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La mayoría de los problemas no surgen de los qué sino de los cómos.

Desde que el mundo es mundo se utiliza el paralelismo entre las actividades de un agricultor y las de un padre o una madre. Aún en nuestros días es frecuente y metafórica la comparación entre sembrar, regar, proteger y colocar un rodrigón a una planta, con las funciones paternas: enseñar, amar, cuidar y poner límites a la voluntad del hijo. En realidad, amor y disciplina. Y no vale que falte ninguno de los dos en “cantidad” suficiente.

La cosa sería sencilla porque tenemos claro el qué. Pero en la vida, la mayoría de los problemas no surgen de los qué sino de los cómos. Casi todos los padres saben que tienen que amar a sus hijos y que tienen que ponerles normas. ¿Pero dónde está la línea que señala la justa medida? ¿Da igual la edad que tenga el hijo? ¿Da igual la edad que tengan los padres? ¿Les exigimos la misma medida a los hijos si son niños que si son niñas? ¿Esperamos de ellos igual comportamiento si es la hija mayor o la más pequeña? ¿Tiene el hijo mayor (o la hija mayor) la misma responsabilidad si hay hermanos y han perdido al padre o a la madre? ¿Tiene sobre sí mismo igual expectativa de sus padres un hijo único que un hijo tercero de cinco hermanos? ¿Puedo esperar que mi hija pequeña no se independice y permanezca en la familia para que se haga cargo de mi vejez? ¿Puedo equivocarme o solo se pueden equivocar los hijos? Y, ¿cómo se negocian las normas si los padres están separados?...

Responder a estas preguntas (y a muchas otras) no es fácil si desconocemos las circunstancias concretas en las que se desenvuelve la vida actual de una familia. Si no sabemos cómo ha sido la vida de los padres, cómo entienden la vida, qué legados y herencias han recibido de los abuelos no entenderemos la vida interna de una familia.

¿Da igual que el padre sea marino que maestro de escuela o tonelero? ¿Da igual que la madre se haya quedado viuda en una edad joven? ¿Da igual que haya habido sucesos traumáticos en la familia?...No. Sabemos que nada de esto da igual. Porque hemos sido los hijos que hemos sido y somos los padres que somos, en parte, nuestros hijos son como son. Porque ¿dónde se aprende a ser padre sino en el lugar en el que se aprende a ser hijo? El asunto es complejo. Y el único camino con garantías es considerar cada familia como un caso único, lejos de etiquetas y de diagnósticos.

Cada familia –como cada persona- es un micromundo con sus leyes, sus normas, sus herencias, sus rituales… su idea de cómo son las cosas y cómo deben ser, de cómo se afrontan los fracasos y de cómo se resuelven los problemas. Si desconocemos esto difícilmente podremos ayudar.

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