Más vale morir de pie

"El Gobierno, que en ocasiones ha dado la impresión de estar perdido, demuestra más cordura que la oposición. A los políticos de pacotilla no les importa si funciona el país o no"

Una imagen de los miembros del Gobierno de España, con Pedro Sánchez al frente. MONCLOA
Una imagen de los miembros del Gobierno de España, con Pedro Sánchez al frente. MONCLOA

La izquierda continúa legitimando a la derecha. O a lo mejor no, porque hay que preguntarse si se es de izquierda sólo porque así lo afirmen quienes pretenden ocupar ese espacio. Zapata, uno de los grandes y escasos revolucionarios auténticos, se escandalizó, y dio marcha atrás cuando, tentado por su recién estrenada situación de poder, estuvo a punto de actuar contra los que reclamaban derechos, de la misma manera con que los anteriores habían actuado contra él. El poder teme a la crítica; encumbrados en su propia nube festejan y practican la erótica hasta creerse infalibles. Sin embargo fracasa todo político desviado, apartado de la línea marcada por expertos. Que además de tener asesores es sano hacerles caso. Será el recuerdo del héroe mexicano, rememorado por “el guerrillero eterno” otro defensor de la libertad: más vale morir de pie que vivir de rodillas.

El Gobierno, que en ocasiones ha dado la impresión de estar perdido, está demostrando mucha más cordura y coherencia que la oposición. A los políticos de pacotilla no les importa si funciona el país o no; pero no van a disculparse, que rectificar es de sabios. En comprensible, no son sabios. Ni lo aparentan, por tanto ni les preocupa acercarse un poco. La oposición en el Estado español llega a recurrir incluso a lo más ruín: utilizar a los muertos en su enfrentamiento visceral y personal. Negados al diálogo, muy a tono con su dinámica —si al menos tuvieran ideología habría sobre qué discutir— pretextos fútiles, palabrería y contradicciones consigo mismos y con lo que vienen votando de forma habitual, es el mayor desprecio al pueblo del que luego se les llena la boca, cuando ya han llenado “otras cosas”. Y les importa menos que nada votar contra el bienestar de ese mismo pueblo. Puede que quien sea tan ruín como ellos apoye la verborrea y el nulo interés en plantear soluciones eficaces. Pero los errores de unos no justifican los de otros y alguien debería poner algo de cordura en este diálogo de sordos, en que “algunos” ponen la sordera y arrojan el aparato lejos del oído.

No hacía falta recuperar aquel “Spain is different”, porque no es bueno ser distinto con cuanto sea o pueda ser útil. Así, valga como ejemplo, no tiene sentido autorizar la apertura de establecimientos mayores de 400 metros cuadrados, sino todo lo contrario. Porque son los grandes dónde con más facilidad pueden darse aglomeraciones, dónde es más fácil correr riesgo de cercanías inconvenientes. Sólo en pequeños establecimientos se puede garantizar un solo cliente por vez, a lo sumo dos si la cabida lo permite. Si se defiende el empleo, no se olvide que el pequeño comercio emplea al triple del grande. En proporción, por cada puesto de trabajo de una gran superficie, el pequeño comercio da empleo a tres. Por tanto no hay por dónde coger aquel intento. O las librerías, ferreterías, calzado, ropa… ¿Han visto los políticos alguna librería abarrotá alguna vez? Si lo afirman descubren no haber visitado nunca ninguna.

Clara es la fobia de los políticos a la cultura, fobia nefasta, más nefasta aún ampliada a todo un numeroso grupo de pequeños comerciantes que dependen de abrir su tienda para vivir y para mantener el empleo en mucha mayor proporción que los grandes. Es misión, deber, obligación de la oposición descubrir y denunciar todas las miserias, errores y horrores del gobierno. Convertir el Parlamento y los medios de comunicación en un “show”, en uno de los más alocados “relitys”, sólo demuestra la mayor y más negativa ausencia de interés en los problemas de Estado.

En situaciones límite los partidos que no están en el poder deben ofrecerse a encontrar soluciones, colaborar en esa búsqueda. Limitarse a criticar, incluso con mentiras expresamente montadas, rechazar medidas benéficas para la mayoría de la población, demuestra una ruindad digna de rechazo. Cuando el rechazo a medidas justas se produce por necesidad de defender los intereses del muy alto capital, por ejemplo, cuando se labora para impedir el control de los precios de la electricidad, se cae en una innombrable falta de patriotismo capaz de anular cualquier crítica razonable que se pudiera hacer,  eventualmente.

Dar palos de ciego legitima a “los otros”, (la falta de ideologías impide definir de otra forma). Entiéndanse los errores producto de la situación, de la tensión, de la inexperiencia que nos inunda, no deben alcanzar a la ambición cegadora de “unos”, pero menos de “otros”. El Estado necesita diálogo, no criticar simplemente para derribar al gobierno.

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