El cartel de la Macarena y la Veneno es transfobia, no transgresión

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Cartel difundido por Adelante, con la Veneno con los ojos de La Macarena.

Antes de empezar a escribir este artículo diré que siento las imágenes religiosas como propias, por afecto, porque me emociona el arte y porque nada de lo que le guste a mi madre me es ajeno. Diré también que la Semana Santa me parece una de las obras colectivas más sublimes de la cultura popular andaluza.

Incluso soy creyente, pero a pesar de todo ello el cartel elaborado por Anticapitalistas, el partido de Teresa Rodríguez, no me ha ofendido por mis sentimientos religiosos. Mi ofensa es por el tratamiento otorgado por los de Teresa Rodríguez a La Veneno, una mujer transexual que murió siendo un juguete roto, abandonada, que una serie de televisión la ha rescatado y transformado en producto audiovisual que representa todo el sufrimiento que las personas trans han sufrido a lo largo de sus vidas. A las personas trans, la sociedad históricamente les ha permitido ser putas, artistas o transformistas, pero no camareras, políticas, barrenderas, oficinistas, abogadas o esposas presentables a la luz del día.

El cartel, lejos de ser un diseño transgresor, convierte a La Veneno en un icono del circo, de la hipersexualización, de la mofa y de la burla. Me imagino a los militantes de Anticapitalistas pasándoselo pipa mientras le ponían a La Veneno la corona que porta la Macarena. ¿Por qué no han usado a una mujer o a un hombre no transexual? Básicamente, porque el significado hubiera sido distinto y porque no hubiese causado provocación. Las personas trans sólo son útiles si provocan y responden a cliché.

Lo que ha hecho el partido de Teresa Rodríguez es justamente convertir a La Veneno en una parodia, en un espectáculo, en un icono de la irreverencia, en protagonista de un acto que provoca carcajadas solamente en quien considera que las personas trans viven en el cliché que dibuja para ellas la sociedad que las ha enviado al subsuelo de la sociedad. Lo que consigue la ilustración es justamente situar a las mujeres trans en el lugar de donde están luchando para salir.

Se ha sabido por los medios que, tras la expulsión de los diputados afines a Teresa Rodríguez al grupo de no adscritos del Parlamento andaluz, Anticapitalistas cuenta con liberados políticos pagados con el dinero público de la Cámara andaluza. ¿Saben cuántas personas transexuales hay contratadas entre ese personal de confianza de Teresa Rodríguez? Ninguna. Cero.

Si tan libre es la Andalucía que defiende Teresa Rodríguez, ¿por qué no contrató a alguna persona transexual para realizar las tareas que realiza el personal de confianza de un partido político? O más radical y coherente aún, ¿por qué Teresa Rodríguez no presentó a ninguna persona transexual en las listas de Anticapitalistas para que fuera diputada en el Parlamento andaluz? O más fácil, ¿cuántas personas trans son portavoces visibles en el partido de Teresa Rodríguez?

Las personas trans han trabajado históricamente como transformistas en las discotecas para hacer reír al respetable, pero curiosamente nunca estaban detrás de la barra como camareras, de administrativas o de limpiadoras. Las personas trans no forman parte del personal de confianza ni han sido candidatas del partido de Teresa Rodríguez, pero sí son útiles para ser utilizadas como reclamo de la provocación, la risa, la burla y la mofa. Justamente lo que la serie Veneno, dirigida por Los Javis, ha conseguido denunciar a través de un producto audiovisual que se ha convertido en mainstream.

Por lo que luchan las personas trans no es por seguir siendo personajes, sino por ser personas, sujetos de derechos, seres humanos con ciudadanía plena. Lo que ha conseguido la serie de La Veneno es denunciar la hipocresía de una sociedad que se reía de las mujeres trans mientras le negaba sus derechos más básicos a la salud, la educación, el empleo.

La lucha de las personas trans es por dejar de ser utilizadas como monos de feria, como herramienta para el escarnio, como personajes burlescos y provocativos para la diversión de las mentes bienpensantes. Las personas trans están hartas de ser siempre las que hacen reír, las que provocan escándalo, las que están en los márgenes y las que ven vulnerados sus derechos más básicos de ciudadanía mientras, creyéndose muy transgresores, se reproduce en un cartel el destino que la sociedad permite a las mujeres trans.

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