Universo Hinojo, el artista internacional que vive y crea en su casa-museo de la Sierra de Cádiz

José Hinojo, el Chillida de Prado del Rey, un artista total, ha rehabilitado con sus propias manos un molino del siglo XVI. Allí reside y trabaja en unas creaciones pictóricas y unas esculturas de hierro y cartón reciclados que son vendidas y expuestas por todo el mundo

 El exterio de la casa-museo de José Hinojo, que posa tras la entrevista con lavozdelsur.es, levantada sobre un molino del siglo XVI entre Villamartín y Prado del Rey.
El exterio de la casa-museo de José Hinojo, que posa tras la entrevista con lavozdelsur.es, levantada sobre un molino del siglo XVI entre Villamartín y Prado del Rey. JUAN CARLOS TORO

José Hinojo iba para cura pero su vocación finalmente fue otra. La llamada de Dios acabaría siendo a través del sagrado misterio de la creación artística. Con la chimenea prendida y un incensario casero repleto de alhucema, la atmósfera del interior de su residencia es pura mística.

Nacido en 1958 en Prado del Rey, un pueblo de la Sierra de Cádiz de algo más de 5.600 habitantes, Velázquez de apellido materno, José se tropezó con la pintura a los cinco años. 60 años después sigue tratando de garabatear como un niño, instalado en esa máxima picassiana de que se necesitan muchos años para llegar a ser joven, para llegar a ser libre. 

En un internado lasaliano se contagió de esa cultura a la que hubiera sido impensable tener acceso en un pueblo de la España del franquismo. Años después, tras marchar a un noviciado en Granada, con 17 años, redirigió el rumbo de su existencia.

"Tenía claro que no podía trabajar para nadie, no podía ser banquero o maestro de escuela. No me adaptaba al sistema y por eso empecé una carrera religiosa". Leyó varios libros. Entre ellos, cayó en sus manos Punto y línea sobre plano, de Kandinsky, y todo cambió. No es lo mismo mirar la calle desde el cristal de una ventana que salir y empaparse de las formas, sonidos, volúmenes y movimientos de la vía. Se fue a Sevilla, a la Facultad de Bellas Artes, "Estuve casi por libre, y pude estudiar porque me protegió Pérez Aguilera, porque no tenía para la matrícula". 

 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
Una de sus enormes creaciones de hierro, expuestas en la naturaleza de la Sierra de Cádiz.   JUAN CARLOS TORO

Becado por una escuela de Arte Abstracto en Alemania, allí —una vez más— se transformaría todo. La vida como una obra abierta. Conoció el extranjero, supo que había gente que valoraba el arte y que incluso era capaz de pagar grandes sumas de dinero por obras artísticas. Entendió que aquello podía ser su modo de vida. Conoció a la madre de su hijo, de nacionalidad suiza, y residió doce años en Ginebra.

"Ya de estudiante me fui a Suiza con un trabajo experimental: no hacía bodegones, caballos o virgencitas de la forma tradicional. Me dediqué a investigar y a la recuperación desde el 84. En aquella época era un atrevimiento". Trazado su camino, comenzó en los circuitos internacionales del arte y su obra empezó a ganar cotización. Juana de Aizpuru lo tuvo en aquel ARCO de los 90, donde todavía el negocio de los mercaderes no lo había absorbido y contaminado todo.

De Suiza a su tierra

Pero José echaba de menos la cegadora luz del sur. Derramaba colores en los cartones que recogía casi compulsivamente de un cercano concesionario de Peugeot, hasta que un día comprendió que el cartón tenía color. De nuevo, su obra giró 180 grados. El gris centroeuropeo le dio el calor económico necesario para retornar a su tierra. Otra vez el cambio. "Si vivo aquí con esta libertad es por los extranjeros, hay años que me los paso sin vender ni una obra en España", admite, mientras muestra Verticalidad carnal, un cuadro que en unos días parte hacia Holanda tras ser adquirido por unos jóvenes coleccionistas. "Les he hecho un buen precio porque están empezando su colección", apunta el artista.

Hinojo, después de todo su periplo vital, tiene la suerte de ser profeta en su tierra y hace un año, gracias a una cuestación entre sus vecinos y vecinas, inauguró una imponente escultura en una de las rotondas a la salida del pueblo. 8.000 kilos de hierro dedicados al amor.

 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
Los corazones que ascienden al cielo en el columbario creado por el artista.   JUAN CARLOS TORO

"Todo pasa por algo. De repente, todo encaja", sentencia con un punto esotérico. Aquí señala el diámetro entre dos de los muros que conectan el lugar en el que habita y trabaja desde hace 21 años. “Mide 3,14 centímetros, “¡el número Pi!”. Bajo sus pies, en esa misma estancia de un antiguo molino del siglo XVI, junto al santuario de Nuestra Señora de las Montañas, un mosaico con un circuito en el que logró que entrara el agua de la sierra. 

