Carne de hospital

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Por razones que ya no vienen al caso, porque todo ha salido bien, Beíta, mi pequeñita, ha estado cinco días en el hospital. Como en todo hospital público, se comparte habitación y, ya sabéis, es una lotería. Te puede tocar una familia maravillosa, una familia ruidosa, un chico solitario al que nadie viene a ver, en fin, gente. Pues la vida, a veces cruel, a veces bromista, a veces simpática y a veces simplemente vida, nos colocó en una planta con personas de todo tipo, no sólo niños (algunos sabéis que parte del Hospital de Jerez salió ardiendo). Esa vida nos trajo a Alvarito a nuestro lado, a Alvarito y a sus padres.

Álvaro es un pequeñajo de tres meses que nació con muchos problemas, más de los que podáis imaginar, su padre me comentaba “es el niño de los males”. Algunas operaciones, cientos de complicaciones, noches sin dormir y sufrir, “pero ahí está el tío, luchando”, su papá lo señalaba orgulloso. Alvarito, en su corta vida, ha salido del hospital seis días.
Es increíble la capacidad del ser humano de convertir cualquier sitio en su casa. Una habitación de hospital, en dos días, ya refleja la personalidad de sus inquilinos. De los padres de Alvarito aprendí a ponerme cómodo para dormir en el sillón, a traerme el pijama de casa. Te resistes un poco a hacerlo, porque pretendes estar el menor tiempo posible, pero los días pasan y te das cuenta de que tienes que hacerte con el sitio o el sitio se hace contigo. 

Pasaron un par de días y veíamos como Beíta mejoraba y Alvarito no lo hacía, los médicos intentaban paliar sus complicaciones, complicaciones que le acompañarán siempre en su camino, “carne de hospital”, escuchaba de boca de unos y de otros. Y empieza a invadirte un sentimiento de culpa, porque tú tienes suerte y ellos no. Porque en dos días, en un hospital, con gente buena como la que nos tocó, te da tiempo a conocer sus vidas y a ellos la tuya, empatizas. Con gente buena todo se puede. Nos ayudamos, “coge tú ese butacón que es más cómodo”, “he comprado el Sport, échale un vistazo a tu equipo, qué vergüenza”, “compramos una tarjeta de TV a medias y vemos la final”, se crea una amistad.

Conoces más gente y conocimos a Tere. Una mente de 8 años en un cuerpo de 22, venía a visitar a Alvarito y a Bea, a pesar de su problema tiene un instinto materno muy pronunciado y quería cuidar de los dos (y ver las pelis que yo ponía a Bea en el portátil antes de dormir). La madre de Tere hablaba mucho con los padres de nuestro vecinito, ofreciéndoles consejo, contándoles su calvario... un poco de terapia para ella y una valiosa información para ellos, “carne de hospital”, volvía a salir la expresión. Y el sentimiento de culpa se hace más grande.

Llega el día y Bea, que es una niña sana, se recupera casi al 100% y nos dan el alta. En el momento de la despedida nos damos los teléfonos, quiero saber, no, necesito saber qué será de Alvarito y de sus padres. Nos decimos adiós y, aunque lo único que quiero es salir corriendo y llegar a casa, recorremos el pasillo hasta el ascensor andando muy lentamente, como no queriéndonos ir. Y es que, en realidad, nuestro corazón no se quiere ir porque se deja allí un cachito. Se abre el ascensor y lloro.

Eloy Baztarrica

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