Volvió el brilli brilli con un adelanto al que se adelanta Vigo incluso por delante de Madrid. En la tradición centro europea cristiana empezaban los mercados de Navidad con el primer domingo de Adviento. Es el tema de todos los años, que cada año empieza antes: desde septiembre hay dulces navideños en todos los supermercados. En Alemania la tradición era empezar puntualmente el fin de semana del primer Adviento, porque el domingo anterior del primero es el día de muertos de los protestantes, y aún el anterior es el Domingo de Duelo por los muertos de las dos guerras y la tiranía nazi.
Desde que el verano declina y el otoño avanza los días se acortan, la luz que queda pierde intensidad y el frío aumenta. El Adviento religioso o solo social llena de luz la estación oscura. El brilli brilli es el precursor de las lámparas de luz diaria que inventaron los suecos y la ingesta de vitamina D, como antídoto contra la oscuridad. El brilli brilli, como resumen y sustitución de las fiestas populares que terminaron en septiembre se vuelven una necesidad para sobrevivir hasta la primavera. Otra cosa sea que todo ese lucerío y el dulcerío insista en infantilizarnos hasta el punto que ninguna otra cosa pueda interesar y se convierta en el modo de escapar de una realidad que no gusta, pero que pocos hacer por cambiarla para mejorar.
La hipérbole, en los insultos públicos de los poderes públicos, como en la iluminación pública, de Vigo, Madrid o Málaga, son quizá una gigantesca exageración, empezando por el adelanto de tales festejos, que los alargan y terminan cansando a todo el mundo; como los insultos mismos. Además de que esos gastos suntuarios no tienen sentido al mismo tiempo que las quejas de los mismos que luego dicen que no hay dinero para una economía social. El intento de entretener como si las lucecitas y los mercadillos fueran pan y circo empiezan a verse contraproducentes, como las cabalgatas eternas del día de reyes que además solo se pueden ver por la tele.
No son las lucecitas el problema. Bienvenidas las lucecitas, los colores que nos devuelven la alegría que la falta de sol, de las hojas que pintaban el aire y que ya desaparecieron. Quizá el problema esté en la exageración gigantománica, porque termina aburriendo. Claro que cada quien tiene su sistema de pesas y medidas en cuanto a la exageración y el gigantismo, lo comprendo. También con los insultos públicos tiene cada quien su propia medida, dirán algunos. En esto solo nos ayudaría, para empezar, la afirmación kantiana de no hagas con los demás lo que no quieras para ti. O los mandamientos de la Ley de dios, con el ama al prójimo como a ti mismo. Así que por supuesto que hay una medida común.
Nuestra sociedad disimula con las lucecitas y tira piedras contra sus propios valores civilizatorios. Comprende la necesidad emocional y biológica de luz e ignora las mismas necesidades en cuanto al trato humano entre las personas solo por la exageración de deseo por el poder. ¿A alguien le extraña que a un muchacho, en Cáceres, lo estuvieran maltratando sus compañeros de escuela? Lo maltrataron durante años. Lo maltrataron antes sus abuelos. Los maltrataron ante su padre, que se metió en una comisaría, los denunció y un juez los condenó por maltrato continuado. Si un Rajoy, si un Feijóo, etc., se dedican al insulto más desmesurado, al maltrato público más difame, e infame, del adversario político, ¿qué se puede esperar de niños que buscan referencias para su comportamiento?
No todos son iguales, aunque la corrupción se pueda encontrar en tantos lugares, aprendamos a sumar y el PP se lleva la palma desde siempre. De disculpar al PSOE ni mijita, pero que el brilli brilli no te impida ver los colores de las lucecitas.


