Sombras de Cuba desde el exilio andaluz: “Es una dictadura, la he sufrido en mi propia carne"

Emelina López, una soprano y maestra de canto que huyó de la isla hace 40 años tras, entre otras cosas, ver cómo el Gobierno le impedía una beca en la Scala de Milán, relata junto a su madre, con 100 años y medio, su peripecia vital y la situación de un país que ya no aguanta más miseria

Sombras de Cuba desde el exilio andaluz. Emelina Morejón junto a su hija Emelina López, que sostiene una fotografía de su primer concierto en La Habana, en días pasados en su domicilio de Jerez.
Sombras de Cuba desde el exilio andaluz. Emelina Morejón junto a su hija Emelina López, que sostiene una fotografía de su primer concierto en La Habana, en días pasados en su domicilio de Jerez. JUAN CARLOS TORO

A esta hora ha recibido un SMS de una “media hermana” que tiene para informarle de la situación. Tanto ella como su sobrina le ponen al corriente del estallido social que se vive en la isla, con el mayor levantamiento civil, el pasado 11 de julio, que se recuerda en mucho tiempo contra la llamada revolución cubana. El texto es un escueto “estamos bien”. Apenas hay internet, ni vías de comunicación con el exterior. Ese SMS es el último vínculo que Emelina López Morejón (La Habana, 1949) mantiene con lo que ella llama aquella “prisión insular”. Cuba, 11,33 millones de habitantes y 62 años de dictadura. "Sí, dictadura. La he sufrido en mi propia carne", subraya.

El próximo 10 de septiembre se cumplirán cuatro décadas desde que Emelina salió de Cuba. “Tengo 72 años, ya puede decirse que he vivido más años aquí que allá. Ya hay un poquillo de desarraigo”, reconoce sin nostalgia (o sí) una mujer que llegó a Madrid en 1981 y que es ciudadana española a todos los efectos desde 1985. Desde hace casi veinte años, por las peripecias de la vida, acabó trasladándose para residir con su familia en Jerez. A los dos años de la mudanza, su marido, el actor Teófilo Calle —un clásico del icónico Estudio 1—, falleció, pero Eme, como la conocen su familia y amigos, ya solo ve sombras de su Cuba natal desde su amplísimo y luminoso piso del centro de Jerez, en la Baja Andalucía.

A su vera, Emelina Morejón, su mamá de "100 años y medio", acicalada a conciencia para la entrevista, con una coquetería que no se desgasta por el paso del tiempo, con un acento habanero imborrable, asiente a cada paso del relato que narra su hija. La centenaria anciana, capaz todavía de erguirse y salir de paseo por sí misma, apenas eleva su hilo de voz para rememorar apuntes de un ciclo vital plagado de condiciones durísimas: “Yo pasé mucha hambre, comía guayabas y mangos verdes porque no había nada. Yo me crie en el campo, pero campo adentro. Sin luz, sin agua, sin zapatos, casi sin ropa… ríete tú de todo lo de ahora. Cuba ha tenido una desgracia: no ha tenido un presidente, uno, que haya tenido vergüenza, todos son unos degenerados. Yo tengo la fe perdida, siempre el pez grande se traga al pequeño, a los pobrecitos los matan”.

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Emelina López, en el estudio bajo su vivienda.   JUAN CARLOS TORO

A los tres años de llegar a Madrid, Emelina hija hizo de todo para reunir las 250.000 pesetas que se exigían en el banco para poder traerse al exilio a su madre, algo que finalmente sucedió en 1984. Para ello, entre otras cosas, se hacía cinco bodas diarias. “El dueño tenía seis salones de bodas en Madrid, se hizo de oro, entraba a la una de la tarde y salía a la una de la madrugada”. Eso sí, recuerda, “mientras yo cantaba Júrame de María Grever, volaban las gambas, ¡que se besen los novios!…, para mí era tremendo… de triunfar en el Teatro de la Ópera de Cuba a esto mientras cantaba… (ríe a carcajadas)”.

