Ya fueron arrancados cien mil olivos para plantar placas solares. (Las placas no se plantan, unos las prohíben y otros las instalan “para producir energía verde”). O eso dicen. Pues para producir energía verde se suprimen árboles, que son más verdes, purifican el aire, cuidan el suelo, evitan la erosión y lo mantienen en buen estado y alimentan aves insectívoras. Y son un magnífico beneficio para la salud, la alimentación, la cosmética, y la economía. Pues parecen ser —son— mucho más rentables que las placas.
El arranque de árboles no se sostiene, y la razón argüida más bien parece una argucia que una explicación sostenible, como sí lo es la energía verde. La energía, sí. Arrancar olivos para mantener el negocio de las eléctricas, no debe ser el primer objetivo de la energía, menos aún de la verde. Se comprende que las eléctricas se resistan a minorar un solo céntimo de sus beneficios. Pero la electricidad es una necesidad, un derecho, un servicio, igual que la vivienda, la sanidad o la enseñanza, dónde tampoco debería primar el interés de grandes empresas y lobbies sobre el de la ciudadanía. Pero lo peor, lo más grave y doloroso es la ayuda de los gobiernos, en este caso el andaluz y el estatal. Porque esa colaboración ¿a cambio de qué se otorga? La mayoría silenciosa, que ya está bien de ser silenciosa frente a las empresas licenciosas, las que se auto otorgan licencia de corso para quedarse con todo cuanto se les ponga por delante, la mayoría, el pueblo, no puede canjear su vida por un plato de lentejas. El orden de prioridad tiene que estar siempre, forzosamente, a favor de la mayoría, que ni debe ser silenciosa, ni expresamente consumidora, tributante ni votante. Estas tres palabras son las que deben tener contrapartida.
“Todos queremos más”, como decía la canción. Pero las eléctricas, como todos los lobbies y grandes grupos, los que Roosevelt combatió para impedir su conversión en demasiado grandes para dejarlos caer, como los bancos están vendiendo el beneficio del tamaño, pero en el caso de los segundos se callan que sólo ellos obtienen beneficio a costa de “gastos de gestión” y otras menudencias, pues las eléctricas se apuntan a la energía verde, pero en vez de trabajar en búsqueda del lugar adecuado, se quedan en cualquier sitio. A este paso un día querrán derribar media ciudad para seguir controlando la producción, distribución y venta de electricidad.
Sin embargo la energía solar, además de inagotable y barata —esto último si no está controlada por las compañías eléctricas— es la mejor ocasión alcanzada para librarse del oligopolio de las eléctricas. Sí sufriera su economía, eso sí sería realmente resultado del juego de la oferta y la demanda. Pero el interés general siempre debe primar sobre el privado. La energía solar tiene un magnífico mercado: construcciones aisladas y viviendas de una o dos plantas, ya sean chalet o adosados.
También son posibles en viviendas colectivas, en tejados, azoteas e incluso fachadas soleadas, es decir fachadas orientadas al sur y sobre todo en plantas altas. No permitamos ahora la venta del puesto de trabajo, porque seguro que el consumo particular precisa mayor cantidad de empleo que las super-crecidas productoras y vendedoras de electricidad. Y para no tirar energía ni quedarse sin suministro, existen las baterías, que seguirán bajando de precio en la misma medida en que aumente su uso. Y también crean empleo, bastante. Sólo hace falta que las administraciones demuestren su valía, su interés, su capacidad de perseguir lo mejor para todos, y se dediquen a promover el uso individual de la energía limpia, lo que también supondrá dejar de empequeñecer nuestra economía pagando el recibo inflado y arrancando olivos, dónde viven y anidan las aves que luego limpian campos y ciudades de insectos dañinos.
Y el gobierno, los gobiernos, como representantes de toda la ciudadanía siempre deben defender las necesidades de la mayoría, no el interés de las grandes eléctricas.
Por eso volvemos a la pregunta del principio ¿a quién beneficia el arranque de olivos para colocar placas solares? A las ciudadanas y los ciudadanos, desde luego, no. Rotundamente no, más bien todo lo contrario.
