Algo se nos escapa

Es fundamental seguir condenando las violencias, guardando minutos de silencio tras cada asesinato machista, pero si olvidamos el trabajo con los hombres, de poco servirá

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Imagen de una protesta contra la violencia machista.
Imagen de una protesta contra la violencia machista. MANU GARCÍA

Quienes estudian nuestra relación con los primates en temas como los afectos, el altruismo, o las emociones, dicen que entre los grupos de chimpancés hay un macho alfa, que es el que dirige la manada. Que este macho alfa, se mantiene en el poder mientras es joven, y que luego es derrotado y sustituido por otro de mayor juventud, y así continuamente. Lo que nos viene a demostrar que gran parte de su autoridad se basa en la fuerza. También que en estos grupos hay mucha agresividad, y que las divergencias y conflictos suelen resolverse de forma violenta. 

Sin embargo, entre los monos bonobos no hay un macho alfa, sino una hembra alfa, que se mantiene al frente durante muchos años, sin importar la edad, de lo que podemos deducir que a diferencia de en los chimpancés su poder no está cimentado sobre la fuerza, sino en otros valores. En estos grupos la conflictividad y agresividad es mucho menor que en los chimpancés.

Si aplicamos lo anterior a los seres humanos y a la violencia de los hombres, y nos planteamos la posibilidad de sí por naturaleza somos más violentos que las mujeres, o si las sociedades gobernadas por mujeres son más pacíficas que las actuales dirigidas por hombres, quizás sacar alguna conclusión en relación con el contenido de este artículo. 

Asistimos hoy a la paradoja de vivir en una sociedad machista, donde casi ningún hombre se considera machista. No nos creemos responsables de los abusos, discriminaciones, o violencias que ejercemos sobre las mujeres, y permanecemos callados, o nos hacernos las víctimas. 

Incorporar valores del feminismo a nuestras vidas es básico para equilibrar las relaciones de poder que gobiernan el mundo y ampliar nuestra mirada masculina.

Me pregunto si en sociedades como la nuestra, mandatadas por el género, es posible la existencia de hombres que no sean machistas, y aunque existen machismos de distinta intensidad, creo que esa hipótesis no es factible. 

Para los hombres lo que piensen los demás hombres tiene mucho peso. El grupo es básico para nuestra débil identidad, y lo peor que nos puede pasar es que nos aparten de él por ser menos hombre, como si eso de ser más o menos hombre fuese posible.

Tenemos solución entonces como hombres, somos violentos por naturaleza. Las personas expertas creen que, si bien es verdad que la testosterona nos proporciona mayor fuerza física, y tendencia a la agresividad, el ser más o menos violento es fundamentalmente un constructo social. Qué podemos hacer entonces para contribuir a una sociedad más igualitaria y menos violenta. 

Creo que generar conciencia de lo que somos, reflexionar en torno a nuestra masculinidad, perder el miedo al grupo, abandonar la complicidad, y rebelarnos contra un “hombre” que considera y trata a las mujeres como objetos, son algunos de los pasos imprescindibles que debemos dar. Los hombres no podemos pensar que somos esos tipos duros y valientes que nunca hemos sido, es necesario romper el muro nos separa de nosotros mismos, y cambiar.

Pero  no podemos hacerlo solos, necesitamos ayuda, y las políticas públicas en materia de igualdad dirigidas a los hombres son imprescindibles para ello.  El movimiento de hombres por la igualdad no puede quedarse en  los cambios personales de unos pocos hombres, es necesario trascender a lo social, y aglutinar a todos los hombres. 

Es fundamental seguir condenando las violencias, guardando minutos de silencio tras cada asesinato machista, pero si olvidamos el trabajo con los hombres, de poco servirá. Porque si no eliminamos el machismo de la mente de los hombres y de la cultura que genera no habrá igualdad, y sin esta, la violencia de género no cesará.

Dejar de empoderar los valores de la masculinidad, criminalizar al macho alfa, al hombre arrogante, prepotente, machote, valiente, viril, agresivo, situarlo en el lugar de la historia que le corresponde, y promocionar nuevas formas igualitarias de ser hombre, deben ser objetivos para lograr un cambio real en la comprensión de la realidad. 

Sin embargo los gobiernos y el poder político sigue estando ocupado por hombres que en su mayoría no se sienten interpelados por esta lucha, y como es habitual en nosotros, creen que la igualdad de género es un asunto de mujeres, un tema menor, y que es a las mujeres a quienes corresponde su gestión y solución, por eso los departamentos, servicios, y programas públicos de igualdad están dirigidos por mujeres, que en sus políticas, salvo contadas excepciones, olvidan la importancia de implementar programas dirigidos a promover el cambio de los hombres. Porque para acabar con la violencia de género y con el machismo que la fundamenta, somos los hombres los que tenemos que cambiar. 

Los datos son demostrativos y terribles en este sentido, y a pesar del dinero público empleado durante todos estos años, la violencia de género sigue aumentando, y la cifra de víctimas mortales en nuestro país en el año 2022 se eleva a 46 y a 1.179 desde 2003, año en el que comienzan a registrarse de forma oficial.

Entonces, algo se nos escapa, y pienso que quizás sea el no darnos cuenta y comprender que la única forma de eliminar la violencia de género, es evitando que cada año surjan nuevos asesinos de mujeres, distintos a los del año anterior, asesinos que hasta ese momento eran considerados hombres “normales”, y que esto solo lo conseguiremos mediante el trabajo preventivo con hombres, para que no haya quienes se crean superiores a las mujeres, que esta les pertenecen, o que llorar y mostrar vulnerabilidad no es propio de Hombres. Hombres que no conocen ni saben gestionar sus emociones, y que, ante una ruptura sentimental, o un traspiés en la vida, la única salida que encuentran es la agresividad, la ira, y la violencia.

Porque la línea que separa la “normalidad” de la violencia es fina e invisible.

 

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