100 años después de la Asamblea de Ronda

Foto Francisco Romero copia

Licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Antes de terminar la carrera, empecé mi trayectoria, primero como becario y luego en plantilla, en Diario de Jerez. Con 25 años participé en la fundación de un periódico, El Independiente de Cádiz, que a pesar de su corta trayectoria obtuvo el Premio Andalucía de Periodismo en 2014 por la gran calidad de su suplemento dominical. Desde 2014 escribo en lavozdelsur.es, un periódico digital andaluz del que formé parte de su fundación, en el que ahora ejerzo de subdirector. En 2019 obtuve una mención especial del Premio Cádiz de Periodismo, y en 2023 un accésit del Premio Nacional de Periodismo Juan Andrés García de la Asociación de la Prensa de Jerez.

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En unos meses se cumplirá el primer centenario de la Asamblea de Ronda, celebrada entre el 12 y el 14 de enero de 1918, y podemos ya atrevernos a pronosticar que seguramente pasará inadvertido tanto para la mayor parte de nuestras instituciones de autogobierno como del grueso de la ciudadanía andaluza en general, últimamente más adormecida y vexilológicamente alienada que de costumbre.

Pero este centenario no es —o no debe ser— importante solamente para quienes se identifiquen como andalucistas. Aquella asamblea presidida por un lienzo con el primer escudo de Andalucía, a la que asistieron personas de la talla de Blas Infante, Pascual Carrión o Rafael Ochoa y que inspiró tanto el famoso Manifiesto de la Nacionalidad (Córdoba, 1/enero/1919) como la moción presentada al Ayuntamiento hispalense y a la Diputación Provincial (Sevilla, 29/noviembre/1918) por parte del Centro Andaluz para que se pidiera al Gobierno central la Autonomía por decreto, es en realidad el primer gran hito de nuestra historia reciente en que se sientan las bases para darnos cuenta como pueblo de que efectivamente teníamos una identidad social y cultural propia, de que podía ser posible tener una conciencia colectiva y de que podíamos tener, si nos lo proponíamos voluntariosamente, una causa común.

Un siglo después, el manifiesto de la Asamblea de Ronda sigue teniendo tal pavorosa actualidad que nos tendría que hacer recapacitar profundamente sobre lo que hemos o no alcanzado política, social, cultural y económicamente. Con la Constitución de 1978, el Estado español se compone de regiones y nacionalidades y, aunque en el debate político, incluso desde organizaciones de izquierda, se hable solamente de Galicia, Euskadi y Cataluña –lo que en otro tiempo se llamó GalEusCa–, debemos recordar que Andalucía logró ser reconocida legalmente como nacionalidad gracias al 4 de diciembre de 1977 y al 28 de febrero de 1980, ganándose a pulso acceder a la autonomía por la vía rápida diseñada para las nacionalidades del artículo 151, en lugar de la lenta marcada por el 143 para las regiones. Pero a diferencia de estas otras, que se han colocado a la cabeza del Estado e incluso de Europa en algunos aspectos, Andalucía sigue liderando el ranking de índices negativos en cuestiones tan trascendentales como el desempleo, el fracaso escolar, la contaminación medioambiental o la dependencia económica foránea.

Para nuestro reconocimiento como nacionalidad histórica y, por tanto, para poder incidir con propiedad en el debate territorial actual y no quedarnos rezagados una vez más, esta Asamblea de Ronda de 1918 juega un papel más que fundamental, pues supone la primera piedra política del proceso estatutario andaluz y un auténtico zarandeo directo a nuestra realidad colectiva tal y como hasta entonces la concebíamos. Un manifiesto que no solamente define a Andalucía como nacionalidad y como nación, sino que marca las claves del camino que debíamos emprender y que en muchos aspectos aún está por arrancar:

Andaluces:

Ha llegado la hora de que Andalucía, la región que siempre fue más civilizada de España y, en ocasiones, la nación más civilizada del Mundo, despierte y se levante para salvarse a sí misma y salvar a España de la vergonzosa decadencia a que han sido arrastradas durante varios siglos por los Poderes centrales, presididos por hombres inconscientes o malvados.

Es preciso concluir de una vez con la oligarquía nacional, representada por estos hombres. Hay que fortalecer la vitalidad de las regiones y municipios, reconociéndoles los fueros que a ellos corresponden por naturaleza, como fuentes de vida y prosperidad nacional. Hay que fomentar por el mutuo conocimiento, por la solidaridad ante los intereses comunes y por el respeto a los intereses propios de cada región o municipio, los lazos afectivos y de hermandad entre ellos, hoy aflojados por la arbitrariedad centralista, que oprime a los unos y a los otros suscita entre ellos recelos y rebeldías, con evidente peligro de la unidad de la Patria española.

A nosotros corresponde fortalecer Andalucía y los municipios andaluces, unificando su fuerza para intimar con ella, como hace Cataluña, a los poderes centrales, a fin de obtener de éstos lo que de grado no otorgan: instituciones de enseñanza, caminos, canales y reivindicaciones económicas y financieras debidas a la vida de nuestra región.

La dignidad de los andaluces exige la creación en Andalucía de un pueblo consciente y capacitado; exige el concluir de una vez, sea como sea, con los caciques y sus protectores los oligarcas; hay que evitar continúe siendo Andalucía el país del hambre y de la incultura; la tierra más alegre de los hombres más tristes del mundo. Tenemos que tomar la tierra de aquellos que no la cultivan, para entregarla a los que deseen trabajarla, evitando con esto la espantosa emigración. Tenemos que educar urgentemente una generación de adultos, una generación de padres que concluyan en sus hijos las generaciones de analfabetos; tenemos que comunicar con carreteras a todos los pueblos de la región; que fomentar el crédito industrial y rural; que regar nuestra tierra; que explotar nuestra riqueza minera; que poblar bosques, y que crear en todos los pueblos o comarcas instituciones de enseñanza técnica y práctica ordenadas al florecimiento de la cultura, de las artes, de la industria, de la agricultura y de la minería.

Hay que concluir con la leyenda vergonzosa de la Andalucía de pandereta, vestida de colorines, esclava de caciques y prostituta de toreros. Para emprender esta obra es preciso, ante todo, fomentar el espíritu regional, el patriotismo regional, y para ello necesitamos de la unión estrecha, en un solo cuerpo y espíritu, de todas las provincias andaluzas.

Por esto, centro Andaluz toma la iniciativa de congregarlas en Ronda, la ciudad más apropiada para este acto, por estar cerca de Bobadilla, punto de concurrencia de los caminos de la Región. Andaluces: Leed el programa Regionalista y acudid a la Asamblea de Ronda. La España centralista ha muerto. La colonización industrial extranjera, que la explota y domina, y su absoluta impotencia internacional, lo revelan bien claramente.

¡Viva Andalucía y la Federación de las Regiones españolas!

Bibliografía recomendada:

Hijano del Río, Manuel y Ruiz Romero, Manuel. Documentos para la historia de Autonomía Andaluza (1882-1982). Málaga, Ed. Sarriá, 2001.

Lacomba Abellán, Juan Antonio. Blas Infante y el despliegue del andalucismo. Málaga, Ed. Sarriá, 2000.

 

Artículo de Jesús P. Vergara Varela, licenciado en Historia, técnico de biblioteca y miembro del Centro de Estudios Históricos de Andalucía. Este artículo ha sido publicado originariamente en La Andalucía.

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