Ignacio Romaní, del Grupo Popular, de pie en la bancada del Congreso, en una imagen de archivo.
Ignacio Romaní, del Grupo Popular, de pie en la bancada del Congreso, en una imagen de archivo.

Allá por el 97 yo ya había terminado mi carrera y llevaba un año dando clase. Todavía tenía pendiente el servicio militar, lo que en mi caso, como objetor de conciencia, sería la llamada prestación social sustitutoria. Por afinidad, elegí la UCA como centro de destino. Un día, me llegó una carta que me citaba en la universidad para la jornada de recepción de los nuevos objetores que estabamos a punto de incorporarnos a esta labor.

Aunque yo había solicitado turno de tarde, de siete horas diarias, nada menos, pues trabajaba por las mañanas, dicha reunión de obligada asistencia era en horario de mañana, por lo cual, no tuve más remedio que pedir el día en mi trabajo. Ya en la reunión, me quedé estupefacto por lo que tuve que oír. Un joven enchaquetado con pinta de yuppi y que decía estar allí en calidad de representante de la asociación de alumnos se sentó en una mesa en el escenario y cogió el mando de la situación.

Con toda la cara dura del mundo, dándose la autoridad de ser el puto amo, para mi vergüenza ajena, se dedicaba a abroncarnos con chulería y desprecio. Se dedicaba a amenazarnos con tales o cuales represalias que iba por descontado a tomar si a alguno de nosotros nos atreviamos a salir cinco minutos antes o llegar cinco minutos tarde a nuestro puesto de información estudiantil; nos advertía de cómo él tenía una red de alumnos delegados que le darían el chivatazo a las primeras de cambio. Nos ponía de cara duras, de flojos y de mentirosos.

Así, por las buenas. Esa fue su bienvenida. La indignación que me produjo este encuento no la he podido olvidar veintidos años despúes. El nombre de aquél sujeto tampoco: Ignacio Romaní. Durante los años siguientes, no dejé de trabajar mientras seguía formándome: idiomas, cursos, oposiciones... Paralelamente, de lejos,  he seguido la meteórica carrera política del susodicho como perro faldero de Teófila en el PP de Cádiz. Alcanza la cima cuando lo ponen a cargo de Aguas de Cádiz.

El puestazo ya era suyo. Y claro, como el chaval lo vale, pues vámonos que nos vamos de comilonas, que invita el contribuyente: gambas blancas, Gim Tonics y demás a cargo de gastos de representación, tal como estamos viendo en la prensa estos días a raiz del juicio en el que se le investiga por estas irregularidades.

Pero, lo mejor es la guinda del postre, y volvemos al principio, a la UCA: más de 40.000 euros de Aguas de Cádiz fueron a parar al bolsillo del profesor de la UCA encargado de dirigirle a Ignacio Romaní su tesis, que, vaya hombre, en estos veintitantos años no había tenido tiempo de hacer. Su gestíon al frente de Aguas de Cádiz será recordada por este legado, además de por la rotura de la tubería de Loreto. En definitiva, por las aguas sucias.

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