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Su verbo es látigo lacerante en las conciencias de los oyentes, y lengua viperina para los gobernantes ineptos de todos los signos políticos, de derechas e izquierdas, de arribas y de abajos.

Cuando entra por las puertas de cualquier recinto, parece que el tiempo se detenga. Su caminar pausado, postura erguida y aire bohemio, le otorgan ese punto místico que solo se observa en personalidades de reconocido carisma social. Su mirada es sincera, y no huye a las esquinas buscando una salida o un escondite, no… va de frente. Barbilla alta, que en un primer momento se puede confundir con altanería, pero al intercambiar unas palabras, descubres que es algo más… es seguridad. Fe sin límite.

Fe en el ser humano, a pesar de la infinidad de ocasiones en las que la propia humanidad se pone en entredicho. Fe en que, aun habiendo motivos para el pesimismo, todavía puede haber un hálito para la esperanza, para el despertar de los oprimidos y el castigo de los desalmados que viven del sudor ajeno y el llanto anónimo. Fe en un mundo mejor, más justo, más solidario… donde se entierren los números y resuciten los apellidos y los vecinos de toda la vida, esos que eran un apéndice más de la unidad familiar.

Durante su discurso, su voz rota marca los tiempos y sus manos dibujan cabriolas en el aire que apoyan sus argumentos, sólidos, incontestables… verdades como puños. Su verbo es látigo lacerante en las conciencias de los oyentes, y lengua viperina para los gobernantes ineptos de todos los signos políticos, de derechas e izquierdas, de arribas y de abajos… su alma refulge en tonos verdes y blancos, y es azote de intolerantes, estómagos agradecidos y demás tropa liberalicida. Pero de igual forma, también acusa al que se conforma con no ser nada y aplaude el modelo económico que lo ha empujado a la pobreza.

El pasado sábado pude disfrutar de la compañía y el discurso de Pepe Chamizo, ex Defensor del Pueblo Andaluz (entre muchos otros méritos), y es de agradecer que mentes preclaras, sabias y clarividentes como la suya, aún sigan plantando cara a las injusticias, pateando calles infestadas de miseria, prostitución y drogas, y tratando de rescatar para la sociedad a los que han sido expulsados de ella… cuando ya no tiene nada que demostrar a nadie.

Ojalá nos dure muchos años. Un faro como Pepe Chamizo, inspiración para varias generaciones, debería dar luz siempre y no apagarse nunca. 

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