El chacachá del tren

Hablando de problemas, son tan contantes y sonantes que, si hasta hace unos meses nos hubieran hablado de catenarias, habríamos jurado que era la típica pregunta de quesito verde en cualquier partida de Trivial

Una locomotora en una imagen de archivo.
11 de agosto de 2025 a las 09:59h

Querido lector, si es ávido, habrá comprobado que en esta columna nos encanta jugar con las palabras. Porque narrar o contar algo no es más que el diseño, más o menos acertado, de una arquitectura morfológica y semántica con la cual, trazar un vínculo comunicativo.

Como en todo juego que se precie, está sujeto a unas reglas, y dentro de ellas, no encuentro mejor forma de llegar al destinatario que mediante las metáforas, paralelismos y símiles.

Dicho lo cual, y ciñéndonos con pulcritud al tema que nos atañe, me pregunto qué pensarán los amigos del mítico grupo musical del Consorcio si se vieran en la obligación de reactivar su vida laboral. A buen seguro que más de uno iba a enmudecer con la curiosa analogía —y no por ello menos caprichosa— existente entre su éxito “El chacachá del tren” y los recurrentes problemas ferroviarios en pleno 2025 (que se dice pronto).

Hablando de problemas, son tan contantes y sonantes que, si hasta hace unos meses nos hubieran hablado de catenarias, habríamos jurado que era la típica pregunta de quesito verde en cualquier partida de Trivial. Las circunstancias, que son las que mandan, nos han familiarizado con una serie de terminología técnica que, día sí y día también, ocupan portadas en periódicos e informativos.

Antes de continuar, el inciso se antoja necesario. La política suele ser como los malos amigos, esto es, cuanto más lejos, mejor. En el caso que nos ocupa—y preocupa—, no se trata de filias o fobias hacia un determinado partido, no. Se trata de una cuestión tan llana y simple como el sentido común. El mismo sentido que reproduce con ansia una pregunta de difícil encaje y peor respuesta: ¿Qué está pasando con las reiteradas averías de nuestros trenes?

Fíjese si la cosa tiene miga que, bien por el hartazgo o la desidia, hemos convertido lo extraordinario en ordinario. Porque es así. Antes, una avería ferroviaria no era más que una noticia aislada. Hoy, el usuario, antes de salir de casa, tiene que conjurar a toda una legión de fuerzas ocultas para que su tren llegue a buen término; no sin antes, preparar un buen táper con el avituallamiento (por si acaso), y un abanico de lunares (por si más acaso).

Mientras tanto, nuestro ministro de transporte, parece más bien (pre)ocupado de otras cosas que copan su venerable interés, como tuitear de manera compulsiva en la red social X. Y es que Elon Musk tiene en nuestro querido Óscar Puente un filón considerable.

Puestos a seguir jugando, cabría pensar si no es demasiada audacia por parte de nuestros celebérrimos políticos otorgarle al adversario el don de la razón cuando la tiene. Porque está claro que, por muy mequetrefes que sean todos, alguna que otra vez —las que menos— dicen la verdad.

Todo lo demás es llevar el debate político a los bajos fondos, alcanzando cotas de inocuidad en un mundo repartido entre blancos y negros, donde los matices son alardes de un movimiento de contracorriente.

Por eso, querido lector, piénsese muy en serio lo arriesgado de coger un tren en la época que nos ha tocado vivir. Y si insiste en su arrojo, acuérdese de lo que decía Manolo García en una de sus canciones, la cual me complazco a tunear para acomodo del contenido:

“Llévame esta noche a San Fernando, iremos un ratito en tren y otro caminando”.

Gracias por la lectura.