Un parche feminista. FOTO: CLAUDIA GONZÁLEZ ROMERO.
Un parche feminista. FOTO: CLAUDIA GONZÁLEZ ROMERO.

Ahora que es momento de hacer la lista de propósitos del nuevo año marquémonos como uno de los objetivos el empatizar con las víctimas y mirar el problema desde donde hay que mirarlo.

“Mírala. Que le pega y se queda callada. A mí me levanta la mano o la voz y se entera. Vamos que si se entera. Y todo el barrio también se entera. Y la policía. O denuncio o me escucha. Pero quieta y callada no me quedo. Normal que a ella le pase esto. Si se lo permitió una vez, ahora que no pretenda que pare. Hay que ser más valiente. Hay que mirar a la vida de frente. Ella lo que siente es obsesión, no es amor. Por eso no acaba con esto. Me da pena. Y sus hijos también. Pero, ¿qué le vamos a hacer?”. Esta conversación ha existido. Las palabras han salido de la boca de una mujer menor de treinta años. Atónita me quedé cuando la escuché. Me hizo darme cuenta de que el problema va mucho más allá de lo que imaginaba. Si tuviera que elegir la peor noticia de 2017 el aumento de número de víctimas por violencia de género estaría sin ninguna duda en lo más alto. 

El año termina con un Pacto de Estado contra la Violencia de Género en el que se proponen 26 medidas para combatir el problema. Los últimos doce meses han estado repletos de llamamientos en los medios de comunicación para que las mujeres (y hombres) denuncien. Menudas soluciones. De nada sirve un Pacto que los partidos políticos utilizan para darse golpecitos en el pecho. Tampoco vale hacer llamamientos en los medios cuando las noticias se tratan de forma sensacionalista. Pero aunque todo esto se hiciera bien, el problema más grave perduraría. Y ese problema es la forma de pensar de parte de la sociedad. De más personas de las que nos imaginamos. De todas las edades y de ambos sexos.

Para que las cosas empiecen a cambiar debemos concienciarnos de que esas mujeres (y hombres) tienen miedo y la autoestima por los suelos. Y miedo no solo de los maltratadores (y maltratadoras). También del qué dirán. Debemos darnos cuenta de que los enfermos y los que están obsesionados son los agresores (y agresoras). Hago uso del “debemos” porque considero obligatoria esa concienciación. De lo que no se dan cuenta las personas que piensan como la joven en cuestión es de que algún día las víctimas pueden ser ellas (y ellos). Que el día que les levanten la mano o la voz ya será tarde. Que se quedarán callados. Y si todos pensáramos así, el problema no tendría ni siquiera visibilidad o lo que es más grave, estaría justificado.  

Pedir a 2018 que la violencia de género termine es una utopía. Es imposible y lo será, me atrevería a decir, que eternamente. Pero espero que el año que viene por estas fechas se hayan encontrado algunas soluciones efectivas por mínimas que sean, haya cambiado la forma de pensar de algunos de los más retrógrados y existan más personas capaces de alzar la voz y quitarse el miedo para ayudar a las víctimas. Sería una buena forma de terminar el año. Es un hecho que a corto plazo la justicia, los políticos, los responsables de crear publicidad sexista o los que continúan celebrando fiestas machistas entre tantos otros no van a hacer nada para que esto cambie. A ellos les sale rentable ver a la mujer como un objeto que ni siente ni padece. Pero empecemos a hacer algo nosotros, los que sí vemos el problema. Ahora que es momento de hacer la lista de propósitos del nuevo año marquémonos como uno de los objetivos el empatizar con las víctimas y mirar el problema desde donde hay que mirarlo.

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