Jenifer, transexual y gitana: "En mi barrio dicen que tengo un demonio dentro"

Nació hace 27 años como Jonathan, pero desde pequeño ya sintió que tenía un cuerpo que no le pertenecía. Hoy, ya como mujer, sigue sintiendo el rechazo de algunos vecinos, mayoritariamente de etnia calé

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En la guardería apenas se relacionaba con nadie. Con dos años, Jonathan Escobedo ya prefería jugar con niñas en lugar de con niños, con muñecas en lugar de con un balón de fútbol. En el colegio ya le pedía a sus compañeras que les dejara sus ropas para probárselas. Los niños, crueles, empezaban a meterse con él. Su etnia, la gitana, tampoco acompañaba. Los comentarios racistas y homófobos proliferaban en el colegio cordobés donde estaba matriculado. Su hermano no podía consentir eso. Aun siendo más pequeño se partía la cara, literalmente, por él.

En su casa, a Jonathan lo veían “diferente” desde muy pequeño. “Algo no iba bien”, decían. En una familia gitana, en un barrio, el Guadalquivir, donde esta comunidad es la mayoritaria, el niño era un bicho raro. Su padre no acepta verlo jugando con barbies y vistiendo ropa de niña y abandona la casa. A su abuelo, el patriarca de la familia, tampoco le gusta lo que ve. “Estáis haciendo al niño maricón”. Esas palabras todavía resuenan en la cabeza de su hija, Enriqueta Jiménez, Keta. “Él ya hablaba de casarlo con la hija de unos amigos”, recuerda. Ella, que parió a dos hijos, tiene hoy a un varón y a una hembra. “El amor de un hijo lo puede todo. Yo cuando se operó, sentí como se me moría un hijo, porque Jonathan murió, pero he ganado una hija”.

“El amor de un hijo lo puede todo. Yo cuando se operó, sentí como se me moría un hijo, porque Jonathan murió, pero he ganado una hija”

Jonathan es desde 2015 Jenifer, una mujer completa. Así figura en su DNI y en el libro de familia. “Creía que nunca iba a llegar ese momento. Nunca tuve miedo de la operación y de los riesgos que corría. Estoy muy contenta, porque ya por fin soy mujer al cien por cien”, señala la joven, recién cumplidos los 27 años. Hasta que llegó ese día, su vida ha sido tortuosa. Si para prácticamente cualquier familia un caso de transexualidad se vive de una manera difícil, en la de Jonathan, gitana, lo fue mucho más. “Fue un golpe, pero yo me esperaba que se lo tomaran peor”, señala Keta, que afirma que el paso del tiempo sirvió para que su padre, el abuelo de Jenifer, fuera asimilando mejor las cosas y hasta defendiera a su nieto. “El que se meta con Jonathan se va a enterar”, recuerda que decía. Su abuela, por el contrario, no lo llevó tan bien. “Por Reyes le compramos una Barbie y se las tiró al suelo”.Pero lo más duro para Jenifer, por entonces Jonathan, fue, sin duda, ver cómo su padre le daba de lado, hasta el punto de separarse de su madre y de no querer saber nada de ellos durante siete años. Pero una operación de una úlcera, en principio sin complicaciones, volvió a unir a la familia. “A punto estuvo de morirse. Estuvo seis meses en el hospital Reina Sofía y no nos daban esperanzas. Pero ahí su padre se volcó y vio las cosas de otra manera”, explica Keta.

Una infancia y adolescencia difícil

“Empecé a ser discriminada desde muy chiquita, porque si me vestía con ropa de niña lo hacía delante de todo el mundo. En el patio me daban de lado, se metían conmigo, me veían diferente a ellos. Ahí fue cuando empecé a encerrarme conmigo misma del rechazo que sentía. Pero no me escondía, porque seguía sin verle nada malo”, recuerda Jennifer hoy día. A los 10 años, su madre la lleva al psicólogo porque “no sabía expresar todavía lo que sentía”. En la consulta todavía no lo tienen claro, le dicen que “tenía que crecer y ver cómo evolucionaba”. En casa pensaban en la homosexualidad. Su madre reconoce que “no tenía ni idea” de lo que era un transexual hasta que se puso en contacto con la Confederación Española de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales (Colega). Allí, otro sicólogo les abre a todos la mente. Jonathan por fin descubre que es una niña dentro del cuerpo de un niño y eso hace que su familia empiece a apoyarlo aún más.

“Sin duda es el colectivo más complejo que hay —explica Jenifer en relación con el transexual—. No es que te guste una persona de tu mismo sexo, es que tu cuerpo no va con tu mente, es algo más complejo y a la gente le cuesta entenderlo. Y sin olvidar que cambias tu físico por completo”. Eso, para la joven, provoca mayor discriminación. “Se ve en la sociedad y en los tratos que se les da a uno y a otros, incluso en la tele. Los gais y lesbianas ya son aceptados y a nosotros todavía nos cuesta mucho”. Hasta el punto cuesta, que muchos en la comunidad gitana de su barrio, de mayoría evangelista, todavía no lo aceptan. “En la comunidad se lleva fatal, porque según la Biblia los transexuales, gais y lesbianas no entramos en el cielo porque estamos pecando. En el culto me dicen que yo tenía que estar conforme con lo que Dios me ha dado y aunque mi familia ya lo acepta, otros dicen que tengo un demonio dentro y que me tienen que hacer un exorcismo. Pero ellos viven a través de la ignorancia, así que no me afecta”.

El “odio” que afirma todavía le profesan mucho se ha notado en los últimos días. Jenifer ha servido de imagen para el proyecto Made in barrio, de la delegación de Juventud del Ayuntamiento de Córdoba, que promueve la creatividad juvenil tomando como base el patrimonio humano de los distintos distritos de la ciudad califal. El artista jerezano Juan Carlos Toro ha formado parte de dicho proyecto, realizando un foto mural en el que la joven posa con la bandera de la comunidad gitana. Al poco de instalarse, fue boicoteado por algunos de mente cerrada que no conciben la transexualidad como algo ya normalizado en nuestra sociedad. “Por eso acepté el proyecto, para dar a conocer a la juventud de qué va el tema de la transexualidad”.

Pero no hay que irse a un barrio de perfil bajo para encontrar ese rechazo. A Jenifer le está costando un mundo encontrar un trabajo. “Yo sé que es por mi condición. Donde yo busco, que es en comercio, a lo mejor no me quieren de cara al público por la etiqueta que tengo. He notado que aunque dé el perfil no me llaman por eso”. Por este motivo, sueña con hacer las maletas y cambiar de aires. “Llevo años queriéndome ir de Córdoba, pero por un motivo o por otro no he podido todavía. Me gustaría vivir en Madrid, allí sí puedo hacer vida, encontrar trabajo y huir de mi pasado. Aquí es imposible. Allí sería empezar de cero”.

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Jorge Miró

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