Hecho por el artista con cientos de teselas de cemento y pigmento azul, con cientos de personajes y alusiones a los puntos cardinales y a los cinco continentes, el mosaico divide los distintos planos del universo Hinojo. Tan simple y tan complejo. Todo parece un caos por allí, pero un caos ordenado. Todo parece excéntrico en este caballero de poderosa figura, pero al mismo tiempo todo es cercano y auténtico, sin aspavientos ni falsa modestia.

"Siempre hay que empezar de cero"

"Recuerdo la primera gran exposición, fue en una galería en Suiza, donde exponían Chillida, Tapiès, Arroyo…, yo tuve que esperar tres o cuatro años para exponer. Vendí bien, el Estado suizo compró la primera pieza, después vendrían más, y yo decía: después de esto, ya está. Pero era mentira. Siempre hay que empezar de cero. He hecho grandes experiencias, grandes exposiciones y siempre hay que empezar de cero".

Hinojo, con pinta de dandi bohemio, con afilados bigotes dalinianos, con planta quijotesca y como un Chillida gaditano que trabaja el hierro en su casa-museo rodeada de naturaleza, es un hombre afable, podría decirse que entrañable, que narra su vida y obra sin pose ni afectación. Un artista que abre las puertas de su espacio-universo para que uno curiosee en silencio, mientras un operario amigo le ayuda con una grúa a recomponer una de sus piezas expuestas en el exterior de su finca, golpeada días antes por el último temporal.

Jose Hinojo  21
José Hinojo, en un retrato en su casa-museo.   JUAN CARLOS TORO

Un museo al aire libre y dentro de un molino rehabilitado con sus manos

Como el museo Chillida-Leku en Hernani, las tres hectáreas de esta antigua propiedad de los Jerónimos en suelo de Villamartín —aunque a 2 kilómetros de donde nació, Prado del Rey— contempla como eje central el enorme lagar de aceite que José, sin ser arquitecto, lleva más de 20 años rehabilitando tras adquirirlo "casi destruido". 

Interviniendo en todas sus estancias con dibujos, cerámicas, adornos y motivos aparentemente alucinados o colocando viguería de teca de Costa Rica en los techos de una de sus naves. "Fue una suerte, un amigo me la vendió a muy buen precio cuando la crisis del ladrillo en 2008. En este molino llevo gastada una fortuna. Yo todo lo que gano lo invierto", advierte un hombre que ha convertido su vida y obra en eso que ahora pomposamente llaman economía circular. Hasta siete enormes tinajas desenterró de los escombros del viejo molino para que ahora luzcan felizmente recuperadas.

Ha reverdecido tras la ruina unos muros históricos en la Sierra de Cádiz a la par que ha conseguido labrarse una carrera muy cotizada a nivel internacional a partir, fundamentalmente, de desechos. "He vivido doce años en Suiza y son ellos los que me han permitido y me siguen permitiendo vivir en Andalucía, donde no se sabe por qué, aquí no pasa nada. Puedo pasar un año sin vender una sola pieza en España. Se llevan a Alemania, salen para Holanda… los extranjeros, por el boca-oreja, los contactos, son los que permiten seguir viviendo aquí libre".

Su obra, sobrias construcciones figurativas en hierro oxidado o tumultos de figuras en cartones superpuestos o en su pintura, tiene algo que la hace única, aunque recuerde a Matisse, Pollock, Moore y Chillida. Se lo comento tras cruzar la primera arcada del viejo molino de piedra. "Ah, ¿sí? ¿Del tirón…?", responde Hinojo. Sí, realmente es diferente a todo lo que haya podido ver antes. "Pues me alegra. Creo que eso es lo que me ha permitido estar en muchas ferias internacionales o que se hayan ido cosas a muchas partes del mundo. Pero en realidad, es la basura. Cosas que me encuentro. La chatarra ahora está muy cara, pero también hay que encontrarla", recuerda. 

 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
Alhucema entre las obras de José Hinojo.   JUAN CARLOS TORO
 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
Hinojo, en el mosaico que preside una de las estancias de su casa-museo.    JUAN CARLOS TORO

De óxido y hierro: un proyecto gigante en el desierto de Qatar

Próximamente, pretende hacer en el desierto de Qatar una serie de piezas gigantes de hierro de 15 metros de altura. Sería la primera vez que trabajase con una siderúrgica porque hasta ahora lo suyo es el arte pobre, el reciclado, una nueva vida artística para un trozo de hierro comido por el óxido, para una tuerca perdida, para un cartón de un envío de usar y tirar de Amazon. "Hago mucho dibujo, se han ido muchos, están por todos sitios del mundo, y estoy con el hierro, aunque sin descartar volver al cartón, pero físicamente ya cuesta mucho dar pellizcos a esos grosores".

