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"Sus prédicas propugnan, a pie juntillas, que si superas esa dificultad y solventas ese enfrentamiento harás que los problemas emocionales desaparezcan, al igual que los síntomas".

Dicen que Moliére escribió la comedia El enfermo imaginario para burlarse de los médicos y lo paradójico del caso es que pocos días después de su estreno, en plena representación de la obra, el autor se sintió indispuesto y se murió. Algo así es la teoría de la Bioneuroemoción. Para esta nueva doctrina, propiciada por un psicólogo, la enfermedad no existe, es consecuencia de nuestras emociones, producto de conflictos no resueltos, internos o externos, del pasado o del presente, que te hacen enfermar. Sus prédicas propugnan, a pie juntillas, que si superas esa dificultad y solventas ese enfrentamiento harás que los problemas emocionales desaparezcan, al igual que los síntomas. Estima que la materia no existe, que todo es energía y como tal se transforma. Con lo que si una persona no está mentalmente sana no logra curarse. Es como si aplicásemos la magia para curar, en vez de aplicar la ciencia, como hacían los chamanes y hechiceros en la antigüedad. Una nueva vuelta al pasado místico del hombre. Es dar una solución sencilla a problemas complejos.

Esta creencia tiene su origen en la llamada Nueva Medicina Germánica que fue inventada por el médico RyKe Geerd  Hamer. Este personaje fue condenado en un tribunal de Colonia a un año  y siete meses de cárcel por ejercer la medicina sin tener la licencia y haber tratado a tres enfermos de cáncer.  Para este doctor, el cáncer se desarrolla exclusivamente por conflictos internos, no está producido por nada fisiológico, y por eso se negaba a aplicar a sus pacientes radioterapia o quimioterapia. Este doctor daba esperanzas a enfermos desahuciados que no aceptaban su situación y que se agarraban a sus teorías por desesperación. Estos pacientes no soportaban  ni querían afrontar la gran cruz del pesado y doloroso tratamiento científico de la enfermedad. El argumento de Hamer para defenderse en el tribunal, su cuartada, fue que él sólo daba conferencias y no trataba a los enfermos. Cuestión que se demostró en el juicio que no era cierta, lo cual prueba, además, un absoluto desprecio  tanto al paciente como al juramento hipocrático.

Desgraciadamente, una vez cumplida su condena, en 1997, se instaló en España, para seguir propagando sus nefastas ideas. Ideas que también influyeron en la escuela francesa de la Biodescodificación, liderada por el psicoterapeuta y licenciado en enfermería Christian Fléche. Esta corriente pseudocientífica considera que cada órgano dañado de una persona responde a un sentimiento. Es decir, este autor no solamente considera que el cáncer es producto psicológico sino que da un paso más y aventura que sucede lo mismo con el resto de enfermedades.  Aunque, por lo menos, este profesional sanitario lanza estas conjeturas advirtiendo que este acercamiento a los problemas de la salud no se debe considerar como método de cura, ni como un tratamiento, por lo que sugiere que todo enfermo debe acudir a un médico para resolver sus dolencias y recibir su medicación si le hiciera falta. 

La Bioneuroemoción  da un salto más, lanzándose al vacío de lo irracional, y concluye que todo lo malo que le sucede a alguien en su existencia  es producto de lo psicológico. Es decir que si uno está enfermo es culpa de sí mismo. En resumidas cuentas, la enfermedad no nos mata sino que nos matamos nosotros mismos. Esta teoría sostiene que se puede conseguir el bienestar siguiendo sus postulados y que uno con su mente y su actuación en la vida puede gestionar por sí mismo este bienestar. Lo malo es que los teóricos de esta corriente  de pensamiento no son altruistas, los cursillos que imparten a sus seguidores no son gratis, al contrario, generan cuantiosas  ganancias para sus promotores, por lo que el único bienestar demostrable es para el que lo trasmite que consigue, de este modo, aumentar jugosamente su cuenta corriente. Además, para lograr sus propósitos, estos teóricos funcionan con algunas prácticas similares a la secta, pues aconsejan  a sus dóciles discípulos que se alejen de su familia, si discrepan, y así crean un círculo de presión sobre ellos y evitan que en el entorno de sus alumnos se pongan en cuestión sus planteamientos y, de esa manera,  eluden acabar con su rentable explotación.  

Pero lo peor de todo, es que mucha gente con distintas dolencias dejan sus tratamientos médicos y, a la larga, no solucionan sus problemas sino que los prolongan en el tiempo o lo empeoran. Incluso, para algunos, cuando se dan cuenta de su  grave error ya es demasiado tarde y ya no tiene remedio.  Aunque si alguien osa acusarlos de que lo están engañando por ofrecerles un hipotético tratamiento médico alternativo, lo cual podría ser perseguible judicialmente, se escudan en la misma coartada de Hamer y manifiestan que ellos no son médicos, ni prescriben ningún tratamiento y que sólo dan conferencias y cursos sobre bienestar. Pero el mal ya está hecho y no hay vuelta atrás.  

 

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