Porque antes de España estamos en La Habana Vieja. Con los almendrones circulando por las calles, con su Malecón, con su contagiosa vitalidad, con su espíritu y su alegría de vivir. Con el Granma y los mojitos. Y estamos a principios de los 70, en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, donde estaba el Gobierno de España cuando España gobernaba Cuba antes de la independencia en 1898. Emelina debuta en su primer concierto. Se prepara con su gran maestra, Margarita Horruitiner, y ya despunta como una de las grandes promesas de la lírica de su país. Emelina es de las primeras en inaugurar los estudios universitarios de Canto en el Instituto Superior de Arte cubano y va a ser una gran soprano. “Agradeceré toda mi vida la formación que tuve, eso no lo puedo negar”, admite.

Carrera truncada en su Cuba natal

En cambio, el régimen castrista se empeñó en hacerle la vida imposible y truncar todas las aspiraciones artísticas que tenía desde su Cuba natal. “Supongo que como a mi maestra, que me adoptó como una hija, la consideraban imperialista, a mí también. No sé, nunca en mi vida he estado metida en política, me he dedicado a subsistir”. Su maestra fue una gloria del arte lírico del país y formó parte del cuerpo diplomático cubano en Exteriores. El primer mazazo se produjo después de ser seleccionada, con unos 25 años, para representar a su país de origen en el concurso internacional Tchaikovsky en Moscú.

“Me pusieron un pianista y una profesora de ruso porque tenía que cantar un montón de obras en ruso. Estuve dos años con una preparación muy intensa y quince días antes de viajar, me llama el departamento de Cultura y me dice que no voy al concurso. Se puede imaginar, en la prisión insular en la que vivíamos, tener esa ilusión y no entender por qué me dejaban fuera. La respuesta fue: las órdenes no se discuten, se obedecen”. Cuenta la artista que “aquello fue un punto de inflexión, fue cuando empecé a pensar que tendría que tomar otro camino. Pero era muy difícil, por no decir imposible”.

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Emelina Morejón sujeta el álbum de fotos familiar.   JUAN CARLOS TORO

Segundo golpe, apenas unos años después. “Imagínese lo que es para una cantante de 27 años que te ofrezcan una beca para la Scala de Milán, pero que te digan que de ahí no sales nada más que para el cementerio. En ese momento dije: me tengo que ir de este país, aunque no cante nunca más en mi vida. Necesito ser libre, aunque tenga que limpiar escaleras. Tengo dos manos para trabajar. Y así hice”.

Años antes, Emelina madre, ya separada del padre de su hija, montó una bodega —como se conoce en Cuba a los ultramarinos—, pero con la llamada ofensiva revolucionaria, en el año 68, llegaron al negocio dos mujeres del comité de Defensa y dijeron: salga para fuera, ya nada les pertenece, esto es del Gobierno, a la calle y sin derecho a nada. “Tenía un piso y no me vi en la calle, pero me mandaron a trabajar a una fábrica de calcetines, me enfermé de los nervios, entraba a las seis de la mañana y de noche dormía obsesionada emparejando medias. Cobraba una basurita con la que pagaba el alquiler… Tengo tantos años que muchas cosas se me van… a los cien años y medio ya la memoria…”, se esfuerza la anciana en rememorar aquella vida en una tierra sin apenas pan. Con todo esto, exclama Emelina hija, “¡que me vengan a decir a mí que eso no es dictadura…!, no lo puedo entender. Lo sufrí en mi propia carne”.

En los listados por derechos políticos y libertades civiles, Cuba se mueve al nivel de Burundi y Laos, e incluso su situación es peor que la de Sudán. Los tribunales se someten al Gobierno, no hay elecciones libres, no hay libertad de expresión, de prensa, sindical… “Reprime y castiga cualquier forma de disenso”, asevera Human Rights Watch. Y muchos de los mitos que servían de propaganda exterior a la dictadura del Partido Comunista, sintetizado allí en la familia Castro, se han evaporado con el paso de los años: “Los hospitales son peores que chabolas”, asegura Emelina.

