Por lo general, no me gustan los sueños en los libros. Me sacan de la historia. Tratar con algo tan irreal, me desespera. Quiero acción. En todo caso, tiene que ser un sueño corto e impactante para que lo lea. Y como en este remoto rincón de la prensa digital andaluza, la visión fragmentaria de quien escribe es el único hilo conductor —que a veces no sé qué estoy haciendo, si un diario, un observatorio jurídico o un sucedáneo triste de la amistad—, pues me permito contarles el sueño que tuve anoche. Además, de algún modo, verán que es anunciador.
Siendo amigo de Roberto Bolaño, una mañana, me subí a la bicicleta para encontrarme con él. Me pedía el chileno que le acompañase a unas gestiones burocráticas ante la Seguridad Social, porque, según decía, no le concedían el paro. Estos datos, me hacen pensar que podíamos ubicarnos en la época en que Bolaño no era famoso y regentaba la tienda de bisutería de su madre. Justo antes de saludarnos en el lugar acordado —los Jardines de Murillo de Sevilla—, mi bicicleta mostró problemas en la dirección. Inmediatamente Roberto la puso ruedas arriba, y la manipuló. Se le veía con maña al hombre. Desmontó la horquilla y volvió a montarla. El manillar funcionaba otra vez correctamente.
Paramos en la terraza de un bar a tomar algo. Creo que era en la Puerta la Carne. Casualmente, allí nos encontramos con mi tía Sole. Se alegró mucho de ver a Roberto, y probablemente le echó un cable con su problema administrativo. No recuerdo bien de qué hablamos, pero sí la amabilidad, incluso lo entrañable del personaje. Parecía algo desvalido, incluso enfermo. Lo cual me lleva a reconsiderar que quizás estábamos próximos al año 2000. Esa sensación, es precisamente la que el sueño me ha dejado esta mañana: la de un tipo entrañable. Como es un sueño, no sé si el desvalido soy realmente yo y un poco de contacto con el genio me vale para recuperar la dirección, pero el caso es, que en el próximo año 2023, hará 70 años que nació Roberto Bolaño y 20 que murió.
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