Las banderas

La bandera, además de sagrada y protegida por el Código Penal, es un instrumento nacionalista y un instrumento de exclusión

La bandera de Alemania.
La bandera de Alemania.

Lo que dicen las banderas, que las banderas hablan, que con las banderas se habla. En Cádiz se usaban las banderas para comunicarse con las torres de veedores, que miraban al mar con un catalejo y veían el parloteo de las banderas de los barcos. Bajo qué pabellón navegaban y qué contaban que traían para vender en el puerto.

En primer lugar, la bandera dejaba identificar a las gentes que navegaban, o eran piratas si no llevaban ninguna. En segundo lugar, se sabía con quien se las tenía uno si había algo que resolver con aquel barco.

Lo que las banderas representan es, a pesar de la antigüedad de su existencia, algo mucho más nuevo: son el símbolo de una nación, de un Estado, y un símbolo de identificación de pertenencia a una comunidad nacional o estatal para muchas personas. La bandera, además de sagrada y protegida por el Código Penal, es un instrumento nacionalista y un instrumento de exclusión. Hay una glorificación de la bandera que ha producido, también, la banalización de todos sus significados.

Por la bandera se moría y se muere, como símbolo de la grandeza de la patria, que por la patria se muere; luego se inventó el término madre patria, para incorporar el amor sacrosanto a la madre que se había desarrollado en Europa, incluida la Unión Soviética de entonces. Las guerras, desde siempre, desde que las banderas eran de lana y había que cargar con ellas, y no de seda ligera y que ondeaba al viento, han sido esa entelequia difícil de comprender y que conducía a las personas a la guerra, la destrucción, el crimen y la muerte.

Ayer, cuando salí de mi casa, las banderas sirvieron para lo que servían en aquellos mares lejanos y en aquellos barcos cercanos a las costas de Cádiz, para comunicar cosas. Como es raro que las banderas estén en los mástiles, las banderas sirven para anunciar y comunicar con eficacia. Porque estaban a media asta, alguien había muerto; donde no podían estar a media asta portaban un crespón negro. Las banderas de ayer, de luto, anunciaban que todo un país estaba de luto, que era Volkstrauertag, el Domingo del Luto del Pueblo, en Alemania. Supe, entonces, que ante el monumento en recuerdo por todas las víctimas de la tiranía y el terror nazi había un acto de memoria por ellas y de repudio contra la guerra. Días antes, las banderas habían ondeado alegres para anunciar la sesión constitutiva del Parlamento de Baja Sajonia.

Las banderas y lo que simbolizan es demasiado problemático. Se usan banalizando su significado y dejan de ser anuncio o declaración. Se usan para matar o morir. Se usan para decidir quienes son buenos o malos; para declararse mejores los que, en realidad, banalizan su uso y su significado En Alemania, el uso de la bandera es mucho, infinitamente más comedido que en España, por ejemplo, a pesar de la leyenda urbana del famoso campeonato de fútbol en el que cayó el tabú de su uso, y eso que en alemán existen dos palabras que conviven cotidianamente para designar al trapo nacional: Flagge y Fahne. La razón es obvia, el franquismo cultural sigue vivo; el nazismo continua perseguido.

Recuerdo unas vacaciones en Dinamarca, con mi familia, en una casita de techo de paja con una espacio amplio delante y un mástil para una bandera. Mi hijita, pequeña, preguntó para qué era y se lo expliqué. Aquella explicación era demasiado abstracta para una niña tan pequeña, así que tomé un trapo de la cocina e izamos nuestra bandera en la hermosa Dinamarca. Este recuerdo que a todøs nos quedo grabado en la memoria no fue obstáculo para que en aquel famoso campeonato de fútbol, en que todos veíamos los partidos en el jardín y el calor nos había trasladado a una forma de vivir realmente mediterránea, tuviéramos en casa una bandera alemana y la primera bandera de España que yo he tenido en mi vida, por deseo de mi familia y con motivo de la identificación con relación al fútbol. Una identificación doble y no excluyente. Tanto, que aquel partido de Alemania contra España fueron lloros, a los que siguieron unos días de tristeza, porque no ganaron las dos selecciones, y ¡cómo podía ser! Una de las selecciones perdió y no podía ser. Una de las banderas significaba tristeza y la otra no podía significar, por aquello mismo, alegría.

En palabras de la alcaldesa presidenta de nuestra ciudad de Lüneburg, Claudia Kalisch, la guerra tiene que parar, las guerras tienen que parar, inmediatamente.

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