Banderas republicanas ondeando en un edificio, en una imagen retrospectiva. FOTO: MANU GARCÍA
Banderas republicanas ondeando en un edificio, en una imagen retrospectiva. FOTO: MANU GARCÍA

Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia (...), con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano.

Antonio Machado (14 de abril de 1931 en Segovia).

Ni el tiempo transcurrido, ni el alevoso olvido que sobre la Segunda República se llevó a cabo desde el final de la dictadura, han podido con el recuerdo y la memoria de aquel martes 14 de abril de 1931 convertido, para muchos, en referente de anheladas ilusiones y de un esfuerzo colectivo para modernizar España.

Ilusiones y trabajo colectivo que se vieron brutalmente cercenados cinco años después por un violento golpe militar contra el poder legalmente constituído, y que dio lugar a una guerra civil, a una durísima represión que aniquiló personas e ideales, y a una dictadura de casi cuarenta años. De nada sirvió la llegada de la democracia para restituir, al menos, la verdad de lo ocurrido.

En ese momento nacimos de la nada. Un denso silencio, una manipulación sostenida y un ocultamiento absoluto, auspiciados desde "el poder del llamado consenso" a lo largo de estas últimas décadas, logró que esta democracia vigente haya quedado suspendida en el aire sin conexión alguna con ningún pasado asumido desde el cual avanzar. Y que en amplias capas sociales la palabra República quedase asociada a guerra, violencia, desorden e inestabilidad.

Aún persiste, aunque parezca mentira, esa asociación. Casi 40 años de democracia no han acabado —porque no han querido acabar— con las ideas y mensajes esgrimidos por los casi 40 años de dictadura. La palabra República continúa siendo, para muchos, tabú, aunque prácticamente la totalidad de la población actual no había nacido o era muy pequeña en 1931. ¿Cómo es posible? Inoculación de miedos (*) y falsedades oficiales construidas como sólidas verdades que hasta aquí nos han traído. Se ha logrado poner en el mismo plano los conceptos de Monarquía y República, vacíos de contenidos.

La elección entre una y otra —se nos dice—, es un tema baladí. Incluso se compara cual de las dos nos resultaría menos costosa económicamente. ¡Todo un argumento para su elección en una democracia que se tenga como tal! Claro está que nuestra Monarquía, dechado de virtudes, es de las más baratas del mundo mundial. Eso nos dicen. Otra falsedad construida como sólida verdad que conduce, en este caso, a mantenernos como estamos "mientras funcione". Cuando se apostilla ese " mientras funcione", ¿qué se está queriendo decir? De nuevo la ambigüedad y una aparente y falsa desideologización.

En esta España del euro (una de las escasísimas cosas que nos unen de verdad a esa Europa tan distante en muchísimas otras), se puede hoy decir sin que se mueva un músculo de la cara que se es monárquico de mente y republicano de corazón. Insólita ambigüedad, por llamarla de alguna manera, y que es el resultado de toda una larga época mentirosa, confusa y turbia. Porque solo desde la opacidad se han podido ir tejiendo los mimbres simulados que nos hiciesen creer una historia reciente adulterada y amañada.

La República supuso una bocanada de aire puro. Un deseo de renovación basado en vigas maestras del pensamiento republicano como la cultura, las libertades, la inteligencia y la justicia social. Supuso una ocasión para abandonar la larga noche de los tiempos posibilitando el surgimiento de una ciudadanía. Aquel intento de lograr una España equitativa, europeista, progresista y laica, fue hecho añicos y despedazado brutalmente por las fuerzas atávicas de esos poderes, siempre al acecho, con objeto de no perder nunca su primacía y sus esencias. Nunca.

Aún así, no se rompieron los sueños ni los ideales. 84 años después, muchos de aquellos sueños e ideales cercenados violentamente, permanecen izados en el horizonte presente. Nos decía Manuel Vicent en una de sus columnas: "El recuerdo de la Segunda República estará siempre asociado a las flores de acacia de mitad de abril, a la niña bonita del azar, a una primavera inevitable, que se remueve cada año como un lugar iniciático a donde uno debe volver para regenerarse políticamente".

Firmado por José Antonio Espinosa Maestre.

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