Coches aparcados en jardines próximos al González Hontoria, durante la pasada Feria del Caballo.
Coches aparcados en jardines próximos al González Hontoria, durante la pasada Feria del Caballo.

En la Antigua Grecia el territorio, que hoy se conoce con ese nombre, se dividía en ciudades-estado. Muy a menudo dichas ciudades entraban en guerra contra otras y obtenían las alianzas de terceras para conseguir la victoria. Vamos, lo mismo que se viene haciendo en la actualidad: no es la justicia o la preservación de los derechos humanos lo que justifica una guerra, sino los intereses que en ella están en juego. Sin embargo cada cuatro años estos enemigos acérrimos (Atenas y Esparta, por ejemplo, por nombrar las más célebres) decretaban una tregua sagrada para competir en los Juegos Píticos que se celebraban en el santuario consagrado a Apolo, en Delfos. Es como si Gila dijera al teléfono algo así: “oye, que digo yo que podríamos parar la guerra un rato y nos hacemos unas cuántas carreras, a ver quién gana”. Aquí, en Jerez, sucede más o menos algo por el estilo cuando hablamos de la Feria del Caballo: todos, yo el primero, la consideramos la mejor del mundo por todos los elementos que concurren en ella y que la hacen distinta a las demás: desde el alumbrado al paseo de caballos, pasando por el flamenco y su carácter abierto.

Pues miren, hay muchas cosas en común entre la Feria y el centro histórico, aunque pudiera no parecerlo. Desgraciadamente no es la unanimidad a la que me refería al principio una de esas coincidencias: esa identificación del jerezano con su Feria no se produce con el centro histórico, su patrimonio y su singularidad, lo cual es un matiz muy importante que explica en gran medida el abandono que padece la zona intramuros en comparación a la luminosidad y el mimo con el que se habla de la feria. Grave error, ya que muy bien harían los ciudadanos en considerar su centro histórico como el mejor del mundo, que lo es, porque así seguro que cambiarían mucho las cosas al respecto de una forma mucho más rápida y acertada.

Posiblemente en los incumplimientos normativos se encuentren más puntos en común entre una cosa y la otra. Si en la Feria no se cumple con nada respecto al arrendamiento de las casetas, el tipo de música que se reproduce en ellas o el volumen para sordos agudos que se gasta en el Hontoria, en el centro sucede lo mismo con la ocupación de la vía pública y la privatización de su espacio por veladores desproporcionados o por los incumplimientos de los términos de las licencias que se producen en algunos establecimientos. En lo que sí coinciden completamente es en el vergonzoso espectáculo de coches aparcados sobre las aceras, zonas verdes o, como sucede en intramuros, en las fachadas de los edificios patrimoniales cuando llega Navidad y Semana Santa.

Si, para colmo, llega el jefe de la Policía Local y justifica la infracción de la norma (que lo diga un político o un técnico por desconocimiento, vale, pero que sea un agente de la autoridad, cuyo cometido es que las normas no se infrinjan, quien lo diga, es gravísimo y no se le ha dado a este hecho la importancia debida), entonces apaga y vámonos. Hay que dejar que la gente aparque donde le de la gana porque nos cargamos la Feria si no es así; Hay que dejar que la gente aparque donde quiera en Navidad y después coja el coche borracha porque de lo contrario nos cargamos las Zambombas; hay que dejar estacionar donde se quiera o pueda en primavera, porque si no nos cargamos la Semana Santa… Argumentos inconsistentes e inadmisibles, por no decir nada originales, con los que esta ciudad cada vez se empobrece más y más desde todos los puntos de vista.

Podríamos también establecer equivalencias entre la pérdida de elegancia y exclusividad en las fachadas de las casetas y el deterioro y expolio de los edificios patrimoniales o entre el estado del albero de la feria y el pavimento del centro histórico sin olvidar el botellón consentido, pero no quiero ahondar demasiado en los aspectos negativos, algo que se está produciendo con intensidad en las redes sociales.

En lo que sí me gustaría centrarme una vez más (y van…) es en el incivismo, el poco aprecio que se le tiene a lo propio, la mediocridad social que en esta ciudad se viene acrecentando en los últimos tiempos y que parece no tener fondo. Las imágenes de suciedad y las toneladas de basura recogidas, el salvajismo en el aparcamiento de vehículos, son el reflejo de lo que sucede cada vez que se organiza un evento en Jerez, ya sea Semana Santa, Zambombas o cualquier verbena montada por una asociación de vecinos del barrio que queramos pensar. Es en esta cuestión, la que menos o nada tiene que ver con la gestión política de la ciudad y que depende exclusivamente de nuestro comportamiento cívico, mostramos una deficiencia alarmante y crónica. Si de verdad consideramos lo nuestro lo mejor del mundo, que lo es, no lo demostramos en absoluto. Una pena.

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