El 11M y la teoría derechista de la conspiración

La mayoría de la población creyó de buena fe, en un primer momento, que había sido ETA. Después de tantos años de terrorismo, parecía lo normal

Uno de los trenes atacados el 11M, en una imagen de archivo.
Uno de los trenes atacados el 11M, en una imagen de archivo.

Es demasiado burdo, pero eso no quiere decir que sea ineficaz. Ya se sabe: la verdad tiene las patas cortas. En las redes sociales, los lacayos de la ultraderecha vuelven a repetir, sin ninguna prueba, que el PSOE estuvo detrás de los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004. Naturalmente, no se trata de buscar la verdad sino de hacer propaganda. Frente al delirio de la teoría conspiranoica, no está de más recordar que sucedió realmente aquel día infausto. 

La mayoría de la población creyó de buena fe, en un primer momento, que había sido ETA. Después de tantos años de terrorismo, parecía lo normal. Pero pronto resultó evidente que los yihadistas habían sido los auténticos culpables. Esta autoría no hay que entenderla en el sentido de que la dirección de Al Qaeda, desde el extranjero, transmitiera unas órdenes precisas. La organización de Osama bin Laden no funcionaba de una manera centralizada sino, más bien, al modo de una franquicia: se limitaba a dar directrices generales que cada grupo local interpretaba y ejecutaba a su criterio. Es muy probable, en consecuencia, que Bin Laden ni siquiera estuviera al tanto de los planes concretos para perpetrar la matanza en la capital española.  

El gobierno del PP, sin embargo, se aferró a la tesis de ETA. El presidente Aznar llamó incluso a la prensa para garantizar que la banda vasca era la auténtica responsable.  Incluso trató de que el jefe de los servicios secretos, Jorge Dezcallar, apareciera en televisión para desmentir que el CNI centraba su investigación solo en el islamismo, tal como afirmaba la cadena SER. Deszcallar, decidido a no poner su credibilidad al servicio de una manipulación partidista, se negó. Más tarde, el líder de los populares intentaría sacar partido con una desclasificación muy selectiva de documentos del CNI que produjo entre sus agentes una profunda desmoralización. El servicio vio así cuestionada su imagen ante los organismos homólogos de otros países. ¿Cómo iba la CIA o el MI6 a compartir información reservada si se corría el riesgo de que apareciera publicada enseguida?  

Detrás de estas maniobras de intoxicación informativa había, obviamente, un cálculo electoral. Los populares no podían reconocer los crímenes eran cosa de los islamistas porque entonces la opinión pública culparía de lo ocurrido a la intervención española en la guerra de Irak, en la que Aznar había apoyado a Estados Unidos y su justificación de que Saddam Hussein poseían armas de destrucción masiva. En realidad, el dirigente conservador se había limitado a fiarse a ciegas de George Bush, puesto que España, por sí misma, carecía de recursos de inteligencia para conocer la situación en territorio iraquí. Esta gestión de la crisis, que hizo que la gente se sintiera engañada, acabó por pasar factura la derecha, que perdió ante el PSOE las elecciones que se celebraron tres días del estallido de las bombas. 

Por todo el país se multiplicaron las protestas contra el gobierno, convocadas a través de SMS masivos. Según el PP y la prensa que le era afín, todo era una campaña hábilmente orquestada por la oposición socialista. En realidad, esta afirmación no era más que una teoría conspirativa, lo mismo que la que se fabricó desde el PSOE sobre un supuesto proyecto del PP para sacar a la calle los tanques y obligar así a que se postergaran los comicios proyectados.

De todas formas, incluso mucho tiempo después de la tragedia, cuando ya existía un amplísimo consenso que en los terroristas eran fanáticos islamistas, la derecha continuó defendiendo la tesis de ETA. Como ha señalado una tesis doctoral, el conspiracionismo del 11-M se inscribía “dentro de un determinado tipo de confrontación partidista que se ha dado en llamar estrategia de la crispación”.

Las teorías de la conspiración parecen extravagancias inofensivas… hasta que dejan de serlo cuando abandona los márgenes de la política para ocupar la centralidad. Sucedió tras la Primera Guerra Mundial: Alemania había sido derrotada militarmente, pero los conservadores, antes que reconocer su culpa, prefirieron atribuir el desastre a una imaginaria “puñalada por la espalda”. Se creo así un estado de ánimo que Hitler aprovechó para llegar al poder. Poco después, en España, la derecha presentó el triunfo de una República puramente burguesa como el triunfo del bolchevismo desatado. Todos sabemos lo que ocurrió cinco años después, en julio de 1936.

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