El presidente de la Diputación de Almería, Javier Aureliano García Molina, y otros colaboradores, todos ellos dirigentes del Partido Popular, han sido detenidos tras descubrirse que habían organizado una trama para enriquecerse con la compra irregular de mascarillas y otro material sanitario durante la pandemia.
El nuevo escándalo y la detención de estos políticos de la derecha está siendo utilizada por diversos periodistas reconocidos por su ideología claramente de izquierdas, así como por políticos de las mismas corrientes, para pedir la dimisión del presidente de la Junta de Andalucía y secretario general del Partido Popular en esta comunidad, Juan Manuel Moreno.
Yo estoy completamente de acuerdo con esa demanda. Me parece que el responsable máximo de una organización y sobre todo cuando tiene los plenos poderes con los que hoy día cuentan los de los partidos políticos, ha de asumir las consecuencias de su falta de vigilancia. Debe pagar también por haber puesto a personas corruptas en cargos de máxima capacidad de decisión sobre recursos públicos y de su total confianza.
No es creíble que el secretario general de un partido desconozca a las personas que él mismo señala para que le acompañen en su andadura política, que no haya averiguado sus virtudes y defectos, sus fortalezas y debilidades, antes de elegirlas. Y si no lo ha hecho, aún es más grave. Y lo mismo se puede decir sobre el seguimiento de la actividad que llevan a cabo sus subordinados: cuesta pensar que no haya establecido algún tipo de control para saber lo que están haciendo; y, si no lo establece, también resulta aún más censurable.
Un dirigente político honrado debe asumir su falta de vigilancia y retirarse
Suscribo por esas razones la petición de dimisión que se le hace a Juan Manuel Moreno tras el descubrimiento de una trama de corrupción orquestada por uno de sus colaboradores más directos, a quien confió responsabilidades no sólo en el PP de Almería, sino a nivel andaluz e incluso nacional. Creo que un dirigente político honrado, enemigo de la corrupción, demócrata y limpio debe asumir su falta de vigilancia cometida y retirarse. Sobre todo, cuando se roba a la gente común y corriente a la que mientras se le está diciendo que no hay dinero y que hay que apretarse el cinturón.
Un dirigente político como Juan Manuel Moreno que sigue en su puesto cuando se descubre que personas a las que había dotado de gran poder de decisión se han corrompido y robado, se corrompe a él mismo. Y al asumir su responsabilidad amplifica el dramático efecto social que tiene la corrupción, pues contribuye a que la gente compruebe que, cuando aparece, "no pasa nada" porque los de arriba salen indemnes.
Creo, pues, que Juan Manuel Moreno debería mostrar algún gesto y, al menos, dimitir como secretario general de su partido.
Lo que me diferencia de los periodistas y políticos de izquierdas que con más ahínco están pidiendo ahora la dimisión de Moreno es que ellos y ellas no reclamaron lo mismo cuando el caso afectó a Pedro Sánchez. Entonces, subrayaron su rápida respuesta y se insistió en que se trataba de casos aislados que no afectaban al conjunto de su partido. Yo expuse en dos artículos de junio y julio pasado que Pedro Sánchez debería presentar su dimisión tras descubrirse los escándalos de corrupción de dos de sus máximas personas de confianza en el partido. En las redes y de viva voz, personas que ahora piden la dimisión de Moreno me dijeron entonces que exageraba y que así estaba haciendo daño a la izquierda y al gobierno progresista.
Ni Pedro Sánchez dimitió, ni va a dimitir ahora Juan Manuel Moreno. Son dos secretarios generales de dos partidos políticos cesaristas, en donde nada importante se puede hacer sin su decisión previa y conformidad. Y ese es el verdadero problema que hace que la corrupción brote como setas a nuestro alrededor. Es imposible evitarla con partidos de ese tipo, sin organizaciones verdaderamente democráticas, sin militancia activa, poderosa y con capacidad efectiva de decisión. Sin partidos imbricados estrechamente con la población que huelan lo que sucede en la calle, perciban los sentimientos de la gente, los hagan suyos y actúen para cortar de raíz la mala hierba, con capacidad de forzar si hace falta la voluntad de sus jefes si se están equivocando.
Terminaremos asfixiados
Cuando se conocen los efectos de las políticas que hace la derecha y se comprueba que siempre benefician a los grupos más ricos y ya poderosos, hay que ser muy ingenuo para creer que sus partidos van a ser realmente populares y democráticos, aunque elijan esos términos para denominarse, justamente porque necesitan aparentar lo que realmente no son.
En el caso de las izquierdas, el cesarismo y la falta de democracia y de militancia auténtica en el seno de sus partidos es mucho más grave pues se supone que de verdad quieren defender los intereses de la gente corriente. Como también lo es que continuamente aparezcan casos de corrupción cuando gobierna.
Es por eso que los periodistas tan influyentes que recurren a la doble moral para condenar la corrupción del adversario y pasar por alto la de los propios, no hacen ningún favor a nadie. Me atrevería a decir que son una partícula más del aire de corrupción que nos ahoga porque ya es verdaderamente asqueroso e irrespirable.
O la ciudadanía honesta que no roba ni necesita vivir del privilegio para ser feliz y salir adelante se levanta, sin distinción de ideologías ni de preferencias políticas, diciendo basta ya de corrupción y frena a los corruptos, o terminaremos todos asfixiados.
