Pedro el cazador de sirenas (y VII)

Pedro, el marinero al que apodaban en sus tiempos de mar el aborto, y al que todos en el sanatorio le denominaban el loco de las sirenas, volvía al psiquiátrico

Un sanatorio abandonado, en una imagen de archivo.
Un sanatorio abandonado, en una imagen de archivo.

Pedro, el marinero al que apodaban en sus tiempos de mar el aborto, y al que todos en el sanatorio le denominaban el loco de las sirenas, volvía al psiquiátrico, después de haber convencido a uno de sus asistentes sociales de las riquezas que atesoraban las sirenas y haber conseguido sustraer de sus dominios varios cofres enteros con monedas de oro. Su compañero de aventuras estaba internado lejos de allí, desposeído de su fortuna por sus avariciosos sobrinos, mientras a él, que había sido encerrado por creer en las sirenas y que de, algún modo, había demostrado su existencia, lo habían vuelto a enrejar porque no interesaba que la verdad se supiera.

Allí, en la clínica, descubrió también que muchas de esas sirenas habían tomado la tierra y estaban en medio de la gente y atraían con sus cantos la atención de los incautos para desviarlos de la observación de los problemas reales de la sociedad. Sin duda pretendían un mundo en donde no reinase la humanidad, turbio y picado, como el mar embravecido de donde procedían. Seguían coleccionando cabezas pero eran más sutiles y peligrosas, porque robaban pensamientos e ideas críticas sin necesidad de aserrar ningún cuello. No dejaban rastro.

En esta ocasión Pedro no tendría más oportunidades de escapar, a pesar de que cada vez en ese manicomio ingresaba más gente creyendo en sirenas asesinas. Ante ello, estrecharon su vigilancia y le impidieron el contacto con el resto de los pacientes para que no contagiase sus planteamientos y reflexiones. La dirección asignó su custodia permanentemente a dos celadoras por turnos las veinticuatro horas del día. No le quitaban el ojo de encima ni hasta cuando dormía para intentar arrebatarle incluso los sueños. Todas ellas tenían un rasgo distintivo del resto: desprendían de su piel pequeñas escamas rosadas y desdoblaban el lenguaje en géneros opuestos.

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