La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto reciente.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en un acto reciente.

La nueva vorágine electoral en la que estamos inmersos hasta el próximo 4 de mayo ha evidenciado que Trump, Bolsonaro, Orban, Salvini, Le Pen o Ayuso y Monasterio no son accidentes ni España ni Portugal una excepción al fascismo en las instituciones. Con sus diferentes características y matices, hay una deriva hacia la extrema derecha que impregna la política y la comunicación, degradando la democracia y afectando a la convivencia. El problema principal se ha identificado en este tramo de la campaña. Democracia o fascismo. La radicalidad del discurso de Ayuso desbarató tanto la posición de Vox que han tenido que reforzar su extremismo para marcar diferencias que se estaban volviendo imperceptibles.

El miedo a un trasvase de votos hacia Ayuso ha provocado que la extrema derecha haya incendiado la campaña desde el principio. Las mentiras habituales se han reforzado con mítines provocando a la gente de los barrios, bajo una marcial protección policial, con una obscena campaña señalando a menores y con el blanqueamiento de la amenaza de muerte recibida por el candidato de Unidas Podemos. En este todo por el todo Abascal ha tenido que arropar personalmente a su candidata en cada espacio que ha podido, desde mítines a incontables, y caras, vallas publicitarias.

El mensaje de la extrema derecha estaba muy presente en la política de España desde que Vox penetró en las instituciones, terminando de arrancar todos los complejos de la derecha en un país con una dictadura tan reciente. Terminaban el trabajo de un Aznar que empezó a demoler este pudor de significarse ultra. El votante de Vox anidado en el Partido Popular ya podía sacar pecho de ser un radical en un país con tantas cunetas regadas de cadáveres sin ningún tipo de rubor. La emergencia de Vox ante la debilidad del PP alentó a Ciudadanos y al propio PP a radicalizar su mensaje y luchar por seducir a un votante desacomplejado mientras su mensaje era envenenado por esta serpiente tóxica.

La singularidad de la derecha española en Europa fue la facilidad con la que se dejaron abrazar por el mensaje de ultraderecha escenificándolo en la infame foto de Colón. Ciudadanos lo está pagando dando sus últimos estertores con una posible desaparición en la Asamblea de Madrid. El PP quedó preso en la deriva ultraderechista, aunque Ayuso se sienta cómoda en Madrid jugando con sus reglas. Pese a que ciertos medios alabaron una supuesta vuelta al centro del PP en la suicida moción de censura de Vox, fue la formación de verde la volvió a llevar la iniciativa y a marcar al PP como la derechita cobarde. Era, quizás, demasiado tarde para virar al centro. Ya bola de la radicalidad había crecido demasiado y era una avalancha imparable de gente orgullosa de que sus líderes esputaran radicalidad en las instituciones. Era la apuesta de Cayetana Álvarez de Toledo, pero Casado no quiso arriesgar y se quedó en tierra de nadie.

Aunque a que lo repitan constantemente y sus bots hagan campañas con el argumento —antes votaba a la izquierda pero inunda Twitter—, Vox no crece con voto obrero previamente de izquierdas, como pudo hacer Le Pen en Francia o Salvini en Italia. Vox crece mordiendo al PP, sacando ultras del armario. Es su debilidad, pero es también su fortaleza. Sabe dónde tiene que presionar en su abrazo de serpiente al PP para hacerse imprescindible. Incluso en el peor escenario para Vox el próximo 4, va a ser necesario en un gobierno de Ayuso.

En este contexto, Ayuso es una anomalía. Es un problema para Vox en Madrid y lo será para Casado el futuro si le quiere disputar la dirección del partido. La mutación de la community manager de Pecas en el azote del Gobierno de España durante la pandemia  ha liberado su potencial de la mano de ideólogos de una guerra cultural por la derecha. Usa los mismos marcos de Vox y un lenguaje similar, ampliando el mensaje con todos los resortes de los que dispone desde la presidencia de la Comunidad de Madrid y como musa de la prensa de derechas. Explícitamente indica que lo que expone Vox no es extrema derecha. Alardea sin rubor de aporofobia insultando a las personas de las colas del hambre. No ve mayor problema en la campaña del señalamiento a los menores no acompañados de Vox más allá de las meras competencias. Les roba todos sus mensajes y los complementa con las falacias acerca de su gestión con el beneplácito de los medios generalistas.

