Ocho años después del comienzo de la crisis económica, los primeros síntomas me permiten aventurarme a decir que vislumbro una luz al final del túnel sin sonrojarme.
Pese a que después de las elecciones estamos enfrascados dentro de un embudo, sin saber cómo ni hacia dónde ni con qué actores salir del atolladero, será la primera vez que vean a este articulista derrochar optimismo, aunque sea en pequeñas dosis, con motivo del Año Nuevo. Ocho años después del comienzo de la crisis económica, los primeros síntomas me permiten aventurarme a decir que vislumbro una luz al final del túnel sin sonrojarme ante mi/s lector/es, aunque seguro que hay alguien que en estos momentos se jacta de partirse de risa en toda mi jeta.
Pero no me negarán que nunca en un ejercicio completo había subido el precio de la vivienda en España desde lo de Lehman Brothers y las hipotecas basura, por ejemplo. Es difícil hablar del aumento de la contratación con las cifras de temporalidad y en una ciudad como Jerez, pero como se suele decir aquí, menos da una piedra, y por ejemplo en el sector del comercio se habla del mejor diciembre desde que empezó la crisis. Sé que tampoco está de moda mencionar los brotes verdes, de ajados que están, y que los neumáticos se han terminado gastando de tanto acelerar para llegar al final del susodicho túnel. Que las cosas siguen duras por aquí, pero después de tantos años de autocompasión no me negarán que no está de más dar la bienvenida a 2016 con un pelín de euforia.
Dicen que el cambio del mundo comienza por hacerlo nosotros mismos, así que me he aplicado propósito de enmienda y ya hay algunas cosas que he conseguido en apenas tres días de este flamante año, al que aprovecho para saludar a través de estas líneas. Por ejemplo, no me he acordado de fumar ni de beber, aunque para qué engañarles, tampoco de ir al gimnasio. Así que, por ahora, el saldo es positivo.
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