Artículo de opinión escrito por Rafael Sanmartín, titulado 'Maldito protagonismo'. En la imagen, biblioteca del Museo de la Autonomía (Coria del Río), en una imagen de archivo.
Artículo de opinión escrito por Rafael Sanmartín, titulado 'Maldito protagonismo'. En la imagen, biblioteca del Museo de la Autonomía (Coria del Río), en una imagen de archivo.

Las primeras manifestaciones después de cuarenta años en silencio obligados por “el palito de abollar ideologías” según Mafalda, solían gozar de una asistencia numerosa que hacía pensar en las necesidades populares y las ganas (reprimidas) de luchar por ellas. En especial la del 4 de diciembre de 1977, un aviso de tanta importancia por su enorme resonancia. Tanto que la mitad de sus cuatro millones de manifestantes fueron ocultados por la propaganda oficial del momento, temerosa de tal posicionamiento a favor de una autonomía capaz de alcanzar las más altas cotas decididas en la Constitución, todavía innata.

Desde entonces la participación ha ido en descenso hasta es difícil prever dónde si continúa esta desescalada, obra del cansancio pero más de la desilusión por las mejoras pendientes, contradicción fruto de la ignorancia inducida, porque precisamente es la acción de las masas la que ha alcanzado algunos cambios significativos, como la autonomía, verdadero inductor de aquel resultado inalcanzable del 28 de febrero de 1980.

Pero en la manifestación del 4 de diciembre no primó el protagonismo, más que en las dos organizaciones más favorecidas en número de votos el 15 de junio. El resto de partidos y organizaciones convocantes, con gran ejercicio de dignidad —la que le faltó a los dos principales— abandonaron cualquier deseo de figurar, incluso los promotores de la manifestación —que no fueron aquellos dos partidos nacidos de las urnas y protagonistas de nada— cedieron el protagonismo que les hubiera correspondido a fin de posibilitar una sola manifestación unitaria y por eso numerosa, decisoria como no se ha visto antes ni después en ninguna otra.

El recuerdo de aquella elección masiva del 28F, única en el mundo y en la historia, posibilitada por una manifestación que sacó de sus casas a más de las dos terceras partes de andaluces y obtuvo fuertes apoyos exteriores, fue materializado hace nueve años por dos organizaciones: Marchas por la Dignidad y Caminando, quienes obtuvieron el apoyo de otras organizaciones políticas, sindicales y sociales. Tan sólo un partido recién nacido, con amagos de poder le dio la espalda al considerarse a sí mismos superiores a los demás, pese a que su falta no se notaba en la masa humana que recorría desde Santa Justa al Paseo de Colón, en Sevilla. Durante ocho años aquella manifestación había subsistido, numerosa, porque no había protagonismos. Se admitía a todas las organizaciones dispuestas a participar, en igualdad de condiciones y derechos. Deshecha este año por la puñalada trapera de esos protagonismos, dividida en dos este año de 2020, la suma de ambas no ha conseguido reunir a dos mil personas para escarnio de unos y vergüenza de todos. Porque no puede haber motivo alguno para pregonar y promover semejante falta de unidad, de respeto a las necesidades de Andalucía antes y por delante de cualquier protagonismo en la organización; torpeza de unos al dividir en huida de los promotores de la división. Las marchas y Caminando han errado sin duda. Pero el SAT debe explicaciones al pueblo andaluz por entrar en la organización de la manifestación como un elefante en una cacharrería, queriendo imponer nuevas normas, dónde nadie le había negado su asistencia en igualdad con todos los presentes.

Sabido es lo fácil y rápido que resulta destruir frente a la dificultad y lentitud de construir. En esta ocasión ha faltado integridad; se ha querido asimilar a la de los dos grupos que hace dos años se apropiaron y exclusivizaron la organización del 4-D. Y, como ellos, sólo han conseguido disminuir la asistencia de forma drástica.

Así no se construye. Pero si lo que se busca es destruir, están en el camino correcto.

La historia juzgará.

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