Una carta de amor.
Una carta de amor.

Hoy debería estar escribiendo sobre el inicio de la campaña electoral en Andalucía, y decir que, más que nunca, estas elecciones deberían ser andaluzas, porque son unas elecciones para decidir cómo debe ser la gobernanza en Andalucía y para las personas que viven aquí, pero sobre lo que voy a escribir es sobre una carta de amor. ¿El motivo? A la política y a la gobernanza les hacen falta mucho amor. Amor del bueno.

Regresaba a mi casa, rayaba la media noche, sonaron las campanas de las iglesias cercanas y la ventana de una casa amiga estaba abierta, aunque nadie acodada. Las calles vacías y tranquilas. Entré en mi calle. Descubrí a una joven sentada, escribiendo a la luz de la farola, una joven a la que conozco de vista, me conoce, y nos hemos saludado muchas veces. Le pregunté si estaba trabajando en algo. Me dijo que no, que estaba escribiendo una carta, pregunté si una carta de amor, me dijo que sí.

Me dijo que estaba escribiendo una carta a su novio porque ella se había comportado estúpidamente y le corrieron las lágrimas por sus mejillas. Estaba sentada en el banco que tiene un café para su terraza, escribiendo sobre una mesa que estaba encima de otras dos, le pregunté si podía sentarme, en la silla apilada sobre las otras sillas. Dijo que sí. Seguimos conversando. Me dijo que escribía aquella carta porque quería explicarle a su novio que a veces hacemos cosas con las que nosotros mismos no son sentimos bien, que ni siquiera haríamos, pero hacemos. Me dijo que su comportamiento había sido tonto y que deseaba que volvieran a estar juntos. Sus lágrimas volvían a correr por sus mejillas cuando hablaba de su comportamiento tonto, de su deseo de que pudieran hablar de lo ocurrido y volver a estar juntos. Las carta era extensa, sobre papel.

Conversamos sobre la posibilidad de que su novio no quisiera volver a estar con ella de novios, a pesar de lo cual ella quería escribirle esa carta, explicarle, disculparse, hablar de su cariño hacia él y de la alegría que estar con él le produce. Hablamos, también, de que nuestro amor hacia otra persona es algo nuestro, que está en nuestro corazón, y que ese amor nuestro no es menor ni peor si se da el caso de que no recibamos el reconocimiento amoroso del otro a quien amamos. Hablamos de que es importante no olvidarnos de que nuestro amor es nuestra capacidad de amar, aunque a quien queramos tener cerca no nos ame a nosotros o no quiera estar más con nosotros. Que nuestro amor es nuestro y se lo damos a quien queremos: los otros también.

Su tristeza era profunda, sus lágrimas brotaban de lo más profundo, en silencio, que es la tristeza más severa; pero no lloraba por la posibilidad de no ser más amada por su novio, lloraba por su comportamiento. Lloraba porque no estaba segura de poder reparar el daño que había hecho. Yo estaba conmovido. Su valentía me conmovía. Me emocionaba su manera reposaba de actuar, íntima, sincera. La escena, con todo su significado, me mostraba una hermosura intensa.

Me despedí diciendo que podía tocar el timbre de mi casa siempre que quisiera, que no dudara si lo necesitara. La dejé escribiendo.

Subí a mi casa. Me puse a escribir esta carta de amor a esa joven. Me puse a escribir. A muchos les podrá sonar cursi que la política debería ser un acto de amor, que el amor es nuestra capacidad de amar a los otros. Todo se ha ido reduciendo a relaciones de poder, al deseo de alcanzar posiciones de dominancia, a estrategias para no decir lo que deseamos, lo que buscamos, lo que escondemos o negamos. El maquiavelismo ha impregnado todo en nuestras vidas. El amor se ha convertido en una batalla, hace mucho; al mismo tiempo que la política, seguramente. Por eso aquella frase, haz el amor y no la guerra, tuvo tanta importancia; la sigue teniendo. Toma el amor como amor y sepáralo de las batallas, de las estrategias. Toma la política como el modo de evitar las guerras. Toma el amor como algo real, incluso pasajero, y disfrútalo el tiempo que se quede, que puede ser mucho, que puede ser siempre, o no.

Humanizar la política es pensarla con amor. Todas las cosas humanas deberían recuperar el amor. Un amor real, y no romantizado, donde tenemos derecho a ser nosotros y a defendernos si llegara el caso. Solidaridad es amor. Respeto es el fundamento del amor y debería serlo de la política. Honestidad. Parecería que yo estuviera hablando de la fachada de nuestro Ayuntamiento, repleta de figuras que representan las principales virtudes del ser humano.

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