Una persona fumando marihuana.
Una persona fumando marihuana.

Si preguntásemos a un médico sobre el consumo o no del cannabis, probablemente, desde un punto de vista sanitario, nos diría que habría que desecharlo porque es malo para la salud, especialmente para la mental, salvo en casos de uso paliativo o analgésico, al objeto de aminorar el dolor, como cualquier droga química que se emplea actualmente en ese sentido. De la misma forma que si preguntamos por la ingesta de alcohol nos respondería que habría que excluirla de la dieta por ser una sustancia tóxica que afecta negativamente a nuestro organismo, pero en cambio todos, salvo los musulmanes, la aceptamos socialmente y la consumimos por placer.

Los efectos negativos de la marihuana dependen de la cantidad y de la pureza con la que la dispensemos. Del mismo modo que es totalmente distinto tomarse una cerveza de vez en cuando que beberse una botella de brandy al día. Además de los riesgos propios para nosotros mismos, el consumo de estupefacientes afecta a nuestro entorno, así es una causa muy común de accidentes mortales de tráficos, al igual que el alcohol, aunque este no se prohíba. Es más, el resultado de la mezcla de ambos, alcohol y otras drogas, es explosivo.

No obstante lo anterior, la realidad latente en nuestra nación va por otro camino. A pesar de las prohibiciones de venta y tráfico de hachís, España es el mayor productor y consumidor de cannabis en Europa, superando a un país tan tolerante en esta materia como Holanda. Más aún, desde hace mucho tiempo el autoconsumo, incluso durante el franquismo por la interpretación jurisprudencial que desvirtuaba el sentido literal del antiguo código penal, no está castigado, lo cual ya de por sí es una contradicción: no puedes traficar, ni transportar droga para otros, pero sí consumirla y que otros se lucren por ello. Igualmente, la magnífica climatología de la península hace que el cultivo arraigue fácilmente y se desarrolle muy bien.

Por si fuera poco, la ilegalización está favoreciendo la generación de mafias criminales violentas que mueven ingentes cantidades de dinero negro y permiten, asimismo, que la droga pueda venir adulterada, lo que agudizaría los efectos negativos para nuestra salud. Si miramos los ejemplos de países como Canadá o estados de Estados Unidos, entre ellos California, que han aprobado su legalización para uso recreativo además del terapéutico, no se han apreciado, de momento, efectos perversos en su implantación. Al contrario, la legalización ha supuesto poner orden a una realidad que antes era subterránea y sin control y que ahora ha salido a la luz y, encima, se está desarrollando una incipiente industria en torno a esta iniciativa que genera enormes beneficios fiscales y empresariales. Los estadounidenses ya tuvieron la experiencia de sus leyes prohibicionistas contra el alcohol en los años 30 y ya vieron cómo acabó todo: se consiguió lo contrario de lo que se pretendía. La prohibición de algo placentero, por sí misma, ya es una fuente muy poderosa de tentación y atracción.

Por ello, no veo con disgusto la iniciativa parlamentaria de regular el consumo de marihuana, siempre que esté muy bien organizado y reglamentado y manteniendo la prohibición de hacerlo en público o en la calle, de la misma forma que no se permite el botellón, para evitar el efecto de imitación en menores y personas vulnerables. Con ello, afloraría mucha economía sumergida, se reduciría la delincuencia y sus costes sociales y sería una gran fuente de ingresos fiscales para el Estado que posibilitaría políticas sociales y el pago de nuestras pensiones. Más aún, una parte de ese mismo dinero se podría emplear en campañas de desintoxicación y de información y concienciación de los efectos secundarios.

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