El agua

El agua dulce se saca de debajo de la tierra para echarlo por sobre las fresas como si fuera nata, pero el problema de la leche es otro

'El paso de la laguna Estigia', de Patinir, en una digitalización del Museo del Prado.
'El paso de la laguna Estigia', de Patinir, en una digitalización del Museo del Prado.

El agua cae del cielo, a unos más que a otros, y en un proceso largo y maravilloso forma ríos y lagos subterráneos que hacen posible que haya bosques, que haya evaporación para que las temperaturas no sean tan pesadas para la vida humana; que llenan piscinas y manteles de fresas con nata: esta es la parte más romantizada, seguramente, de eso que llaman las malas lenguas el-robo-del-agua.

De la mar salada, además de cristales de sal que no arañan hasta que se seca, salen micro plásticos, muchos de ellos de los súper plásticos que el sol tuesta y el viento sacude, mientras tapan los invernaderos. El agua dulce se saca de debajo de la tierra para echarlo por sobre las fresas como si fuera nata, pero el problema de la leche es otro.

Si seguimos sacando agua del fondo de la Tierra tendremos que corregir la mitología y quitarle la Laguna Estigia. Para muchøs será un descanso, porque pensarán que ya no tendrán que pagar sus pecados, olvidando lo buena que es el agua, que Aquiles logró su invulnerabilidad cuando Tetis, su mamá, lo llevó a tomar las aguas junto a Caronte, pero no subidos a su barca. Lo que más tarde le pasó a Aquiles fue por un descuido durante el baño, nada más.

Las aguas, las que sean, las que hayan sido, solo han traído buenas y grandes cosas. Piensen ustedes en la Humanidad que habita sobre este Planeta. Salimos del agua un buen día, como por casualidad y si somos algo ese algo es agua. Somos un río interior bajo nuestra piel de agua: agua que tomamos, que se evapora por nuestros poros para ventilarnos, que desaguamos tras el lavado de todo nuestro interior. Nuestra sangre tiene un 80-90% de agua; nuestros pulmones como un 85%; nuestra piel un 70%. Pensamos con un 85% de agua y vemos con un 95% de H2O. Pero no pensamos en el agua, ni vemos lo que le pasa al agua, ni sentimos nada cuando el agua sufre.

A la Laguna Estigia de Patinir, en el Museo del Prado, le tendrá que salir una réplica de la barca de Caronte varada en un lecho agrietado por culpa de la Ley de aguas, regadíos o lo que quiera que sea, y con sus pasajeros sacándose la moneda de dentro de la boca para darla en donativo y que compren agua, a alguna compañía suiza o americana, para llegar al otro lado. Tampoco en El Lago azul, la película, habrá más cascada, y la pobre Albufera, de Cañas y Barro, se quedará sin cañas ni barro ni Victoria Abril y sin Tribunal de las aguas, que ya no hará falta. Iguazú se quedará sin turistas y Marilyn Monroe desaparecerá de Niágara, Canadá. El naufrago, de García Márquez, no naufragará y Hemingway se quedará sin pescar.

Habrá excursiones de culto al agua a museos que atesorarán todas esas obras de arte, llenos de visitantes que acudirán tirando de un carrito con un motorcito y un tubito unido a una mascarilla para que puedan respirar humedad; una mochilita esconderá una botella de acero con otro motorcito y otro tubito, este de suero, conectado a un antebrazo.

Un autobús saldrá de Sevilla, todos los viernes, y recorrerá Doñana con una grabación de los discursos inflamados de Moreno en defensa de Doñana y de España, que terminará con un “Viva la fresa, y olé, y la curpita, toa, la tiene Brusela, que mira que curtiva coles”.

Y colorín, colorado se está poniendo Doñana de lo que le pega el sol y sin agua. Las perdices serían otro temazo.

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