John, Carla y Rashid, inmigrantes que residen en Jerez en situación irregular, cuentan a lavozdelsur.es los motivos que le llevaron a abandonar sus respectivos países de origen y cómo viven su día a día al margen de la legalidad.
Centenares de inmigrantes han perdido la vida estos últimos días en el Mediterráneo intentando llegar a Europa. El cruel goteo es incesante. España vive la peor pesadilla social y económica de su historia más reciente, mientras que para muchos continúa siendo el país de sus sueños. Muchos lo han arriesgado todo, llegando a hipotecar su futuro, en busca de una nueva oportunidad, y siendo conscientes de la situación irregular en la que incurren, y de que su estancia aquí no será un camino de rosas. En Jerez, el 40% de los inmigrantes atendidos por la ONG CEAIN se encuentran en la ciudad de forma irregular. María Beato, trabajadora social de la organización afirma que “España no tiene dinero para repatriarlos y quienes permanecen aquí tienen miedo, pero un miedo diferente al que viven en sus países de origen”.
John, 33 años. De Camerún a Jerez.
Pisó territorio peninsular hace tres años y cinco meses. Llegó a Ceuta tras un largo viaje en coche del que prefiere no hablar. “Cruzó nadando el Estrecho - ve pasar un camión y señala la rueda- con la ayuda de una cámara neumática”, cuenta y zanja el tema porque “no fue agradable”. Al llegar pasó 35 días incomunicado en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Algeciras.
Este camerunés huyó de su país por motivos personales. Quería venir a Europa, ese era su sueño desde que tenía diez años. Los conflictos familiares que mantenía con la madre de sus dos hijas que a día de hoy permanecen en Camerún también le impulsaron a dejar su tierra. Allí tenía un puesto de ropa. Cada día, desde hace dos años ‘trabaja’ en un semáforo donde vende ambientadores y pañuelos. Los frutos de su jornada oscilan entre los 5 o 7 euros, “tiene que cumplir trabajo haga sol o lluvia”, no puede parar ni para ser entrevistado. Confiesa que después de todo el sacrificio se siente mal y no es feliz, a pesar de que sus labios dibujan una sonrisa casi perenne. “Aquí no estoy mejor porque no encuentro trabajo, no puedo hacer nada al no tener papeles, ese es el problema. Pero mi momento va a llegar, tendré papeles yo lo sé”, explica esperanzado en un rudimentario español. Saluda a un ‘vecino’ que pasa caminando y vive junto al semáforo. “John es magnífico, c´est magnifique!”, bromea cómplice, ya que los dos hablan francés.
Actualmente, comparte un piso en el centro de Jerez con dos inmigrantes más que se encuentran en su misma situación, por el que pagan una renta de 285 euros, aunque se está planteando el traslado a Francia. Cuando llama a sus hijas desde el locutorio les pregunta cómo les va el colegio, “yo les digo que piensen en mí, que no puedo ir, pero que las cosas saldrán bien”, asegura siempre optimista.
Carla, 26 años. De Villanueva Cortés, uno de los lugares más peligrosos de Honduras, a Jerez.
Desde hace dos años, Carla trabaja de interna cuidando a una señora mayor, gracias a la orientación laboral de CEAIN Jerez. Esta organización, además le brinda apoyo psicológico y, en su día le tramitó la tarjeta sanitaria. “Están siempre preocupados por mí en todos los aspectos y les estoy muy agradecida”, asiente la hondureña.
Al otro lado del Atlántico, Carla dejó a sus tres hermanas menores que ella y a sus padres, quienes siempre habían trabajado en el sector “maquila”, fabricando ropa y prendas de vestir. También abandonó la licenciatura de Gerencia y Negocio recién comenzada. “Trabajaba una semana de día y otra de noche, durante doce horas diarias, no me daba tiempo a estudiar. En Honduras no se estila el salir, lo que se hace es trabajar. Uno prescinde de salir por miedo a que te pueda pasar algo”, explica.
Su vida aquí poco ha variado. Tiene libres dos fines de semana al mes. Esos días los aprovecha para ir a la iglesia evangélica y tomar algo con alguna amiga. Decidió venir consciente de que su situación sería irregular. Hasta ahora, nunca le han requerido la documentación, y para evitarlo sale lo menos posible. “Tengo miedo de que me hagan volver, pero también de no ver más a mi familia”, reconoce Carla.
La joven admira a las chicas de aquí porque “tienen una vida diferente a la que yo estaba acostumbrada. Yo con 15 años ya trabajaba y estudiaba. Me hubiera gustado que la mía hubiera sido un poquito mejor, pero no las envidio y doy gracias a Dios”. Con respecto a su futuro lo tiene claro, espera cumplir los requisitos para regularizar su situación algún día. Hasta entonces, afirma Carla, “mi prioridad son mis padres y mi hermana pequeña, mientras pueda trataré de luchar por ellos. Crear mi propia familia ahora mismo no es mi prioridad”.
Rashid, 17 años. De Ghana, un país del oeste de África, a Jerez.
Su caso es diferente al de John, al ser menor de edad. Todo el entramado burocrático lo resume mejor la trabajadora social de CEAIN Jerez. “Desde un principio él manifestó que era menor. Por decreto fiscal, le realizaron las pruebas oseométricas en el hospital para comprobarlo. El resultado de la prueba avaló lo contrario, de ahí que, siguiendo el protocolo lo dejaran en libertad con el papel de inicio de expulsión. Al carecer de pasaporte expedido por su país de origen prevaleció la prueba”, explica la trabajadora social.
CEAIN Jerez, con la colaboración de otras instituciones le buscó alojamiento, “porque iba con lo puesto”. También se empeñaron en comprobar la verdadera edad del chico. “Pusimos a su servicio el fax, se le pagó el viaje a Madrid, y fue acompañó hasta el en el consulado de Ghana en España”. El gobierno de su país le expidió su pasaporte, según el cual Rashid es menor de edad, no sin ‘castigarlo’, cobrándole por el mismo casi 200 euros más. Por último, realizaron una rueda de reconocimiento con su pasaporte y se acreditó que era menor.
Al ser menor de edad, ha sido declarado en situación de desamparo, por eso tiene derecho a tener sus papeles de residencia y pronto podrá ser una persona más en situación regular. Por el momento, Rashid cumple las normas de convivencia, asiste a clases de español, de pintura, juega al fútbol y realiza las tareas en el hogar de acogida. Hoy por hoy la comunicación con su familia es nula. “No tengo dinero para llamarles y ellos tampoco tienen Internet”. Rashid no olvida que pronto deberá encontrar trabajo, entre otras cosas para devolver el dinero que sus familiares le prestaron para poder llegar a España. “Doy gracias a Dios – repite una y otra vez, aunque es musulmán- porque he sobrevivido a muchos peligros y he tenido mucha suerte”.