Paseo en el centro de Jerez, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA
Paseo en el centro de Jerez, en días pasados. FOTO: MANU GARCÍA

Que un sistema entre en una brutal recesión por un parón parcial de la actividad económica de menos de 60 días, dice mucho más de la maldad del sistema que de la letalidad del virus. La pandemia más que provocar  daños ha desvelado debilidades que ya estaban aquí mucho antes del virus: la enorme vulnerabilidad de un sistema productivo basado en una interconectividad biofísicamente insostenible y estructuralmente caótica. Solo un sistema con altísima carga de entropía interna reacciona de esta forma tan exageradamente caótica a la irrupción de un factor azaroso cual es la circulación de un nuevo virus humano. 

Los sistemas más resilentes son aquellos que son capaces de gestionar de la forma menos costosa la entropía interna y externas; es decir aquellos a los que el ambiente desestabiliza menos. Más que preocuparnos por la dinámica caótica que el virus ha introducido nos tenía que preocupar el caos que ya existía entre nosotros ante del Covid-19. Nuestra economía mundo ya estaba muy inmunodeprimida en el momento que llego la pandemia. Morirán muchas más personas por la entropía de la desigualdad, la privatización o ausencia de servicios públicos de salud, la polución atmosférica o el cambio climático que por la acción directa del virus. Como nos enseña la historia de la medicina, las pandemias, antes que nada, son siempre pandemia sociales.

La política tiene la función constituyente: de gestionar la entropía interna y externa. Sustituir a la política y al Estado por el mercado que no tiene esa función regulatoria sistémica, no lleva sino a amplificar el caos y a desprotegernos por complejo de la incertidumbres del entorno. Decía Maquiavelo que la tarea de la política no era otra que domesticar a la fortuna. Pero si la política se convierte en negocio, la puerta de entrada del caos queda abierta. Esto es lo que ha consumado la globalización neoliberal y ahora se ha visto. Un minúsculo virus, no especialmente letal (entre un 0,5 a 1,5%), ha puesto en jaque a la economía mundial. 

No se trata de una guerra, ni de una crisis financiera o económica al uso: es la entrada abrupta de las redes de la vida microscópica lo que le resulta insoportable a una economía basada en negar radicalmente la existencia de esas mismas redes de la vida. Hay algo que nos salva, no todo es capital en nuestro mundo, y es el hecho de que junto con los mercaderes conviven, en una coexistencia nada pacifica, la ciencia y la democracia. No se trata  ahora de negar el mercado, los mercados, se trata solo, y nada menos, de que no manden sino que sean mandados.

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