Sobre los factores que han dinamitado la forzosa paz social en la isla, el escritor cubano Leopoldo Padura explica: “La crisis económica por la pandemia, la movilización social de artistas e intelectuales y el impacto de las protestas en redes sociales son algunos de los elementos que explican qué está pasando en la isla”. Emelina añade otro más: “El idealismo de quienes sí estuvieron en los albores de la revolución de los barbudos ya no existe para muchas nuevas generaciones. Jóvenes cubanos que solo quieren jamar, que salen a las calles aunque les maten o detengan porque eso no es vida. La pandemia frenó el turismo y frenó la entrada de dólares, no hay entrada de divisas en el país. No hay ni mercado negro y hay una inflación del 500%”.

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Madre e hija, durante la conversación con lavozdelsur.es.   JUAN CARLOS TORO

Ella aún recuerda la época en la que si te pillaban con un dólar en el bolsillo equivalía a un año de cárcel. O cómo vivió su padre, comunista, el sorpresivo cambio de moneda que introdujo Castro en el año 61. “Pusieron un tope de cambio de 10.000 pesos para quienes los tuvieran en cuentas bancarias, y los pesos corrientes dejaban de tener valor; él quemó en un latón todos sus ahorros. Mucha gente se suicidó, perdió todo el ahorro de su vida”. Emelina también trae al presente el llamado éxodo del Muriel, la marcha de más de 125.000 cubanos a Estados Unidos en 1980 —un año antes de marcharse ella bajo la fórmula de “salida definitiva” del país—, que fue un shock para la revolución hasta el punto de que “Fidel vació cárceles y manicomios y envió a todos a Miami, para desestabilizar a Estados Unidos”. “Ahí empezó a resquebrajarse el mito de la revolución cubana”.

Luego, en los 90, vino la crisis de los balseros, gente desesperada que se lanzaba al mar en busca de tocar puerto estadounidense. ”Sin fanatismos —reflexiona la soprano y maestra de canto—, leía el otro día una reflexión muy acertada, con la realidad en la mano: es cierto que las políticas de Estados Unidos hacia Cuba han hecho daño, pero no han hecho daño como para que un campesino no tenga derecho a sembrar o una persona no tenga derecho a montar un negocio. Y eso lo prohíbe el Gobierno, no el embargo o el bloqueo, como le queramos llamar”.

"Hay un momento en el que se te muere un familiar y no hay ni caja para enterrarlo"

La situación es más mísera a cada año que pasa. “Hay un momento en el que se te muere un familiar y no hay ni caja para enterrarlo. Mi media hermana que tengo allí lleva cinco años intentando arreglar una casa, no hay cemento, y cuando llueve, llueve más dentro que fuera. Eso clama. Eso crea la desesperanza en mucha gente. Ahora ha salido a la calle mucha gente joven, ahí no hay nadie que haya mantenido esa ilusión inicial de la revolución. Ese idealismo ya no está”.

Cuando llegaron los barbudos, matiza, “hubo ilusión. Yo era muy niña, pero veía a la gente ilusionada, pero claro, decían a la gente lo que quería oír. Es cierto que se mejoraron cosas, la salud gratuita, la educación gratuita…”. Su madre, que de once hermanos solo tiene vivas dos hermanas octogenarias que residen en Miami, le interrumpe: “A mí me decía mucha gente: guarda la risa para las lloras, esto es comunismo”. Emelina hija retoma su reflexión y la síntesis que hace de las últimas seis décadas políticas, económicas y sociales en su país natal no puede ser más precisa: “Cuba es una foto fija, un país que se ha parado en el tiempo. Pudo haber sido algo ejemplar. Pero ya no tiene sentido. Aquello es una caricatura de lo que pudo haber sido y no fue. Y el pueblo se ha cansado y tiene que sobrevivir. Es una cosa muy dura y muy triste. Lo peor es que ves que ellos viven a cuerpo de rey, con la guayabera que ya no les cabe…”.

