Cuando un niño o una niña acaban de nacer en un hospital, sus padres tienen una doble tarea prioritaria y fundamental: primera, limpiar el meconio, primer excremento de los recién nacidos, una sustancia espesa de color verde oscuro o negruzco, compuesta principalmente por líquido amniótico, células desprendidas de la piel y el tracto intestinal, lanugo (vello fino) y secreciones intestinales, normalmente expulsadas en las primeras 24 a 48 horas de vida; segunda, alimentar al neonato con el pecho de la madre. La leche materna proporciona los nutrientes esenciales para el desarrollo físico, cognitivo y emocional del bebé.
Estas dos tareas son las primeras que nos exige la naturaleza para que la especie sobreviva: higiene y alimentación. ¿Por qué será? En este artículo quisiera referirme a la higiene, a la limpieza en el contexto de la ciudad. Y ustedes dirán: ¿Qué tiene que ver el meconio con la limpieza de la ciudad? Primera necesidad, señores, primera necesidad.
Una mañana, la “seño” Tati, maestra de Educación Infantil, al entrar en su aula, se encontró a varios alumnos con la nariz llena de mocos, los pómulos negruzcos, manchas pegajosas alrededor de la boca y las comisuras de los labios llenas de baba. En ese momento, atendiendo el aseo de los niños, recordó la novela de Dickens “Oliver Twist” en la que la suciedad y la miseria moral son dos caras de la misma moneda: la decadencia humana. Y cuando salió a la calle, ya camino de su casa, se puso a sortear los churretes y la pringue de las calles.
Iba como dando saltitos entre meadas, cagadas de perros, residuos de contenedores rotos…; lamparones, tiznes, borrones, máculas, chafarrinones, mugre, grasa, aceite, porquería… Por la noche, soñó que una masa viscosa como de alquitrán la rodeaba y le invadía todo el cuerpo.
La creatividad para la podredumbre de los ciudadanos de construir figuras más o menos geométricas es insuperable: círculos negruzcos de chicles aplastados, formas estrelladas de vómitos agrios, volúmenes fecales de cacas perrunas, manchurrones grisáceos al estilo abstracto, manchas infinitas diseminadas… Todos estos trazos en el suelo imposibilitan un andar relajado y saludable. Tanta cantidad de barniz pardusco ha sido producto del tiempo, muchos años de desinterés y abandono. ¡Qué tiempos aquellos en que las mujeres, sí las mujeres, baldeaban los portales y las aceras de cada casa y las ciudades estaban como los chorros del oro!
Los políticos profesionales, me refiero a los que no han trabajado nunca, son limpios… de ideas, cabezas huecas; pero de higiene personal no sé cómo andan; acaso pertenecen a la Orden del Baño. La limpieza de la ciudad les importa un pimiento. En una ciudad tan agitada por la cultura, quizás conviniera que recordaran aquel aforismo clásico parafraseado, atribuido a Aristóteles que dice: “Primum salubritas et hygiena, deinde philosophia”.
Esta ciudad de personalidad tan oscura se distingue nítidamente de otras muchas ciudades europeas, limpísimas y bellas, que disfrutan de una mayor luminosidad. Son ciudades ordenadas y prósperas. En las que da gusto caminar y perderse por sus calles con la mirada en el horizonte.
Ya que ni la empresa contratada le da un flete a la ciudad, ni hay agua en el mar para limpiar tantos churretes, me permito, para finalizar, darles un consejo “a la japonesa”: Quítense los zapatos al entrar en casa. Estudios científicos han encontrado patógenos fecales en los zapatos. Es necesario establecer una distinción entre el mundo exterior de la calle y el mundo interior de la casa. Por razones de higiene y para que nuestra alma no se pudra.
