Las cañas que no tomamos

Como sucediera veinte años atrás, no perdemos el contacto, pero no nos resulta fácil vernos en persona y charlar un rato cara a cara

Unos amigos tomando cañas en una terraza. FOTO: THE BLUE TANGERINE.
23 de mayo de 2025 a las 08:17h

En el año 2000 mis amigos y yo decidimos que en la Nochevieja del 2020 quedaríamos en la Puerta del Sol para reencontrarnos y pasar juntos esa última noche del año. Pensábamos por entonces que, en el transcurso de esos veinte años, la vida nos llevaría por caminos muy diferentes y que perderíamos el contacto y casi la amistad. Nos imaginábamos buscándonos por las esquinas de esa plaza madrileña, casi sin reconocernos por los años transcurridos, sin saber nada los unos de los otros, y suponíamos que nos pondríamos al día de nuestras existencias mientras bebíamos champán y vasos de cerveza.

Pero la verdad es que no fue así. Sí sucedió el hecho de que nos viéramos en la Puerta del Sol durante las campanadas de ese Fin de Año (admito que nos quedamos en una calle aledaña porque había demasiada gente para llegar a la plaza), pero no ocurrió eso de que perdiéramos la amistad y de que cada uno llegara por su cuenta y riesgo a Madrid. De hecho, fuimos todos hasta la capital en el mismo coche, escuchando la música que siempre nos gustó y compartiendo sobres de jamón que llevó el más desprendido de nosotros.

El paso del tiempo no pudo separarnos y, durante todos esos años, seguimos siendo tan amigos como lo fuimos siempre. Pero hay algo que, si bien el tiempo no pudo destruir, a veces parece que lo harán otros factores de la vida moderna: el exceso de trabajo, las prisas, el cansancio, la responsabilidad desmedida, todas las obligaciones con las que carga a sus espaldas una persona adulta.

Y cada vez cuesta más que nos veamos, cada vez es más difícil quedar para tomar una simple cerveza, reunirnos para echar un café y contarnos los problemas o, tan solo, para soltar un hatajo de chorradas. Hablamos cada día por whatsapp, y eso está bien. Nos damos una buena ración de carga, ese pegamento extraño que une las amistades en Andalucía. Como sucediera veinte años atrás, no perdemos el contacto, pero no nos resulta fácil vernos en persona y charlar un rato cara a cara.

La vida actual es un caballo desbocado al que no somos capaces de domar. Nos lleva de un lado a otro dando brincos. A veces disfrutando, sí, pero sin ser capaces ni por un instante de detenernos a mirar el paisaje. Y creo que eso es justamente lo que de vez en cuando debemos hacer: detenernos y mirar a nuestro alrededor. Admirar la belleza de lo que nos rodea y valorar la amistad de los que nos acompañan.

Y debemos saber que, a veces, no es el tiempo lo que rompe las cosas, sino la falta de atención. Y yo sé que volveré a despistarme, porque no es sencillo salir de la espiral de locura en la que nos zarandea nuestra vida. Pero intentaré que sea la menor de las veces. Porque las cañas que no tomamos, como los besos que no se dan, se pierden para siempre.