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Emelina, en sus primeros años como cantante lírica.   JUAN CARLOS TORO

Cuando salió de Cuba

40 años antes de este análisis de las revueltas que el Gobierno castrista —con el presidente Miguel Díaz Canel a la cabeza— trata por todos los medios de silenciar y reprimir, Emelina aguarda en el aeropuerto José Martí su salida del país. “En la época en la que yo salí era la que se llamaba salida definitiva, y yo tenía que renunciar a todo. Salí con una maleta con dos mudas de ropa y ni un céntimo para hacer una llamada de teléfono”. Antes de eso, mientras planeaba el exilio español, incluso abandonó en cuarto curso sus estudios universitarios —luego en España logró que le convalidaran el título, y lo muestra orgullosa en la pared de su estudio— porque “si dentro de las averiguaciones que te hacían comprobaban que eras graduada podían negarte la salida. Todo era kafkiano”. Pero su avión, finalmente, despegó.

“Cuando despegó, se me salieron las lágrimas. Me iba a un mundo nuevo, desconocido, con toda la ilusión del mundo y con todo el miedo del mundo. Te inculcan el miedo: el capitalismo, brutal y cruel, que no cree en nadie, todas esas cosas que sabéis. Previamente, había contactado con unos funcionarios de la embajada de Bélgica en La Habana y llegó a la casa que éstos tenían en Madrid; estuve con ellos un año hasta que pude independizarme trabajando en mil cosas”.

“Me alquilé mi primer pisito, de 17.000 pesetas, una fortuna, un quinto piso sin ascensor… yo subía a la luna si hacía falta con tal de tener mi independencia. Ahí empezó la lucha hasta que en 1984 ya tenía mi residencia permanente aquí y había que tener 250.000 pesetas en el banco para poder reclamar a mi madre”. Llegó a España en el 81, en plena efervescencia de la restauración democrática, a punto de gobernar el felipismo. “Aquí empezaba la democracia. Viví con toda la intensidad lo de Tejero desde La Habana, viendo a ver qué pasaba. Pero finalmente he vivido toda la transformación que ha sufrido mi país de adopción. Mi país. Porque me siento completamente integrada”.

De banquetes de bodas a cantar con Plácido Domingo en el Madison Square Garden

Después de cantar en banquetes de bodas pudo debutar como protagonista en el Teatro de la Zarzuela, luego se fue con la antología de la zarzuela de José Tamayo a Japón y cantó en el Madison Square Garden, junto a Plácido Domingo, en New York. “En ese momento me lie la manta a la cabeza y dije: tengo que iniciar la aventura americana. Me fui con un billete de ida y vuelta de avión, y cien dólares, a casa de un amigo en Manhattan. Un colchón en el suelo, cucarachas, pero tuve techo y un plato de comida, sobre todo en los duros inviernos de Nueva York. Fueron tres años”. Y ahí hizo todo lo que pudo: dos óperas, la contrataron en una compañía “e hice los viajes de mi vida, todo el medio y el lejano Oriente. Hicimos conciertos muy interesantes, para los príncipes de Tailandia, recorriendo la isla de Puerto Rico… fue un viaje de ensueño, me desquité”.

En España, su madre sobrevivía como podía. “Yo la veía dar palos de ciego, pero bueno, yo le decía (por Cuba) de aquí hay que irse. Porque esto no se puede soportar. Mi hija se fue para los Estados Unidos y yo me quedé solita en Madrid, con un gato. Vendía tabaco en la plaza Mayor y tuve suerte porque me ayudó otro cubano, yo lo que quería era buscarme la vida. Estaba 14 o 16 horas sentada en una banqueta vendiendo tabaco, pipas, chocolates… Allí estaban todos los bandaleros. Fue muy duro y Emelina estaba por esos mundos de Dios”.