Antonio Maestre ha escrito un artículo señalando que Ayuso, en el fondo, había ganado el debate electoral de Telemadrid. Efectivamente, podemos comparar el debate de Ayuso con los de Trump contra Hillary Clinton. Clinton vapuleó con datos a Trump, pero daba igual, él lo aprovechó para mandar su mensaje basado en la mentira y en la falta de educación, que en su electorado se percibe como arrojo y honestidad. La postura de altivez de Ayuso fue un calco.  Es posible que toda la falta de educación, preparación y empatía que mostró no le reste en sus intereses. Al contrario, la imbecilidad política le suma en su votante, e incluso robará más votos a Vox. Pero puede también que su indecencia movilice a la gente corriente que no pensaba votar. Puede que haya movilizado el voto en defensa propia.

El resto de los debates se han cancelado, porque organizar un debate sin fascistas no era una opción en los medios de comunicación españoles. La Sexta de abrió las puertas del prime en La Sexta Noche a un embrionario Vox capitaneado por un Alejo Vidal Cuadras y dopado por el dinero de la secta fundamentalista islámica Mojahedin-e Khalq. Más tarde, Ferreras puso la banda sonora al desembarco de la extrema derecha en las instituciones en las elecciones andaluzas. Después les blanquearon las reinas de las mañanas televisivas y Trancas y Barrancas. Ahora Angels Barceló se sorprende de tener a una candidata relativizando una amenaza de muerte.

El fenómeno de la extrema derecha no pilló desprevenidos a los medios de comunicación españoles. Mientras el votante de V0x estaba alojado en la nave nodriza del voto útil que era el PP, dejando en marginales a Falanjes y Españas 2000, en toda Europa crecía la extrema derecha. Se podía haber aprendido a la griega negándoles el espacio en los medios, como implora el colectivo de No les Hagas Casito, o como resume constantemente Hibai Arbide en no legitimar a los fascistas como interlocutores legítimos;  no hacer una noticia de cada sandez que dicen; no asumir su agenda y sus temas como si fueran las preocupaciones de la opinión pública; y no dar alas al racismo, el machismo y la LGTBIfobia. En Grecia funcionó para parar su serpiente, Amanecer Dorado.  De forma muy minoritaria, algunos profesionales de los grandes medios les han intentado rebatir con información veraz sin resultado. La periodista Lidia Heredia desmontó los datos falsos del candidato a las elecciones catalanas Ignacio Garriga en Els matins de TV3 y Diego Losada ha hecho lo propio con Rocío Monasterio en TVE, pero les da igual. No les importa que evidencien sus mentiras, se enrocan en su mensaje y extienden su veneno aunque no esté fundado en datos reales.

La otra opción para frenar el mensaje de odio tendrá que ser, por obligación, a la suiza. La Operación Líbero planteada en redes ante el referendum de 2016 en Suiza sobre la deportación automática, lo mismo que quiere aquí Vox, desbarató la propuesta del partido ultraderechista SVP. Lo tenían claro, romper el control de la narrativa, porque la extrema derecha intoxica el debate y obliga al resto a hablar de sus temas. Pero tampoco no hay que regalarles ni el lenguaje ni la bandera.  En España el tema de los símbolos nacionales es todavía más complejo, pero es un campo de batalla que hay que jugar, porque, por las reacciones que se han visto después del debate de la Ser, los medios de comunicación españoles no van a dejar de blanquear a Vox. De momento, a la suiza es la única opción de lucha cultural en España.

Se puede romper el abrazo de la serpiente. Podemos regar las urnas de votos contra balas y sembrar un futuro decente. Tenemos que intentarlo, porque hay mucho en juego. Para las personas que creen en la democracia y, de verdad, en las instituciones y el estado de derecho, la abstención esta vez no es una opción. No se puede permitir colectivos tan nocivos para los servicios públicos elementales y la convivencia colonicen nuestras instituciones. No se puede entregar nuestro estado, con los defectos que tenga, a la extrema derecha. No se puede ceder la Constitución a los que no creen en ella y les sobran 26 millones de personas. Hay que usar la bomba de oxígeno que dio Pablo Iglesias para que hubiese partido. Hay que jugar hasta el final y movilizar cada voto.

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