupo de #GayEspaña de IRC Hispano. Todo iba perfecto hasta que cogí un virus estival que me produjo una fiebre de cerca de 40. En el hotel, hecho polvo, el recepcionista me recomendó que me fuera al médico. Como no conocía aquello, llamé a un taxi. El señor taxista que llegó vio como me encontraba y me dijo que mejor sería ir al hospital. Al abrir mi boca, ya me detectó.

  • ¿Tú eres de Cádiz?
  • No, de Jerez – le dije, aprovechando para reafirmar mi jerezanismo independentista rompedor de la unidad de la provincia.
  • ¡Yo soy de Olvera! 

Mientras me llevaba al hospital, me contó de la alegría de encontrarse un paisano, de cómo echaba de menos Cádiz, de que conocía desde chico al Ministro de Trabajo de entonces, de Olvera como él, Javier Arenas, etcétera…  ¿Se pueden creer ustedes que a mí el hecho de encontrar alguien tan familiar en un sitio extraño ya me alivió un poco? Pues el señor taxista, me esperó a que me vieran en el hospital, que fue un rato. Me llevó luego a una farmacia a recoger las medicinas y luego me acercó al hotel. Sólo me cobró la carrera de ir y venir al hospital. Pero se llevó por lo menos dos horas conmigo. Al día siguiente pasó por el hotel para ver cómo me encontraba y si necesitaba algo.

¿Cuánto vale eso? ¿Qué precio le ponemos a una atención tan humana? 

No tiene precio. Por eso, cuando matan a un taxista no están matando solamente a una persona, a un trabajador. Están matando a alguien que es imprescindible en nuestras vidas. Yo veo a un taxista en caso de apuro y es como si viera a mi padre.

Malditos sean los asesinos de taxistas y malditos sean esos de 'es el mercado, amigo' que se están cargando este servicio ciudadano tan imprescindible como una ambulancia.

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