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Emelina López, en otro momento de la conversación.   JUAN CARLOS TORO
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Emelina Morejón, en su casa de Jerez.   JUAN CARLOS TORO

Y las cosas para Emelina hija tampoco salieron como había soñado: “Se me acabó el dinero y me tuve que regresar. Dije que no cantaba más, que era una porquería, y me fui a Canarias a trabajar como camarera. Duré dos meses”. Luego, con los años, se casó, siguió trabajando, empezó a volcarse en la enseñanza y la vida, ya con su marido enfermo, quiso que en el año 98 cantara en el Teatro Villamarta. Sustituyó de emergencia a la soprano que interpretaba a Marcellina en Las bodas de Fígaro y en los años siguientes regresó a la ciudad para dar cursos al Coro del Teatro. "Ya no quería dar más vueltas con las maletas". En el 2000, el colegio El Altillo abrió una escuela de música y la contrataron como docente. En un mes de julio de hace 19 años, su marido, su madre y ella acabaron instalándose definitivamente en Jerez, donde ahora sigue dando clases de canto y tiene un pequeño estudio de grabación en su despacho. Ahora, junto a su madre, echa la vista atrás y resume: “Lo importante es que estamos aquí, que estamos razonablemente bien. Tenemos una casa, tenemos cuatro euros para comer y tenemos paz”.

De regreso a la isla de nunca jamás

Volvió a su Cuba natal en un par de ocasiones, en el año 95 para un homenaje al maestro Ernesto Lecuona —“la música es lo más maravilloso que tiene Cuba, he dedicado toda mi vida a rendir tributo a mi país gracias a su música”—, y regresó de nuevo hace cinco años: “Fui a un sitio que conozco, pero que no reconozco, así que hice la señal de la cruz y dije: never mind”. Cuando cumplió 80 años, su marido y ella regalaron a Emelina madre un viaje a La Habana. Y la anciana centenaria lo recuerda con cierta amargura: “Era como un desastre, me dio sentimiento, dije que no iba más nunca. El viaje era de 21 días y al tercero ya quería regresar. Un desencanto total. Aquello hay que vivirlo, si no se vive…”.

Y vuelve Emelina hija a su reencuentro con la isla: “Recorrí la avenida de Nacho Boyero, reconocí el cielo, el paisaje, el calor asfixiante, la naturaleza cubana no la ha podido cambiar nadie, pero lo demás… cualquier semejanza con la realidad era pura coincidencia. Y cuando volví a ir hace cinco años era, como dicen los venezolanos, más pior. Recorrer La Habana Vieja era como Berlín después de los bombardeos, esta no es la Cuba en la que nací. ¿Todavía se pueden emplear eufemismos con esto? Me da igual el color de quien lo diga. Unos porque se vanaglorian diciendo que es dictadura y otros porque no les interesa reconocerlo”. Después de más de una hora reconstruyendo su peripecia vital, zanja: “Todo tendrá solución con dinero pero, ¿al ser humano quién lo reconstruye? Si alguna vez hay cambio como mínimo hará falta medio siglo para que esto se transforme. ¿Para qué? No lo sé. Es una situación extremadamente difícil que no tiene visos de acabar. A una le cuesta emitir un juicio justo... no justo con la tiranía, ¿eh?”.

Su madre, repasando el álbum familiar, se queja de que su primera fotografía se la hizo con 18 años. Y se va más atrás para recordar su infancia cubana: “Nací el día de Reyes. Jamás me trajeron nada. Yo era tan inocente que le ponía la cartita a los Reyes y mi mamá me decía: es que vivimos muy lejos, hay muchas montañas y los elefantes no pueden llegar hasta aquí. Y yo me lo creía. Ni lloré. Fue una conformidad”. Quizás sea esta la metáfora perfecta, salvando el desdichado reguero de pobreza y miseria acumulada, de las últimas décadas en la isla: cubanos que escriben cada año cartas a los Magos y nunca les traen nada de esa libertad y dignidad que les prometieron. Beep, beep. Llega otro SMS desde La Habana: "Estamos bien". Que es lo mismo que decir: resistimos hasta no sabemos cuándo.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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