En ocasiones pienso que hay cosas que nunca haré antes de morir. No estoy hablando de acciones extravagantes como conducir un Ferrari, pilotar un helicóptero o poseer un yate con un montón de metros de eslora. Esos asuntos nunca han estado entre mis objetivos. Me refiero a cosas más pequeñas, también importantes, pero posiblemente más fáciles de alcanzar si uno tiene algo de decisión.
Creo que nunca cogeré una mochila y me marcharé por ahí a recorrer el mundo. Me parece que jamás miraré en una web de viajes, compraré el primer vuelo barato que encuentre y me largaré a ese sitio en soledad a pasar unos días. También pienso que puede que nunca viva una temporada en Portugal o en un pequeño pueblo de Cabo de Gata. Creo que me gustaría hacer ese tipo de cosas, pero no sé si me falta voluntad, si no las deseo de veras o si la rueda de la rutina diaria es más fuerte que cualquiera de mis deseos.
Creo que nunca voy a quedar con mis amigos sin que tengamos una sola cerveza en nuestras manos, que nunca voy a invitar a mis padres a comer a un restaurante caro o a darle a mi chica una sorpresa como es debido. Creo que nunca voy a dejar mi trabajo para dedicarme en exclusiva a mi sueño de escribir. Supongo que jamás viviré en una casa desde las que se escuchen las olas del mar y salir al porche a que me dé en la cara ese aire frío que trae el océano. Que nunca recorreré Latinoamérica de norte a sur o Norteamérica de este a oeste.
Con sus más y sus menos, me gusta mi vida. Es plácida. Eso no quita el hecho de que no me importaría cambiar algunas cosas. No me atrevo. No me atrevo o, realmente, no sé a ciencia cierta qué es lo que me gustaría cambiar. Supongo que nunca haré una gran ruta en bicicleta, que nunca me perderé por la montaña o que jamás me tomaré una foto en el pico más alto después de una buena jornada de escalada. Que nunca surfearé en Indonesia o, para qué tan lejos, en la playa de Mundaka o de Santa María.
Sabemos que la vida es una y que, cuando se acabe, no habrá marcha atrás. Que todas las cosas que hemos dejado sin hacer se perderán para siempre. Creo que tengo claro lo que quiero pero lo cierto es que no tengo ni la más remota idea. Simplemente me dejo llevar, como aquel que flota sobre el agua para ser arrastrado por la corriente.
En cambio, sí tengo la certeza de algo. Sé que hay cosas que me gustaría hacer antes de morir y, aunque no tengo la certeza exacta de cuáles son, sí sé que las descubriré en un momento exacto: justo el día en que mis ojos se cierren para no volver a abrirse jamás.
