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Sergio Díaz, miembro de Podemos Jerez

Mirando las últimas actualizaciones de la gente que tengo añadido como amigo en Facebook o que sigo en Twitter me doy cuenta de que muchísimas de ellas hablan de política. De un partido más a la izquierda o de otro menos a la izquierda, pero la gran mayoría escribimos sobre política, sobre posturas a la izquierda del traidor PSOE, sobre el cambio político de abajo a arriba. Claro, a uno ante este panorama digital le da un subidón de optimismo y piensa que todo es posible, que la revolución social está a punto de empezar y que en este país van a cambiar pronto muchísimas cosas. Pero Facebook o Twitter no son la vida real. Inconscientemente, esta visión errónea de la realidad socio-política me ha servido para plantearme si a veces nuestro círculo social con el que nos relacionamos normalmente nos puede influir subjetivamente en nuestra visión de la evolución del cambio político. A lo mejor estamos tan acostumbrados a debatir con el que se encuentra en nuestra periferia ideológica y olvidamos que no debatimos con quien está en nuestro opuesto político. E inevitablemente esta idea me ha derivado a la convivencia de varios partidos de izquierdas en el mapa político y al emergente debate entre la vieja y la nueva política, sobre todo desde la postura de la izquierda rupturista con el régimen del 78. Puede ser que hayamos pecado de mirarnos demasiado el ombligo, de debatir demasiado sobre la concepción materialista de la Historia o sobre las técnicas leninistas de liderazgo de masas. Puede ser que las ideologías que aspiramos a llegar a esa mayoría social de clase trabajadora nos hayamos vuelto sectarios sin quererlo. Si creemos en el cambio, si creemos en una democracia en la que participe toda la ciudadanía, si creemos en los procesos constituyentes para derribar regímenes despóticos, no entiendo por qué tenemos que pedirle al compañero el carné del partido o que esté al corriente de pago de cuotas, porque al fin y al cabo es eso, un compañero más. Una mente, un corazón y un músculo más para poder lograr el ansiado cambio. La vieja política ha muerto. Hacer campañas para captar afiliados argumentando que esa es la única manera de lograr un cambio social, ya no sirve. Si en tiempos atrás partidos como el PCE o el POUM crecían vertiginosamente en número de afiliados durante determinados periodos de enfrentamientos entre clases sociales, esto ya no es así. La vieja guardia está dando sus últimos coletazos. Y debe dejar paso a la juventud. La regeneración política es fundamental. Pero no se trata de cambiar un secretario general de 60 años por otro de 30, supone mucho más que eso. Aquí es donde aparece como pieza fundamental el 15-M. El movimiento perroflaútico (como dicen algunos) que se dio en 2011 ha abierto la puerta a un profundo cambio en el sistema. Miento, no abrió brecha en el sistema. Abrió una brecha en la izquierda transformadora de este país. Significó muchísimo más para los partidos de izquierdas que para para el sistema económico o político. Si bien es cierto que el 15-M no sirvió para meter miedo a la élite financiera, sí supuso un tirón de orejas para aquellos partidos que aspiraban a formar una mayoría social con ciudadanas y ciudadanos que creyeran en la justicia social, los derechos humanos y la democracia participativa. Desde que nació el 15-M la izquierda ha recibido golpes de atención día tras día, y no ha sido hasta la irrupción electoral de Podemos cuando nos hemos dado cuenta de lo que el pueblo estaba pidiendo. Estábamos reclamando poder popular. Tan sólo reclamábamos eso, que la ciudadanía pudiera participar en la vida política como ciudadano que es y no como militante de un partido político. Es entonces, tras estas elecciones europeas, cuando la necesaria regeneración política pasa a tener un papel vital. Porque fuimos los jóvenes los únicos que vivimos esa experiencia del 15-M con una mente limpia de procesos anteriores, con una visión captadora de nuevos métodos de organización y no con una visión analítica e inmóvil de quienes llevan muchos años trabajando en política de otro modo. A diferencia de la mayoría de parlamentarios que ocupan sillones en el Congreso o el Senado, los jóvenes no habíamos vivido nada que nos diera esperanzas y reavivara esa virtud revolucionaria y transformadora, que como decía Salvador Allende venía innata biológicamente en un joven.

Es posible que haya alguien de la vieja política de izquierdas que esté leyendo esto y crea que estamos excluyéndole del cambio político, pero no es así. Porque si otra cosa aprendimos del 15-M fue la labor integradora más allá de clichés sociales o políticos. En la mayoría social transformadora podemos entrar todos. En contra de la corrupción estamos todos. En contra de la casta estamos todos. En contra de los desahucios estamos todos. En contra del paro estamos todos. Cabemos todos en esa mayoría social que pida un cambio estructural del sistema porque la élite económica que nos gobierna no nos representa. Merkel y la troika no nos representan, no la queremos, no la hemos elegido. En definitiva, en una postura política anti-austeridad que anteponga a las personas frente a los mercados podemos incluirnos todos y todas. Parece que este último párrafo ha sido un canto a la unidad. Lo es. Es un llamamiento a la unidad, desde abajo, sin siglas, sin despachos, sin dictámenes de obligado cumplimiento del secretario general o del líder del partido. Es un llamamiento para la unidad en las calles contra los recortes vengan de donde vengan, contra la casta y contra los mercados.

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