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Desde mi ventana se acierta a ver un tramo del carril para bicicletas a punto de estrenarse. Ya que aún hay partes que sí, y partes que no. Así suele funcionar la cosa. Un término medio al buen hacer, a la lentitud reflexiva o a la bonanza del devenir, que amaina por instantes. Los tiempos cambian y para ello debe dejarse paso a las nuevas calzadas romanas. Esta vez en forma de carriles distintivos con los que dejar paso a quien va sobre ruedas. El apoyo a un sectarismo más que acertado. Pero hay más en la cuestión. Las posibilidades de estos nuevos canales son realmente inagotables. Vía rápida para deportistas, para gente a la que le puede la prisa. Pista de aterrizaje para patines, monopatines, sillas de ruedas y hasta carros cargados de chatarra. Reconducir esa locura de mezclar a quien va a su ritmo y a quien impone el propio, a quien camina y quien combate a zancadas. Separamos al que huye y al que observa. Una curiosa evolución ya constatada en otras ciudades donde la idea culminó con éxito. Arterias de una ciudad que fluyen sin pausa. Arterias que vertebran las avenidas.

Deberán las oscuras golondrinas mover las alas con mayor fuerza, ya que habrá menos viandantes pendientes del aire; Amantes del cielo. Se popularizará clavar la mirada en cada curva y cada giro del nuevo camino, ocupados en esquivar al que va y al que viene, entre las multitudes propias de la hora. Pero también todo esto es una oportunidad para lanzarse cuesta abajo por donde antes corriendo resultaba casi imposible. Abrazar la infancia pasada y tomar de ella esa motivación que nos hacía invencibles. Creernos el paso del tiempo y encontrar los puntos de luz que esconde.

Se enfría el café como habitúa y el viento suave que ronronea por las calles va erizando la piel de quienes aún piensan en llevar cortas las mangas. Otro sorbo y veo a lo lejos algunas hormigas que desde la encimera, o bajo la misma suben por el borde de la ventana, al filo de  la antiadherencia del cristal. Un espectáculo de fuerza. Todo un espectáculo. Ensimismadas en subir lo más alto posible en su visión inabarcable del mundo. Fuera, el hombre y la mujer de a pie se ciñen al suelo. El mundo animal nos demuestra que en cada espécimen se encuentra el equilibrio. Y quizás es ahora cuando después de todo, debamos considerar adoptar actitud de hormigas en presunción de jirafa. Para observar el mundo desde las alturas, sin perder nunca el apoyo en tierra firme. Mientras el rocío del amanecer empaña las aceras y el sol se calienta en su ascensión al cielo. Y apenas nadie le aguanta la mirada.

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