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Desde que en 1834 se estableciera el Consejo de Ministros para el gobierno de España hasta nuestros días —han pasado la friolera de 183 años—, solo tres políticos catalanes han llegado en algún momento a presidirlo. El primero fue el general Prim, que había nacido en Reus (Tarragona) y que presidió el Consejo de Ministros entre junio de 1869 y diciembre de 1870 en que fue asesinado. El segundo catalán que llegó a presidir el Gobierno de España fue Estanislao Figueras, natural de Barcelona, y que fue presidente del Gobierno de la I República desde el 12 de febrero al 11 de junio de 1873, día en el que se largó a Francia, sin ni siquiera dimitir, después de dejarnos una castiza sentencia que retrata de manera muy expresiva lo que fue la política española en aquellos tiempos convulsos: "¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!".

Según declaró Figueras al llegar a Francia, en España estaban “los ánimos agitados, las pasiones exaltadas, los partidos disueltos, la administración desordenada, el ejército perturbado, la guerra civil en gran pujanza y el crédito en gran mengua” (¡). El tercero fue Francisco Pi y Margall, también de Barcelona y asimismo presidente del Gobierno de la I República desde el 11 de junio hasta el 18 de julio de 1873. Y por último, aunque en puridad no se le puede considerar presidente del gobierno, está el general Fidel Dávila Arrondo, también barcelonés y presidente de la Junta Técnica del Estado (especie de gobierno del bando franquista durante la Guerra Civil) desde el 29 de septiembre de 1936 hasta el 3 de junio de 1937.

Si hacemos cuentas vemos que apenas pasa de dos años y medio el tiempo en que el Gobierno de España ha estado presidido por algún político catalán a lo largo de los últimos 183 años. Un período de tiempo escandalosamente breve si tenemos en cuenta la población y el peso específico de Cataluña en la España contemporánea. Baste decir que solo de la provincia de Cádiz han salido hasta ocho presidentes del gobierno, sumando en total casi 12 años de presidencia. Mientras que Andalucía, comparable a Cataluña por el número de habitantes, ha dado 21 presidentes que han gobernado España durante 37 años. La disimetría es brutal.

Durante la Transición —la última vez que los españoles de todas las regiones nos sentimos unidos en la construcción de un proyecto común— ya se intentó aupar hasta La Moncloa al político catalán Miguel Roca Junyent, mediante lo que se llamó la "operación Roca". Pero para asombro y decepción de sus promotores, el fracaso de aquella operación fue estrepitoso a pesar del apoyo material y mediático que recibió por parte de importantes sectores económicos. Por lo que Cataluña, también en estos 40 años de democracia, ha seguido recluida en sí misma sin ejercer en la gobernación de España el protagonismo político que le corresponde. Una falta de protagonismo que quizá esté en la raíz, y al mismo tiempo sea reflejo, del desafecto catalán, sin duda el problema más grave que hoy tiene planteada nuestra democracia.

Pienso que la solución al “problema catalán” ha de venir de la propia Cataluña. Después de tantos años dándonos mutuamente la espalda ya toca que un político catalán presida el gobierno de España. Un político de esa Cataluña moderna, dinámica y económicamente pujante que se sigue sintiendo española a pesar de la presión asfixiante del nacionalismo etnicista. Un político catalán sin mácula de corruptelas, capaz de liderar la reconstrucción de los afectos rotos y la regeneración de España. Hoy existe esa posibilidad. Pero como en cualquier democracia la decisión, cuando toque, la tendremos que tomar los ciudadanos.

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