Medio siglo de visiones

Clemente Domínguez y otros asistentes a La Alcaparrosa.

El 30 de marzo de 1968, hace hoy cincuenta años, cuatro niñas vieron a la Virgen María en la finca de La Alcaparrosa, a un kilómetro escaso de El Palmar de Troya (Utrera). Ana, Josefa, Ana y Rafaela se encontraban recogiendo flores para la iglesia del pueblo (un barracón metálico junto a la carretera) cuando unos ojos penetrantes las sorprendieron desde un lentisco...

Llegaron resoplando a la casa de la maestra y su esposo el alcalde. Las criaturas estaban muertas de miedo y no era fácil sonsacarles la razón. Coincidían en que habían visto algo extraño en un lentisco, pero no acertaban a concretar qué era aquello. ¿Un toro de cuernos verdes? ¿Un galgo? ¿Una sombra? ¿Un ahorcado…? Sólo horas más tarde, y tras una charla con el señor boticario, quedó meridianamente claro que lo que se les había aparecido no era otra cosa que la Virgen. Los tres días siguientes regresaron a la finca, acompañadas de una comitiva de vecinos, y volvieron a verla encaramada sobre el milagroso lentisco, del que pronto la sed de reliquias no dejaría ni las raíces.

Esto, en sí, no es tan extraordinario como parece: también Fátima, La Salette, Garabandal y otros lugares son célebres porque unos niños dijeron haber visto a la Virgen. En el entorno de la mística campiña sevillana el acontecimiento es todavía más banal, si cabe: aquel mismo año, un joven vio a la Virgen en La Puebla del Río y otro en un barrio de Sevilla. Aquel mismo día, otros cuatro niños la vieron cerca de Dos Hermanas.

Lo extraordinario de estas presuntas apariciones fue, más bien, lo que sucedería a continuación. En menos de un mes las visitas al lentisco se habían convertido en una masiva romería a la que acudían curiosos de toda España. A las cuatro niñas se habían sumado numerosos videntes de la región, que competían cada tarde en piruetas preternaturales: una transmutaba hostias en carne sanguinolenta en la punta de su lengua; otra mostraba mechones rubios que probaban que había hecho de nodriza del Niño Jesús; otro visitaba al Papa en el Vaticano por bilocación; otra le prestaba una cámara al espíritu del Padre Pío para obtener fotos de la Virgen... En menos de dos años se contaban en torno al Palmar de Troya unos siete estigmatizados, lo que debe de suponer la mayor concentración de la historia.

Y aun así, acontecimientos como estos son comparables a los de otros lugares de apariciones, sólo que aderezados con el folclorismo, el duende y el gracejo de la tierra. Lo que hace único al Palmar de Troya fue la deriva que tomó a partir de que un joven contable sevillano llamado Clemente Domínguez comenzara, él también, a recibir visiones y mensajes de personajes como la Virgen María, Jesucristo, el Padre Eterno o Santiago Matamoros. Pronto superó Clemente a los otros místicos: no sólo sufría estigmas, sino que podía derramar dieciséis litros de sangre de una sentada; no sólo publicaba sus mensajes celestiales en folletines caseros, sino que se los hacía llegar a Franco para que los leyera en su discurso de fin de año; no sólo se confesaba pecador, sino también amante del lujo, la buena mesa y los jóvenes seminaristas; no sólo denunciaba (como la mayoría de los asiduos al Palmar) los “modernismos” del segundo Concilio Vaticano, sino que describía a un Santo Padre apresado en las mazmorras vaticanas, víctima de una conspiración judeo-satánico-masónica. No sólo anunciaba el fin de los tiempos, sino que lo predecía para fechas tan cercanas que… se vio obligado a predecirlo muchas veces.

Lo que hace único al Palmar fue la deriva que tomó a partir de que un joven contable sevillano llamado Clemente Domínguez comenzara, él también, a recibir visiones.

Clemente, ya amo y señor del Palmar, dedicó la primera mitad de la década de los setenta a fastuosos “viajes apostólicos”, promoviendo sus milagros y la causa palmariana por el mundo. Religiosos y seglares llegaban desde países tan remotos como Nigeria, Canadá o Filipinas. Las autoridades eclesiásticas prohibieron la celebración del culto en la finca, pero los sacerdotes aficionados hicieron oídos sordos. La Nochevieja de 1975, Clemente y cuatro de sus seguidores se hicieron ordenar por un errático arzobispo vietnamita, Monseñor Ngô-Dinh-Thuc, lo que dará lugar a toda clase de rumores, rencillas y persecuciones eclesiales e incluso judiciales.

En agosto de 1978, a la muerte del pontífice Pablo VI, Clemente Domínguez se autocoronó Papa, fundó la “Iglesia palmariana”, excomulgó a toda la jerarquía vaticana y declaró que la Sede Apostólica se había trasladado al pueblo utrerano de El Palmar de Troya, donde continúa hoy bajo el mando de uno de sus sucesores.

Hacía entonces diez años del día en que cuatro niñas vieron a la Virgen María en un lentisco. Ellas terminarían por evitar el lugar de las apariciones, primero por orden de sus padres y luego por voluntad propia, manteniéndose ajenas a las consecuencias de aquella primera visión en la que, de haber sabido lo que vendría, seguramente hubieran cerrado los ojos.