Bowie.
Bowie.

Siempre voy a recordar el 7 de enero por una frase que me salió del alma. Hace cuatro años justos, después de una plácida navidad, hice la maleta y partí de vuelta a la facultad entre lágrimas, como quién fuera a la guerra. Casi a las 9:30 de la mañana esperaba el ascensor que me llevara al aula 41. Dispuesto también a subir, ya que era él quien debía darnos la clase, llegó a mi lado Juan Torres, catedrático de la US. Por aquel entonces no conocía a muchos profesores, y a otros no lo suficiente, por lo que Juan Torres era mi favorito por varias razones. Tenía un poco de confianza con él, antes de las vacaciones incluso le vendí una participación de la lotería de navidad de la UJCE. Como es normal, me saludó, sonrió y me preguntó qué tal. Con medio nudo en la garganta solo supe responderle: “Todo lo bien que se puede estar un 7 de enero”.

Los días siguientes tampoco es que fuesen los mejores de la historia. Juan nos dio una clase sobre burbujas financieras y un par de amigos míos y yo acabamos pensando que el sistema y el mundo se acababan. La paranoia duró un mes. Encima, David Bowie murió, lo que fue otra patada. Unido a una tralla de exámenes hasta el 2 de febrero, mi principal contacto con la humanidad y consuelo era poder ver El Intermedio. Es así como los días se sucedían sin mucho cambio, excepto cuando publicaban a goteo las notas de los exámenes que habíamos hecho. Entonces te permitías gastar una hora de tu tiempo en celebrarlo.

Si tampoco lo recuerdo mal, el primer examen de verdad que tuvimos fue el 17 de enero. Nos repartieron a los cuatro grupos en dos aulas semi-magnas. Separación de un sitio y todas las filas llenas. Yo creía que iba lo suficientemente preparado (y lo iba) así que me permití bromear con mi amigo Medrano, que estaba sentado a mi lado. “Esto parece que vayamos a salir de una trinchera de la Primera Guerra Mundial. Agárrate que estamos en primera fila.” Entonces fue cuando nos dieron la orden de darle la vuelta al examen como quien avisa para inicial la ofensiva. La profesora añadió: “Como podréis ver el examen es fácil, fácil, fácil. Vaya, de barrio sésamo. Quien no apruebe que se replantee esto.” Suspendió el 83% de la clase. Lo gracioso fue que hasta última hora todo el mundo creía que había aprobado.

Lo mejor de escribir, es que todos estos momentos no se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Ahora es mi hermano el que debe salir de la trinchera a la orden de darle la vuelta al folio. Y si algo tuviera que enseñarle a él y a quien acabe de aterrizar en la universidad es que el miedo, el terror, la soledad y la tristeza post-navidad pasan. Enero es un bautizo de sangre, que vivido una vez, si no te mata te hace más fuerte. Con el tiempo y la sucesión de eneros, junios y septiembres te conviertes en el veterano que se siente incluso cómodo volviendo a la lucha. Lo prefiere, es su modo de vida.

Aunque creamos haberlo superado, siempre existe el miedo a lo desconocido. Vivimos en pleno cambio. Otra de las razones por las que me encanta rememorar estos momentos es para compararme y ver como he cambiado, ya fuera voluntad mía o un palo más de tantos. Como bien decía Bowie al respecto de los cambios, vuélvete y enfréntate a lo extraño. Quizá el tiempo puede cambiarme, pero no puedo cambiar al tiempo.

Vamos de pleno a adentrarnos en lo desconocido, y lo no tan desconocido. Expectante estoy está mañana por ver como acaba la investidura en el congreso. Hasta ahora las intervenciones de algunos portavoces han sido dignas del show más estrafalario. He aquí quien no lleva bien el miedo y la derrota. Encima la nueva temporada del culebrón en Cataluña empieza fuerte. A los del verde y azul, y a los pocos que queden del naranja, no pongan tan rápido el grito en el cielo por un gobierno de izquierdas. Apagad la mente, relajaos y flotad en el agua. No es morir. Sus problemas se solucionarían si fueran racionales, pero lo quieren todo.

Temas serios aparte, quién sabe que cambios nos esperan en 2020. El otro día mi viejo amigo Abraham escribía que todo el mundo estaba feliz de que volvieran los años 20 y el art déco. Pero que no, que el nuevo estilo artístico sería el ciberpunk. Sí, claro. Porque tú lo digas. Viva el art déco. Pero bueno, si acaban poniéndose de moda las gorras con luces fluorescentes no me quedará otra que tragármelo. Mala suerte.

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