Antes de llegar a la nave donde se encuentra otra parte de su taller, uno cruza por su dormitorio. Repleto de plantas, con una chaquetilla de torero colgada en la pared, un felino gigante de peluche que vigila una especie de escenografía teatral, montones de libros aparentemente desordenados, esbozos, dibujos y una llamativa foto de Dani Pedrosa firmada por el piloto de motociclismo. "Es amigo, se hizo una foto con el catálogo que me hizo Prado del Rey; tiene cosas mías", cuenta José sonriente. 

Fueron las casualidades las que le llevaron hasta el conocido deportista. No se mueve José en los círculos del famoseo, en los cócteles de las galerías de arte. No quiere trabajo en serie, ni marcar tendencia. "Hace siete u ocho años que no trabajo con galerías, pero recientemente me escribieron por una obra expuesta en Suiza y tiene un posible comprador. Aun así, no me apetece mucho, aunque entiendo que hacen un trabajo enorme". ¿Ese terreno fuera de la creación es enemigo del arte? "Sobre todo, hay una cosa: cuando ven que algo se vende, te lo piden. Y yo no puedo. No por algo racional o político, sino simplemente porque no me sale. Hago una serie, se vende, estupendo, pero hacerla otra vez… no me sale. Una cosa es hacer una serie y otra es trabajar en serie. Y eso me ha pasado con la tendencia en las galerías. No es que me oponga, es que soy alérgico a trabajar sin sentido. No puedo, no sale". 

Sin querer entrar en el pantonoso terreno de la política cultural o del partidismo hooligan, lamenta que España no sea un país donde se promocione demasiado la compraventa de arte. "Hemos estado 40 años del último siglo a la cola de todo y eso no se ha olvidado todavía. En los 80 se empezaron a vender los Van Gogh, Modigliani, Bacon, a partir de unas cotizaciones muy altas, pero que realmente tampoco es tanto dinero porque un misil que va a matar vale muchísimo más. Y el arte es exclusivo, sagrado, para hacer arte hay que estar loco, saltas al vacío, te tiras al océano".

 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
El artista, durante la entrevista, en su dormitorio.   JUAN CARLOS TORO
 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
Todo el antiguo molino está intervenido por las manos de José Hinojo.   JUAN CARLOS TORO

La creación y el espectador de la obra

Tiene 65 años José Hinojo, pero "no pienso jubilarme nunca". Asegura que en estos momentos hay una "gente que puede dar un nuevo impulso a mi obra", como dejando claro que el arte consiste en tener fe en una especie de eterno retorno donde avanzar significa a menudo volver a la casilla de salida. "El arte es siempre inestable. Eres parte del circo y eres equilibrista".

Y luego está la obra, la creación, "en la que todo tiene significado para mí". Pero otra cosa es el espectador: "La clave es que la obra la complete el espectador. Es el que construye al final la obra. Uno ha hecho eso y cada uno ve lo que puede o lo que quiere. A una obra puedes volver muchas veces y siempre ves algo diferente, es como una oración. También depende mucho de la educación de la mirada, eso enriquece los sentidos. Cuánto más conoces, más puedes disfrutar de lo que ves, aunque sea una pieza conceptual". 

 La casa-museo de José Hinojo en un molino del siglo XVI de la Sierra de Cádiz
40 años volcados en el cartón y el dibujo.   JUAN CARLOS TORO

Hinojo va dejando caer sentencias lapidarias mientras mece el incensario y la neblina densa de la alhucema envuelve su figura. "Puedo trabajar muchísimo y de pronto me paro. Puede estar una semana o dos meses sin poder hacer nada, no me sale. Pero vuelve y me llevo días enteros trabajando, paro para comer o duermo y sigo pensando en el trabajo. Todo viene y no hay un error. Algo te dirige la mano. Sí, la obra siempre es un milagro. He visto quince años un trozo de tornillo hasta que encuentra su sitio".

En la falda del cerro Pajarate, desde la entrada a sus dominios se van sucediendo la exhibición al aire libre de sus creaciones. Los gatos y las amapolas saludan a los astronautas que flotan en la inmensidad del espacio Hinojo, que además de casa y museo tiene un olivar de montaña. Y un taller que se encuentra en lo que fue un pesebre para las vacas. Un almacén de obras de arte en una planta alta donde antes dormían quienes habitaron el molino y desde la que se divisa la vegetación que rodea al inmueble. Enormes estructuras de hierro que brotan salvajes rodeando esta otra dimensión. 

"La libertad la tenemos, pero la tienes que ir trabajando para conseguirla. No sé cuántos años se tarda en poder decir voy poniendo corazones encima de otros, hasta 17, pero hacen falta muchos años". En la base de su columbario, un yunque primario. Muy antiguo. "Un amigo me avisó: hay uno que tiene un hierro que te va a gustar, José. Era una maravilla. Y resulta que ese yunque lo había sacado de este molino, que era de su abuela. Llegamos a un acuerdo y cayó. Todo pasa por algo", repite obstinado, como un mantra, fiel a la llamada de una vida entregada al arte. 

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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