Sólo con él había sido una reina y podía mantenerlo en secreto, nadie tenía por qué enterarse de nada.
Estaba tan necesitada que apenas hablamos, bailamos hasta que cerró la discoteca. Luego me acompañó al coche, le dejé subir, no me importó que miraran, olía tan bien que no quise pensar en nada más. Supe que era un trabajador manual, lo noté en ese dedo áspero que rasgaba mi clítoris hasta llevarme al climax. No le di mi teléfono, pero anoté el suyo sin más propósito que ser educada, porque no pensaba llamarlo nunca. Se llamaba Manuel.
Pasaron tres meses antes de que marcara su número, lo hice una tarde de verano sin planes. Acababa de volver de mi mes de vacaciones, mis hijos se habían quedado en el piso de la playa y me sentí más que sola, desesperada. Él me reconoció enseguida y no mencionó el tiempo transcurrido. Quedamos en la misma discoteca, no quería que conociera mi dirección.
Ese día charlamos, se sentía muy atraído por mí, me miraba con embelesamiento. Hacía tanto que nadie me miraba así, creo que nunca antes me habían mirado así. Lo quise para mí, para mi casa vacía, para llenar mi cama. Al día siguiente se trajo una maleta y se mudó a mi casa. Dos días antes de septiembre decidí romper, no me sentía capaz de presentarlo a mis hijos, a mis amigos, sentía un rechazo profundo a que lo conociera mi ex marido. Revisé la casa para que no quedara nada, un pelo en un peine, su cepillo de dientes, una huella en un vaso, sin tener en cuenta que estuviera delante, mirándome recoger. Me sonrió como quien sonríe a una niña, si le dolió no dejó que lo notara.
Dos meses después me lo encontré, y quise llevármelo al minuto. Sólo con él había sido una reina y podía mantenerlo en secreto, nadie tenía por qué enterarse de nada. Me acerqué como quien le concedía un privilegio. Él me sonrió y me dijo que no me sentara, su novia venía en un momento. Mi cara no pudo disimular.
—Adela, cariño, al menos no tuviste que borrar mis besos.
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