Durante años, el ser humano ha creído en vano que la vida es una carrera de fondo en la que ganar la aceptación de los congéneres era el objetivo o meta de cada una de las etapas vitales. Ese recorrido no se entiende ni se explica sin que la reafirmación sea el apreciado botín que da sentido a todo. Póngase en situación y fabrique la imagen mental de una matrioshka ―aquella muñequita rusa cuya gracia consiste en albergar una inferior en su interior, y así sucesivamente― . En el caso que nos ocupa, cuando hablamos de reafirmarnos en algo, jugamos a ser matrioshkas de nosotros mismos. Algo así como ir sobrepasando capas internas para llegar a un interior que conocíamos de antemano. ¿Por qué es necesario emprender un camino tan, a priori, absurdo? Pues por el mismo motivo por el que en la sinrazón encontramos la razón de muchas de las dudas que abordan nuestra historia personal.
Esto, nos ha llevado continuamente a una equivocación de fondo y de base: creer que en la aprobación ajena está la solución a todos nuestros sudokus mentales. Craso error. Y de esto, salvo honrosas excepciones, muchos han hecho su particular agosto con terapias y mindfulness.
Decir no en tiempo y forma nos posiciona ante la prole como individuos respetados. Qué razón tenía el que dijo eso de “más vale una colorá que cien amarillas”. El no, pese a llevar implícito una negativa, nos consolida en lo positivo. Gracias a un no rotundo, ganamos todos. Reporta porte y seguridad, nos hace respetables. ¿Por qué cuesta tanto decir no? Probablemente porque en la mayoría de casos implica despojarse de ciertos placeres, y de eso, hay poco discípulo.
La revelación existencial va cobrando sentido conforme más hojas de almanaque vamos acumulando. Por eso, contra más veteranos somos, la experiencia nos posiciona en el camino correcto, permitiéndonos separar la frondosa vegetación de la maleza.
Llegados a este punto, cabe destacar que los vericuetos que conducen a la negativa son caminos difíciles de emprender. De ahí el arte de saber decir no. Y como todo arte, hay que entrenarlo. Por eso, le propongo que ejercite la sana costumbre de negarse ante algo que va más allá de la propia adversidad. El no conquista tanto cumbres borrascosas como llanuras. Empiece por lo fácil y se sorprenderá a la larga.
Por lo tanto, olvídese de la Dormidina y de leches fritas; para conciliar un sueño reparador no hay nada mejor que una conciencia tranquila y la confortable almohada que proporciona el no en uso imperativo. Así pues, cuando escuche decir aquello tan manido de que la fe mueve montañas, recuerde que lo que realmente mueve, derriba y desata pasiones es la negativa del sí, porque en el no estamos haciéndonos respetar y dándonos a valer ―lo que hoy en día conocemos por empoderamiento―.
Un último apunte: el único no que está desaconsejado por analistas de todo el mundo es el de negarse a tomar la última cerveza o copa. No sea parguela, aproveche, que la vida son dos días.
