En Jerez apenas dos personas se dedican a la fabricación de un artilugio tan jerezano a la par que imprescindible para su vino como la venencia.
“Falta dolor de estómago, que duela la barriga cuando se hable del vino de Jerez”. José María Torquemada, 73 lozanos años recién cumplidos, habla con la propiedad que da la experiencia y el conocimiento. Desde que con 18 años comenzara como mayordomo en Bristol siempre ha estado ligado al mundo del vino. Luego vendrían casi 30 años en Zoilo Ruiz Mateos, primero como relaciones públicas y posteriormente dedicado a la exportación, pero también pasó por Wisdom&Warter y por último por Maestro Sierra, “donde más me realicé como persona”. Allí hizo labores de “gerbón”, un término inventado por él que combina los puestos de “botones y gerente”, señala con una sonrisa.
Estamos en Villa Wine, un chalet en el tranquilo entorno de Montealegre. El nombre de la finca, en un azulejo en el que figura una venencia, daría entender el término inglés de la palabra vino, pero nada más lejos de la realidad, ya que lo conforman las iniciales de los tres hijos de nuestro protagonista, Wenceslao, Inma y Eva. José María tiene apellido ilustre y hasta escalofriante, por eso de compartirlo con el sangriento primer inquisidor general de Castilla y Aragón. “Fui a Holanda a vender vino y cuando escucharon mi apellido ya se echaron para atrás. Cuando les dije que vendía Duque de Alba ya fue el remate. Me parece que sólo vendí dos botellas”, explica en su jardín en una mañana soleada de marzo que ya despunta a primavera.
Desde hace un lustro José María se dedica a un oficio tan artesanal como perdido. O casi. El de fabricante de venencias, aunque desde 1975 ya se encargaba de comercializarlas. En Jerez sólo hay dos personas que se dedican a estos menesteres, y uno de ellos es Torquemada. Cosas de la globalización -y de familia- hacen que un ghanés de nombre Humuru pueda seguir sus pasos y quién sabe si convertirse en el único artesano de la ciudad en el futuro. Se trata de su yerno, que ya poco a poco va cogiéndole el truco al oficio. Pero a José María todavía le queda cuerda para rato. Su taller se ubica en un lateral de la finca, en un pequeño garaje donde suenan grandes de la copla como Lola Flores o Antonio Molina. Acero inoxidable y pvc son los dos únicos elementos que utiliza para fabricar sus venencias. Nada más y nada menos, porque, explica, son necesarias hasta 25 operaciones para crearlas.
Lo que sí se conoce es el origen de su nombre. Venencia proviene de avenencia, esto es, el trato que cerraban productor y comprador acompañado de una copa de vino que, como parece, se venenciaba directamente de una bota. También se sabe que las primeras se fabricaban con algo tan exótico como un bigote de ballena, aunque según Torquemada no eran muy cómodas. “Los bigotes, que los traían de Santander, son láminas planas, por lo que tenían que juntarse tres o cuatro y luego limarse para darle forma cilíndrica y hacerlas romas, pero eran difíciles de manejar porque se combaban demasiado con el peso del vino. Además se picaban. Hay mucha aura romántica con las venencias de bigote de ballena, pero poco más. Hace como mínimo 90 años que no se usan”.
Luego vendrían las de varillas de hierro cubiertas con hule e incluso las de caña en Sanlúcar –“tampoco muy útiles porque al ser una fibra vegetal cogen muchos gérmenes”- pero las que han prevalecido en las últimas décadas son las de pvc gracias a su perfecta flexibilidad y a que recuperan por completo su forma tras su uso.
Por el pequeño taller de Torquemada salen al año un millar de venencias, la gran mayoría para las tiendas turísticas y para los venenciadores, muchos de ellos de Japón, donde los hay a cientos. Para las bodegas que les trabaja apenas salen una o dos al año. “Una venencia no tiene fecha de caducidad. Te duran hasta lo que aguante la varilla”. En cuanto a las medidas, explica que la que se suele usar es la de 92 centímetros, que a la postre es la que fabrica principalmente. Las de 60 y 22 centímetros, esta última para tiendas de regalos únicamente, va a dejar de fabricarlas porque ya no le merece la pena. Eso sí, aunque parezca que pocos cambios puedan introducirse en un artilugio como este, Torquemada ha dado un paso más y ahora los fabrica también con varilla desmontable para que puedan transportarse con mayor comodidad o puedan caber más fácilmente en una maleta. E incluso para los venenciadores amateurs también las hace con el extremo en forma de pico, con el fin de que el vino caiga con mayor facilidad.
Antes de irnos tocamos el tema del jerez. Le preguntamos cómo ve el sector y es entonces cuando se le tuerce el gesto. El vino de Jerez le duele. Además de sus muchos años ligados a las bodegas, José María es un estudioso del asunto y de hecho tiene una gran colección bibliográfica dedicada a este tema que, afirma, le gustaría que en el futuro tuviera carácter público. Habla largo rato, pero prefiere que no se refleje todo en este reportaje. Tan solo pide que publiquemos una reflexión personal. “En las Canarias hay cinco consejos reguladores de la denominación de origen de los vinos de Tenerife. Aquí tenemos uno que engloba dos conceptos tan distintos como Sanlúcar y Jerez y siempre estamos peleados”.