Atasco en la nacional

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

14376414280355_997x0.jpg
14376414280355_997x0.jpg

Hay Españas lejanas que nos enseñan mucho de nosotros mismos. En 1978, García Berlanga rodó la primera de las tres películas dedicadas a la saga de los Leguineche. La apertura de la trilogía correspondió a La escopeta nacional, un film ambientado en el 72 que retrataba ácidamente las relaciones entre la alta burguesía y los políticos del tardofranquismo. Todo podía arreglarse en el clima de una cacería repleta de personajes dantescos, en la que la hipocresía campaba a sus anchas cual conejo de campo. Ahí estaban esculpidos todos los elementales de la época: el astuto empresario catalán, el ministro de turno, el excéntrico marqués improductivo, la alargada mano de la Obra, la amante/secretaria, la artista viciosa cuyo sostén cae con soltura, el vasallo que conoce de oídas la caída de Primo, los aldeanos que se refieren a la guerra civil como “el movimiento”…

Todo el que pintaba algo en el escenario cañí, aunque fuera por omisión, estaba presente. La cinta nos enseñó que las emociones pueden unir incluso a los adversarios más acérrimos siempre que se dé el clima adecuado y no haya luz ni taquígrafos por en medio. Después de todo, somos seres pasionales movidos por las mismas pulsiones desde la cuna, ya sea esta modesta o de diseño italiano. La distinción ideológica se traduce más o menos en la fuerza con la que reprimimos cara a la galería esas pulsiones. Mientras que la derecha es consciente de lo que debe callar, ocultar, medir y reposar, la izquierda es imprudente, caliente, con una suerte de inconsciencia que a veces roza la inmolación. La destreza y la torpeza se asemejan en idénticas proporciones a las de las manos de un diestro. Aunque no siempre. La escopeta nos mostró —sin disparos, valga la paradoja— que se progresa más cuanto más se calla, cuanto más se solapa lo que uno piensa y se asiente ante las proclamas del conversador. Después de todo, omitir no es mentir ¿o sí?

La batalla virtual entre implacables y apaciguadores está hoy servida. Los medios están dudando poco a la hora de dar pábulo al cruce de frases cortas de dos líderes modernos en la red del pajarito. Será que no hay gobierno del que informar. Por lo visto, la crucial cuestión a debatir en plaza pública es la necesidad de seguir infundiendo miedo a los poderosos, a lo que el segundo de abordo contesta que resulta más prioritario convencer a los votantes que aún desconfían. Brecha abierta, se supone, en la nueva izquierda. O así reza el sumario de las tertulias mañaneras. ¿Es el carácter público lo que constituye la afrenta? ¿Resulta proporcionado apropiarse de símiles bélicos para la catalogación del episodio? ¿Bastaría con no hablar de ello para no transmitir desunión? La mano izquierda no lo sabe; y no lo sabe porque, aunque la expresión aluda al trato sibilino en pos de un objetivo, es una mano fogosa, neófita, pueril.

Por más que La escopeta nos enseñara aquellos errores en los que seguiríamos cayendo una y otra vez, este panorama recuerda más a otra cinta. Una treintena más tarde, allá por el 2007, se rodó Atasco en la nacional, una comedia sin pretensiones que muestra, entre el sueño y lo cierto, el penoso periplo veraniego de una familia al uso. Aquí no hay reflexiones profundas, arquetipos logrados o referencias históricas, tan solo lugares comunes, joda previsible y penuria de diario. Algo así es la política cotidiana y su reflejo en los medios: un enorme artificio que oculta vanidad e inexperiencia a partes iguales; el lugar donde lo nuevo y lo viejo se dan la mano como bajo las faldas de una novia; el sitio donde algunos saben callar, otros se resisten y otros lo aprovechan.

Y ni fueron felices ni comieron perdices… desgracia habitual mientras existan ministros y administrados. Esa frase final de La escopeta le va de perlas a nuestros días, sumidos en el atasco nacional de quienes callan con diestra disciplina y quienes hablan con impetuosidad siniestra. Una pena que las cacerías ya no estén de moda.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído