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El aforamiento de cargos públicos, representantes de altos cargos del Estado, jueces y magistrados, entre otros, se convirtió este martes pasado en el debate más interesante del Pleno del Senado.

El aforamiento de cargos públicos, representantes de altos cargos del Estado, jueces y magistrados, entre otros, se convirtió este martes pasado en el debate más interesante del pleno del Senado. La supresión de la figura del aforado se ha convertido desde hace algún tiempo en una especie de leyenda urbana de la nueva política y de una parte de la vieja también hasta el punto de ser un elemento fundamental del acuerdo suscrito entre Sánchez y Rivera.

Y como era de esperar tenía que llegar el momento en el que el debate parlamentario se ocupara de ello. Y lo hizo por la vía de una moción presentada a pleno por el grupo socialista y que terminaría siendo aprobada por todos los grupos con la deshonrosa excepción del Partido Popular que prefiere seguir rellenando su cupo en cada sesión plenaria con propuestas que sólo buscan “blanquear” las crueles políticas ejecutadas sin piedad a lo largo de los últimos cuatro años por el Gobierno de Mariano Rajoy, en lo que ha sido el mayor “austericidio” de la democracia.

Resulta cuanto menos patético ese esfuerzo inútil de los populares que sólo les conduce a la melancolía electoral sin ser conscientes de que mirar hacia atrás sólo produce dolor de cuello, sobre todo cuando atrás se sienta la senadora Barberá, que por cierto asistía imperturbable y con la mirada fija en el escritorio de su escaño al debate sobre la supresión de los aforamientos parlamentarios con la misma indiferencia que si se estuviera hablando de agricultura ecológica.

El Partido Popular sacó a relucir las peores malas artes del debate parlamentario haciendo un uso truculento del reglamento, que por cierto requiere de una reforma tan urgente como la de la Constitución si queremos que la productividad de la Cámara responda a las expectativas ciudadanas.

Los asesores de Génova habían trabajado bien una estrategia que por momentos hacía honor a aquella película sobre prisioneros aliados en un campo de concentración nazi, protagonizada entre otros por Steve McQueen y que llevaba por título Evasión o victoria.

Y es que las dos cosas les valían, la primera, la evasión, la plantearon a través de una enmienda por la que proponían la creación de una ponencia que estudiara la reforma constitucional que pudiera dar pie en un futuro legislativo, que puede que no exista en el corto y casi en el medio plazo, a algún tipo de supresión de aforamientos. Gran patada hacia delante que en el “Seis Naciones” de rugbi habría puesto en pie al público del equipo local.

Y todo ello sin inmutarse, y con varios miembros del grupo en expectativa de destino judicial además del conocido caso Barberá.

Y la segunda, la victoria, la tenían asegurada a pesar del frente común de toda la oposición porque las matemáticas parlamentarias juegan con la camiseta del Partido Popular y su mayoría absoluta tiene voluntad exterminadora como se demostró en el rechazo de esta y también de las otras dos mociones que trataban sobre controles fronterizos en Ceuta y Melilla, el eterno drama de las concertinas, y el acogimiento de refugiados rechazando el acuerdo respaldado por Mariano Rajoy en el último Consejo Europeo y que todavía no ha explicado en la sede de la soberanía popular.

Esta exhibición del músculo de su mayoría absoluta es un buen indicio de lo que le espera al trabajo legislativo de un futurible gobierno “a la valenciana” o “a la ciudadana”, que para lo que nos ocupa lo mismo da.

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